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Columna
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Yo primero

Algunos concejales, sanitarios y antiguos representantes de la casi siempre sórdida cosa pública han logrado que les vacunen ya. O políticos en activo. Qué asco da el eterno esplendor del cambalache

Imagen de la vacunación contra el Covid en una residencia de San Pedro del Pinatar, en Murcia.
Imagen de la vacunación contra el Covid en una residencia de San Pedro del Pinatar, en Murcia.
Carlos Boyero

Quedaba muy emotiva y heroica la imagen y el lema tantas veces repetidos en el cine de catástrofes, con capitanes dando la orden de que los primeros que serían rescatados eran los ancianos, los niños y las mujeres. Imagino que el feminismo radical ya no consentirá, o amenazará con querellas y manifestaciones, si siguen incluyendo su sexo entre los principales objetivos de salvación.

Dudo de que en situaciones de guerra, de pánico, o de peste se hayan respetado los derechos de los más débiles. Según el adorable Leonard Cohen: “Todo el mundo sabe que el barco se está hundiendo y que el capitán mintió”. Después de 11 meses de naufragio universal el personal intuye que la mayoría de los capitanes tal vez no mintieron, pero sus ideas y soluciones sobre lo que está ocurriendo son muy confusas, canallas (Trump y Bolsonaro deberían de portar cadenas en la celda más negra), impotentes o estúpidas. Pero hasta la más lerda de las víctimas es consciente de que la vacunación es lo único que puede espantar al monstruo.

Y cuentan que la inyección milagrosa ya ha llegado a nuestro país. También aseguran que los primeros en recibir el antídoto serán los grupos de más riesgo. O sea, los viejos y los sanitarios. Normal. Pero llegan informaciones de que algunos concejales, sanitarios y antiguos representantes de la casi siempre sórdida cosa pública, todos ellos jubilados, han logrado que les vacunen ya. O políticos en activo, como el consejero de Salud de Murcia y su corte. Y a los que exigen su dimisión les responde con excesiva desvergüenza que él nunca huye de su puesto en situaciones de peligro, que se ha limitado a seguir el protocolo. Qué asco da el eterno esplendor del cambalache, aquel mafioso funcionamiento del mundo que condensó en una canción incontestable Santos Discépolo. Ni siquiera se precisa llorar para seguir mamando. Basta con disponer de un poquito de poder, de la recomendación adecuada, de un colega, amiguete o familiar que te coloque el primero de la lista.

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