Colmenas inteligentes para combatir el colapso de las abejas
Los apicultores confían en que un aumento en la producción de miel por medio de la tecnología sane el hábitat de los antófilos y frene su desaparición
La apicultura española lleva tiempo coqueteando con la tecnología, pero es este año, en oportuna casualidad, cuando parece adaptarse más decididamente a la era digital. Lo hace mediante un convenio de colaboración entre el grupo alemán T-Systems y la Universidad Politécnica de Cartagena, que de manera conjunta han instalado colmenas monitorizadas en la ciudad murciana y Valencia para descubrir por qué desaparecen tantas abejas y cómo afectan los factores medioambientales a la producción de miel. Ambos hallazgos impulsarán un sector que supone un 0,44% de la producción total ganadera, con un valor anual estimado en 62 millones de euros, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
El proyecto ha instalado colmenas inteligentes por Europa —Alemania, Austria, Bélgica, Suecia— y desde enero también en Cartagena y Valencia. Todas están provistas de sensores que miden la humedad, la temperatura interior y exterior y el peso de la colmena. Esos datos se envían a la nube y aparecen desglosados en tiempo real en una web.
En paralelo, la Universidad de Cartagena trabaja en un sensor que mide la carga electroestática acumulada por las abejas en vuelo y unas etiquetas RFID para conocer la trazabilidad de los insectos. “Correlacionando estos datos, un apicultor sabrá si su colmena tiene problemas con la reina, si está a punto de escindirse, si las abejas tienen estrés, cuál es su ciclo vital o qué viajes hacen en un día”, anticipa Eduard Contijoch, ingeniero de T-Systems.
El convenio durará un mínimo de dos años y apenas se han consumido siete meses, la mitad en parón confinado, de modo que aún es pronto para extraer conclusiones de enjundia. Lo más que ofrecen las colmenas es una lectura preliminar: “Detectamos que cuando las abejas se recogen al caer la tarde registran un peso máximo y este peso desciende por la noche un cierto valor, achacable al consumo de miel requerido para mantener la temperatura de su colmena. De ahí podemos deducir cuál es el consumo anual de una colmena. Este dato nos dirá cuánta miel debemos dejar durante la cosecha para que las abejas sobrevivan en los periodos sin floración”, explica Karim Belhaki, apicultor en Miel Costa Cálida y encargado de la colmena de Cartagena, ciudad elegida para el proyecto gracias a la iniciativa de su universidad.
Según Belhaki, en el futuro los apicultores sabrán de manera telemática las constantes vitales de sus colmenas y actuarán en consecuencia, viajarán para atenderlas o, en línea con los nuevos tiempos, seguirán su evolución desde el móvil. Un salto al trabajo poscoronavirus que deja atrás el carácter atávico de la apicultura. “Necesitamos incrementar el nivel tecnológico en el sector primario y este dispositivo es muy positivo para nosotros, esperemos que las colmenas inteligentes estén en el mercado pronto y a un precio asequible”, afirma Urbano González, presidente de la Asociación Española de Apicultura, que pide democratizar el desarrollo para hacerlo accesible a los casi 24.000 apicultores registrados en España. Extremadura, con el 22% del total de las colmenas, Andalucía (19%), Castilla y León (15%) y Comunidad Valenciana (12%) son las comunidades más volcadas en el sector.
Valencia ‘bee friendly’
Un aspecto importante del estudio es la comparación de métricas entre colmenas rurales y colmenas urbanas. Valencia participa en el proyecto como pionera de la apicultura en ciudad, menos frecuente pero muy productiva. “Cuando el peso de la colmena aumenta significa que hay más abejas y más miel, y aquí tenemos un peso alto, con unas 50.000 abejas activas, porque el clima es propicio y la floración se solapa todo el año”, resume el apicultor Vicente Pradas.
Aunque las colonias de abejas permanecen a cierta distancia de las ciudades —400 metros mínimo, según marca el Real Decreto 209/2002—, la colmena inteligente de la capital del Turia produce miel sobre la azotea del Observatorio del Árbol, en los Jardines de Viveros, en plena urbe. Valencia es, en ese sentido, una anomalía nacional con sus 20 colmenas municipales repartidas por la ciudad, enmarcadas en el proyecto de naturalizar el paisaje urbano. Al contrario que Nueva York, Londres o París, las metrópolis españolas solo pueden alojar colmenas dedicadas a la investigación. Valencia ya lo hace con una población de dos millones de insectos, pero quiere más.
La concejalía de Ecología Urbana, con el vicealcalde Sergi Campillo al frente, estudia desarrollar una ordenanza propia que permita fomentar la apicultura urbana “regulando las condiciones de instalación de colmenas, su mantenimiento y el régimen jurídico de su funcionamiento”. Para ello elevará un informe a la Generalitat Valenciana en el que se destaca que las abejas de ciudad encuentran alimento todo el año en jardines, balcones y alcorques.
Las experiencias extranjeras de colmenas en edificios como el Grand Palais de París o el hotel Waldorf Astoria de Nueva York demuestran una cohabitación entre personas y abejas armoniosa; son un bioindicador de la calidad del lugar excelente y además juegan un papel fundamental como polinizadoras del 70% de los cultivos que proporcionan el 90% de lo que come la humanidad, según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente. “Son nuestras principales polinizadoras. Tenemos que apoyarlas porque hay un declive de la población de abejas melíferas a escala mundial”, explica el vicealcalde.
¿Dónde están mis abejas?
Es el gran temor de los apicultores en las últimas décadas: las abejas desaparecen de las colmenas y los titulares más alarmistas llegan a plantear su extinción. Un apocalipsis de polinizadores que tiene nombre académico: síndrome de despoblamiento de colmenas. Pero lo cierto es que en España hay más colmenas que nunca. Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en marzo de 2019 había censadas 2.961.353 colmenas, un 20% más que hace ocho años. España es el país comunitario más importante en cuanto a producción apícola, con un 17% del censo total comunitario y una producción aproximada de 30.000 toneladas anuales.
La abeja negra autóctona —apismellifera iberica— no está en peligro de extinción, pero la preocupación del sector tiene sentido porque a la vez que aumentan las explotaciones también se multiplican las amenazas. “Algunos apicultores me hablan del misterio de la desaparición de sus abejas, dicen que salen de las colmenas y nunca vuelven, como si se las llevaran los extraterrestres”, explica Patricia Combarros, veterinaria especializada en apicultura.
“El problema principal sigue siendo la varroa, un ácaro que afecta al sistema inmunitario de larvas y abeja adultas y dispara su mortandad. Ahora también sufren a la avispa asiática, el hongo nosema ceranae, los pesticidas y el estrés provocado por las consecuencias del cambio climático”, afirma la veterinaria. “Todos estos factores hacen que las abejas mueran fuera de la colmena, debilitadas y desorientadas, por eso se habla de una aparente volatilización”.
¿Cómo puede ayudar la colmena inteligente a combatir estas muertes? Los apicultores consultados creen que ayudará de manera indirecta con un aumento en la producción de miel, pues una colmena sana es una colmena productiva.
El coronavirus apícola
Cualquier ayuda contra la varroa será bienvenida. Este ácaro llegó a España en 1985 y su expansión fue devastadora, arrasó con casi todas las colonias silvestres del país. “Yo nací cerca de las pinturas rupestres de las cuevas de la Araña, uno de los primeros vestigios de la recolección de miel por parte de los humanos, y en esa zona siempre había enjambres metidos entre las rocas. Cuando iba con mi abuelo siempre veía las abejas. Hasta que llegó la varroa y desapareció todo”, rememora Vicente Pradas. “La abeja vivía sola en la naturaleza sin recolectores. Pero le ocurrió lo mismo que a nosotros con la covid-19: entró la varroa de Asia y tuvo que adaptarse a una nueva normalidad, adquirió nuevos hábitos. Desde entonces es incapaz de superar la enfermedad por sus propios medios”, afirma el apicultor.
¿Subsistirían las abejas de no ser explotadas económicamente? “Imposible, el apicultor y la abeja forman una simbiosis, no pueden vivir el uno sin el otro”, opina Pradas. Redunda en esa opinión Patricia Combarros, aunque añade un punto de autocrítica: “A veces creemos que la apicultura es la salvadora del mundo y en realidad hay muchos polinizadores silvestres que ya viven sin nosotros, de hecho los desplazamos de su entorno dificultando su viabilidad. Es cierto que la abeja tiene hoy más amenazas que nunca, pero es en parte consecuencia de sobreexplotar determinadas zonas, juntar mucha carga apícola en un mismo sitio y favorecer la transmisión de enfermedades. Si las abejas estuvieran aisladas no sufrirían tanta varroa. Ahora bien, sin nosotros es complicado que salgan adelante. De modo que somos a la vez el problema y su solución”.
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