Detrás del depredador de gimnastas
Netflix estrena su documental sobre los abusos durante décadas en el equipo estadounidense
Durante casi 30 años Larry Nassar, médico de la Federación estadounidense de Gimnasia (USAG) y de la Universidad de Michigan, abusó sexualmente de centenares de niñas. Con la excusa de tratar sus dolencias deportivas, les tocaba los pechos y las penetraba con los dedos, vaginal y analmente. A veces se excitaba y a veces no. Lo hizo en su consulta, en El Rancho, la misteriosa instalación que albergó al equipo nacional durante décadas, y hasta en la Villa Olímpica de Londres 2012. Algunas estaban entre las mejores gimnastas del mundo; otras se quedaron en el camino. Gimnasta A: el médico depredador, el documental que Netflix estrena hoy, es el último intento de desentrañar el mayor escándalo deportivo del siglo.
La historia de Larry Nassar no solo es una historia terrorífica de abusos a menores sino de cómo las organizaciones que debían protegerlas —la federación, sobre todo, pero también el Comité Olímpico de EE UU y hasta el FBI— fracasaron e incluso encubrieron al pederasta. Para acercarse a esta historia, los autores del documental se sirven de dos grandes guías: la investigación de varios años de los periodistas del Indy Star, diario que destapó el caso, y la gimnasta que da título al trabajo.
La gimnasta A es Maggie Nichols, la adolescente que tras una estancia en el famoso y tenebroso rancho, hoy cerrado, le dijo a su entrenadora que Nassar había abusado de ella. Era junio de 2015. La entrenadora lo puso en comunicación de varios directivos de la federación pero estos en lugar de denunciar el caso a la policía abrieron una investigación interna que se prolongó durante semanas.
Poco después el equipo de investigación del Indy Star publicó su primera gran investigación sobre abusos sexuales en el mundo de la gimnasia: la federación había desestimado 54 quejas sin dar traslado de las denuncias a las autoridades. Ese artículo, en el que no aparecía Nassar, despertó a la tercera gran protagonista de esta historia: Rachael Denhollander, una gimnasta de club que había sufrido los abusos de Nassar y que más de 15 años después estaba dispuesta a denunciar. No fue la única. “Primero eran seis, luego 30, luego 60”, recuerda uno de los periodistas en el documental. Los abusos se remontaban a 1997 y la bola de nieve siguió creciendo hasta acabar con Nassar en prisión. Hasta 500 gimnastas han asegurado ser víctimas del ‘monstruo”, entre ellas Simone Biles, la mejor gimnasta del mundo, y otras ocho campeonas olímpicas.
La cinta cuenta muy bien (y no es fácil) ese proceso: las denuncias, la detención de Nassar, el registro de su casa donde aparecieron miles de imágenes pedófilas en varios discos duros, el juicio en el que centenares de víctimas se enfrentaron a él, incluidas algunas campeonas olímpicas como Jamie Dantzscher, Aly Raisman y Jordyn Wieber, o la comparecencia del entonces presidente de la federación, Steve Penny, en una comisión del Congreso con decenas de víctimas llorosas de testigo. También refleja a la perfección el sufrimiento y las dudas de la familia Nichols desde que denunciaron los hechos hasta ahora, pasando por el año 2016 en el que todo se les derrumbó cuando Maggie no fue seleccionada para ser parte del equipo olímpico de Río 2016 ni siquiera como reserva.
Pero lo más interesante del trabajo dirigido por Bonni Cohen y Jon Shenk no es la figura de Nassar, sobre la que apenas escarba, ni cómo consiguió mantener ocultos sus delitos durante tantos años, ni siquiera el sufrimiento de las víctimas. Lo más valioso es cómo describe la cultura de trabajo que rodea desde hace décadas a un deporte extremadamente exigente, que protagonizan niñas y que favorece los abusos impunes. Niñas acostumbradas al trabajo duro —hasta 35 horas semanales de entrenamientos—, que sufren lesiones y se sobreponen; niñas que deben pesar poco, ser fuertes y flexibles; niñas sin miedo para saltar pero sumisas y entregadas al sueño de los Juegos Olímpicos.
“El abuso físico y anímico era la norma. La metodología era la crueldad”, recuerda en el documental Jennifer Sey, una de las mejores gimnastas de EE UU a finales de los ochenta y que es una de las productoras del documental. En esos años Estados Unidos no era la potencia que es hoy. La llegada a EE UU de los Karolyi, los entrenadores de Nadia Comaneci y fundadores de El Rancho, hoy cerrado, profundizó en esa cultura. En Rumania, Karolyi “pegaba a las chicas, las insultaba, las abofeteaba. [Su mujer] Martha las cogía del cuello. En Rumania eso era aceptable”, recuerda en la cinta el coreógrafo que huyó con ellos a Estados Unidos. En EE UU, no. Pero cuando llegaron los resultados, los campeonatos olímpicos y mundiales y las gimnastas estadounidenses se acostumbraron a ganar, la gimnasia se convirtió en un negocio.
La idea que queda tras ver este documental, de tono sobrio y ritmo tranquilo, es que a nadie le interesaba que todo eso saltara por los aires. Para eso tuvo que producirse la tormenta perfecta: una adolescente a la que su familia creyó y apoyó, unos periodistas que no desfallecieron y una víctima convertida en abogado que llevaba muchos años esperando el momento.
Maggie Nichols no fue a los Juegos de Río 2016 pero se convirtió en la mejor gimnasta universitaria. El Rancho está cerrado. Nassar sigue en prisión. La investigación contra la federación y el COI sigue en marcha. Y Simone Biles es una de las 140 firmantes de la demanda contra ambas organizaciones por el escándalo.
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