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Columna
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Sotanas

Estuve en un internado curil desde los 9 a los 15 años. Descubrí tempranamente lo que significaba el poder en manos de bestias impunes, sufrí su violencia física y mental

El general de los jesuitas, Arturo Sosa, tras su elección al frente de la orden en 2016.
EL PAÍS
Carlos Boyero

Los jesuitas siempre fueron los más cultivados, inteligentes y mundanos entre las huestes profesionales del Altísimo. Se movían con idéntica desenvoltura y doble moral en los asuntos de la tierra y en los del cielo, Sospechamos que el ancestral negocio de la Iglesia está en crisis. Y es urgente poner soluciones. No sé si el extraordinario Papa actual se cree lo que dice, es un cirujano ejemplar intentando salvar los corroídos muebles de su rebaño o si con él ha resucitado Jesucristo. En cualquier caso, sería el Cary Grant de la historia de la Iglesia, tan seductor, listo, elegante y sorprendente él.

Acaban de admitir los jesuitas que 65 miembros de su selecta corporación abusaron en el curso del tiempo de 81 menores. En primer lugar, me sorprende que su prodigiosa memoria lleve una cuenta tan precisa de violadores y violados. Asumen el pecado de su muy humana congregación, pero como son tan racionales y compasivos no van a revelar la identidad de los pecadores, ya que estos podrían ser estigmatizados por la opinión pública. Al final, como siempre, será una cuestión de pasta, de abogados exigiendo cuentas y llevándose el 50%, de no hay mal que por bien no venga que afirmaban nuestros pragmáticos mayores.

Estuve en un internado curil desde los 9 a los 15 años. Sigo recordando ese espanto asociado a la niebla, la oscuridad, el terror. Descubrí tempranamente lo que significaba el poder en manos de bestias impunes, sufrí su violencia física y mental. No me violaron en términos sexuales, pero recuerdo más de un llanto de críos cuando se apagaban las luces. Me cayeron hostias continuas y de todos los colores. Pero no me doblegaron, solo me hicieron a perpetuidad rebelde con causa y también desdichado. Sigo poniéndome enfermo cada vez que me asalta el olor de las sotanas. Me contaron que uno de los verdugos de mi niñez, ciclotímico acomplejado, violento, corrupto y miserable, abandonó el celibato, que se trasladó a otro continente, se casó, tuvo hijos, fue abandonado, murió solo, pobre y desolado en una caravana. No puedo sentir piedad. Le deseo ese infierno en el que al parecer creía.

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