El boicot de las redes sociales a Trump da alas al victimismo populista
El cambio en las normas de las plataformas con respecto a los discursos del odio refuerza el victimismo de líderes y partidos populistas, que buscan otras redes para difundir sus mensajes
Las redes sociales han comenzado a caer una detrás de otra para el presidente de EE UU, Donald Trump. Primero fue Twitter, la siguió Facebook y la lista la han completado esta semana Reddit, Twitch, Snapchat y YouTube. No han censurado sus cuentas (excepto Reddit), sino que han comenzado a eliminar o etiquetar mensajes que incitaban al odio, la violencia o, directamente, mentían.
El cambio en las políticas de las plataformas, sin embargo, también ha servido para reforzar el victimismo del presidente, acostumbrado a presentarse como garante de la realidad verdadera, escondida por los medios de comunicación y el denominado establishment. La misma estrategia ha encumbrado desde 2016, año en el que las redes certificaron su hegemonía mediática en el debate social y electoral, a líderes populistas como Mateo Salvini, Rodrigo Duterte, Santiago Abascal y Jahir Bolsonaro. “Muchos políticos han jugado a ser víctimas del sistema mediático. Dentro de este complot están ahora las redes sociales, a las que acusan de no poder expresar la verdad… mejor dicho, su verdad. Vox sería un buen ejemplo en España”, explica Paolo Gerbaudo, sociólogo y director del Centro para la Cultura Digital en el King’s College de Londres.
La demanda de moderación en el contenido en redes, de repente, se ha convertido en una nueva oportunidad política. Más aún en Estados Unidos, que el próximo mes de noviembre decide si Trump reedita la presidencia por cuatro años más o cambia a manos del candidato Demócrata, Joe Biden. “Su estrategia en Internet va a seguir siendo la misma: acallar y desmovilizar a sectores de la población que le son desafectos. O las redes se toman esto en serio o favorecerán a un presidente que hará todo lo posible por impugnar los resultados electorales”, sostiene Víctor Sampedro, catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política en la Universidad Rey Juan Carlos.
....Twitter is completely stifling FREE SPEECH, and I, as President, will not allow it to happen!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) May 26, 2020
Tal es la pericia digital con la que cuenta que poco importa que Facebook, Twitter o YouTube comiencen a eliminarle mensajes. Hasta obtiene mayor beneficio debido al morbo que genera. En palabras de Simon Usherwood, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Surrey, incrementa el interés de la gente por ver y entrar en lo que se ha borrado. Y en caso de que no consiga trasladar sus ideas, dispone de otras plataformas para que los seguidores consuman sus píldoras sociales. “Parler la utilizan mucho los movimientos conservadores de Estados Unidos. Es parecida a Reddit y la promovieron como alternativa a Twitter, que para ellos era una herramienta de censura”, precisa.
Una imagen censora a la que apelan recurrentemente en las redes. En Italia, por ejemplo, Facebook cerró la cuenta de CasaPound, un partido neofascista, y a los tres meses la justicia obligó a su reapertura. No escondían imágenes con el saludo fascista, idolatraban a Benito Mussolini y lanzaban campañas contra los inmigrantes. Esta decisión judicial alentó su mensaje de seres oprimidos por el sistema, de unas plataformas que ocultan la realidad. “Siempre habrá contenidos extremos que haya que erradicar, como la pedofilia, el nazismo o el terrorismo. Deberíamos asumir que el comportamiento en redes sociales no es una broma y conlleva consecuencias”, argumenta Gerbaudo.
Apostar por la inteligencia artificial
Las dudas sobre cómo atajar el odio y la violencia divide a los expertos. Los perfiles públicos son más fáciles de controlar, pero quienes comentan y retuitean emplean palabras más gruesas y viscerales y escapan más fácilmente del radar. Usherwood apuesta por la automatización y la inteligencia artificial. Entiende que es la forma más sencilla de rastrear Internet, aunque con un pero relevante: los algoritmos tienen prejuicios. “También ha generado daños sociales. Hace falta programarlos justa y equitativamente. Debemos tener cuidado con dónde establecemos los límites. Se trata de un ensayo y error, así como contratar a más profesionales”.
Prohibir determinadas palabras o frases se antoja insuficiente, por mucho que las grandes tecnológicas hayan comenzado por aquí. En China es habitual eludir la censura política gracias al lenguaje. Da igual que las redes no dejen publicar determinadas expresiones. Si alguien quiere lanzar un mensaje, lo consigue. “No deberíamos depositar demasiadas esperanzas en contener comportamientos digitales como el de Trump con los cambios normativos impuestos por Twitter y Facebook”, lamenta Usherwood.
Nueva Zelanda, en cambio, sería un referente a seguir. Ejemplo desde hace una década de código abierto y descentralización en la comunicación digital. La población puede desarrollar plataformas de control de datos y someterlas al escrutinio público. Una aproximación que el antiguo líder laborista, Jeremy Corbin, llevó en su programa electoral. El atentado en marzo del año pasado contra una mezquita en Christchurch evidenció esta política como antídoto contra la xenofobia. “Frenó cualquier discurso de odio contra la comunidad musulmana. Más recientemente ha servido de dique de contención contra la infodemia de la covid”, sugiere Sampedro.
Una Europa demasiado heterogénea
Haber llegado a tal nivel de decibelios y toxicidad en las redes responde a la eficacia de la viralidad como altavoz mediático. Los usuarios reaccionan en seguida a contenidos controvertidos y sensacionalistas. Un mecanismo barato para captar la atención de posibles votantes o para erigirse en representantes públicos a imitar. En Europa hay ejemplos, como cuando Twitter bloqueó la cuenta de Vox, de contención del odio, pero su heterogeneidad complica controlarlo. En Francia, Polonia, Finlandia, Alemania o Bélgica la xenofobia camina por senderos diferentes, con particularidades que las compañías no pretenden supervisar.
“A diferencia de Estados Unidos, en nuestro continente no controlamos ninguna de estas plataformas. Carecemos de soberanía tecnológica sobre ellas. Y esto puede ser peor por la batalla fiscal abierta contra los gigantes digitales”, apunta Gerbaudo.
La propia idiosincrasia europea restringe más si cabe las posibilidades de actuar contra estos mensajes. Usherwood tiene claro que existe mayor preocupación por los procesos, no tanto por el resultado. Es decir, que nadie espere que la Liga Norte, Vox, el Frente Nacional o Alternativa por Alemania pierdan sus cuentas de las redes sociales. “Apostamos más por la protección de categorías, como luchar contra el racismo. A la Unión Europea le falta una posición mejor para atajar integralmente estos fenómenos”.
El próximo debate que anticipan los expertos se jugará conforme a dos opciones diferentes. O la ciudadanía canaliza a través de los políticos una legislación que proteja las redes como un bien común —entre otros motivos porque las nutrimos con el valor de nuestros datos— o los Estados y las big tech pugnan por convertirlas en propaganda e imponer un mercado publicitario concreto. “Estamos frente a una situación de no retorno. Si las dinámicas actuales imperan, la distopía que ya es presente se hará manifiesta y cerrará la evolución y el desarrollo de la civilización”, concluye Sampedro.
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