El blues importa
De Robert Johnson quedan pocas grabaciones pero una huella enorme en la cultura popular. Este género, esencial para la identidad afroamericana, estaba mal visto en su tiempo
De Robert Johnson solo existen dos fotografías, ninguna filmación y 29 canciones grabadas. Queda la leyenda de que vendió su alma al diablo para que su guitarra sonara como dos o tres, una vida desgraciada que se truncó a los 27 años y una huella enorme en todo lo que vino después en la cultura popular.
La encrucijada del diablo, en Netflix, indaga en el misterioso pionero del blues moderno, cuyos acordes sirvieron también de base al rock. El documental salva la falta de material con animación y con estrellas posteriores (Keith Richards, Eric Clapton, Bonnie Raitt) que le rinden culto.
El blues, la expresión del sufrimiento de los explotados en las plantaciones del Misisipi, es un género esencial para la identidad afroamericana. Pero en los años treinta no estaba bien visto en la comunidad negra: era lo que tocaban y oían los hombres que bebían en las tabernas mientras las mujeres iban a la iglesia. Para las familias cristianas era algo diabólico. Johnson explotó el encanto de lo maldito y llenó sus letras de alusiones al maligno, insinuadas en Crossroad y explícitas en Me and the Devil Blues.
Si el blues venía del dolor, de eso Johnson sabía un rato: perdió a su primera mujer y a su bebé en el parto; tuvo otro hijo al que no se pudo acercar. Vivió vagabundeando en busca de locales donde tocar, y esquivando los linchamientos del Ku Klux Klan, hasta que murió en un bar, dicen que envenenado por un marido celoso, en agosto de 1938.
Nunca saboreó el éxito. En las décadas posteriores, los primeros rockeros y luego los hippies reivindicaron el blues y su leyenda. De sus continuadores, Jimi Hendrix, Janis Joplin y Brian Jones murieron a la misma edad. Son el club de los 27. Puede bastar una vida tan corta para cambiar la historia.
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