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TECNOLOGÍA DEL FUTURO

Retos de un futuro posthumano

Chips subcutáneos, métodos electromagnéticos para potenciar nuestro cerebro, prótesis externas. La incorporación de la tecnología a nuestro cuerpo y mente abre una nueva era

Retrato de la atleta norteamericana Aimee Mullins.
Retrato de la atleta norteamericana Aimee Mullins.Howard Schatz

La ideología transhumanista –sobre la cual se ha debatido poco en nuestro país- pretende ofrecer a nuestras sociedades contemporáneas un relato futurista que dé una cobertura filosófica, moral e, incluso, espiritual a la dimensión tecnológica del proyecto neoliberal postmoderno en este siglo XXI.

Para esta corriente tecno-optimista, tenemos ante nosotros la responsabilidad de conducir el proceso evolutivo de la humanidad y de transformar radicalmente (mejorar) al ser humano, mediante la interacción e implementación en nuestro cuerpo y mente de tecnologías emergentes más allá de los condicionamientos y límites que nos impone la naturaleza, de la que somos parte inescindible.

Según el movimiento transhumanista, y tal como afirma uno de sus insignes oráculos, el ingeniero de Google Ray Kurzweil, la Singularidad será un acontecimiento que sucederá dentro de unos años con el aumento espectacular del progreso tecnológico, y debido al desarrollo de la inteligencia artificial y a la convergencia de las tecnologías NBIC (Nanotecnología, Biotecnología, Tecnologías de la Información y de la Comunicación y Neuro-Cognitivas). Esa situación ocasionaría cambios sociales, culturales, políticos y económicos inimaginables, imposibles de comprender o predecir por cualquier humano anterior al citado acontecimiento. En esta fase de la evolución el transhumanismo predice que se producirá la fusión entre tecnología e inteligencia humana, dando lugar a una era en que se impondrá la inteligencia no biológica de los posthumanos. A lo largo de este proceso el transhumanismo quiere difundir una ideología y una cultura favorables al “mejoramiento humano” (del inglés “human enhancement”) a través de la adopción de unas mejoras artificiales en el ser humano (genéticas, orgánicas, tecnológicas) con el objetivo declarado de hacerlo más inteligente, más longevo, más perfecto, más feliz, incluso para que pueda llegar a alcanzar la inmortalidad cibernética y la conquista del universo. No obstante, esta cosmovisión puede comportar riesgos. ¿Estamos preparados para ese cambio radical o bien pensamos que hay que conservar nuestro patrimonio genético y seguir siendo personas humanas, con nuestras limitaciones, pero conservando nuestra libertad y dignidad inalienables?

Constatamos que la aspiración de perfeccionarse es intrínseca a la naturaleza humana, que ha aunado los mecanismos selectivos propios de la evolución con la transmisión del saber científico-técnico (desde el fuego, el hacha y la rueda al ordenador, el cohete y el automóvil) y cultural (como el lenguaje, las artes, la religión). Autores clásicos como Ovidio (Metamorfosis) ya soñaban en “mutaciones” de los seres humanos que hoy constituyen la pretensión de los transhumanistas, que auguran así un “humano mejorado” (o “transhumano”) primero y de un “posthumano” superior después. Como afirmaba Günther Anders, uno de los padres de la tecnoética, el ser humano actual padece de “envidia prometeica”: se descubre inferior a las máquinas que él mismo ha fabricado y aspira a transformarse radicalmente usando la tecnología a su alcance.

Se quiere difundir una ideología favorable al “mejoramiento humano” para hacerlo más inteligente, más longevo, más perfecto, más feliz, pero esta cosmovisión puede comportar riesgos

Así, podría definirse el mejoramiento humano como el intento de perfeccionamiento, transitorio o permanente, de las condiciones orgánicas y/o funcionales actuales del ser humano mediante la tecnología. No se trata ya de la loable curación de personas enfermas, sino de potenciar de tal modo a las personas sanas, mediante el impresionante arsenal tecnológico en desarrollo, de modo que se genere un abismo entre humanos mejorados y no mejorados. Tecnologías de uso dual como los chips subcutáneos que nos permiten abrir puertas sin usar llaves pero que también nos geolocalizan, prótesis externas e internas al estilo de Blade Runner que nos doten de superpoderes, técnicas genéticas como el CRISPR que sirven tanto para acabar con peligrosos parásitos como para modificar nuestro ADN de forma eficiente y permanente, métodos farmacoquímicos o electromagnéticos de aumentar artificialmente –y sin esfuerzo- nuestras funciones cerebrales como la memoria, la agudeza sensorial o la capacidad de cálculo, o intervenciones con células troncales que regeneren nuestros tejidos viejos o dañados, son algunos de los ejemplos de aumento de nuestras capacidades que nos convertirían en transhumanos.

Para adelantar el advenimiento de la Singularidad, el transhumanismo nos propone tres elementos fundamentales: la Superinteligencia, la Superlongevidad y el Superbienestar.

Los transhumanistas auguran un “humano mejorado” (o “transhumano”) primero y un “posthumano” superior después

En relación con la Superinteligencia, esta corriente de pensamiento insiste en que la explosión predictiva de la capacidad de computación alumbrará una inteligencia artificial que, tal vez, llegue a adquirir incluso una consciencia simulada en silicio. Si al final los humanos nos integrásemos –voluntariamente- en las tecnologías convergentes podríamos, según ellos, llegar a estar en contacto directo con esa inteligencia artificial. El resultado sería que nos fusionaríamos efectivamente con ella y sus habilidades se convertirían en las nuestras. Eso impulsaría a la especie humana, en opinión del filósofo transhumanista Nick Bostrom, a un periodo de Superinteligencia

Respecto a la Superlongevidad, Aubrey de Grey, experto en investigación sobre el envejecimiento, sostiene, desde una visión transhumanista, que nuestras prioridades están fundamentalmente sesgadas y que tenemos que empezar a pensar seriamente en prevenir la enorme cantidad de muertes debidas al envejecimiento. Algunos transhumanistas van más allá y financian procesos criónicos, o incluso proyectos de una inmortalidad cibernética, que se nos antojan utópicos.

Finalmente, el filósofo transhumanista David Pearce expone que el Superbienestar tiene como objetivo, en primer lugar, investigar y eliminar el sufrimiento, y en segundo lugar, alcanzar la abundancia y la felicidad para todos, o sea, un nuevo “paraíso terrenal”.

Debemos evitar que las personas seamos transformadas en un sensor o en un producto tecnológico que sirva únicamente a intereses privados de mercado y/o de la guerra

Las propuestas del transhumanismo nos interpelan y no podemos ni debemos huir de nuestra responsabilidad, como seres humanos, de dar una respuesta coherente de acuerdo a nuestra naturaleza, libertad y dignidad. Urge evitar que el mejoramiento sea solo para ricos o para una elite perteneciente a una noocracia no democrática que domine el mundo, o que se haga sin tener en cuenta los riesgos asociados a las nuevas tecnologías y a nuestra propia ignorancia del ser humano y de la naturaleza. Debemos evitar que las personas seamos transformadas en un sensor o en un producto tecnológico del capitalismo neoliberal –le llamen transhumano o posthumano- que sirva únicamente a intereses privados y a las fuerzas desbocadas del mercado y/o de la guerra. Estos retos no dejan de ser los que han existido a lo largo de toda nuestra historia, pero asumen ahora una dimensión tal que, por primera vez, se plantea una intervención directa en el proceso evolutivo que puede llevar a nuestra desaparición como especie. ¿Qué hace al ser humano tan diferente del resto de seres vivos y, nos atrevemos a decir, tan único, tan singular? No es la ciencia y la técnica, sino la cultura, la educación, las humanidades, como afirma el biólogo Edward Wilson en su reciente libro The Meaning of Human Existence (2015). Un ser humano que posee la extraordinaria tarea de cuidar, de forma responsable, el planeta Tierra, y no de contribuir a su destrucción prematura, de proteger al más débil y vulnerable y no de menospreciarlo o eliminarlo, de orientar el innegable progreso científico-técnico hacia el bien de todos y no solo de algunos privilegiados. Sean o no ilusorias las aspiraciones del transhumanismo la sociedad debe tomar conciencia de las mismas, abrir un amplio debate interdisciplinar y ejercer, desde un pensamiento crítico, una auténtica democracia real favorable al interés colectivo y al bien común. Construyamos pues, mediante una ética global que respete la dignidad inalienable de las personas, y bajo los principios civilizatorios de Libertad, Igualdad y Fraternidad recogidos en la Declaración Universal de la ONU (1948), una auténtica Humanidad para el siglo XXI.

Albert Cortina, abogado y urbanista. Director del Estudio DTUM.

Miquel-Àngel Serra, doctor en Biología. Gestor de investigación en la Universidad Pompeu Fabra.

Coordinadores y autores del libro “¿Humanos o posthumanos? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano” (Fragmenta Editorial, 2015)

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