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El reloj de Samsung, caro y poco inteligente

El accesorio de un accesorio no puede costar cerca de 300 euros, como ocurre con el Galaxy Gear

El Gear en la muñeca del autor del artículo.
El Gear en la muñeca del autor del artículo.

La elección de un reloj es muy personal; dice mucho de la persona que lo lleva. Por eso, para empezar, hay que decir que el Samsung Galaxy Gear no es para todo el mundo, pese a la fiebre mediática generada con la presentación de este producto electrónico a la vez en Berlín y Nueva York. Y quien espere que el artilugio le hará más inteligente que los que no lo llevan, que siga esperando.

El Gear tiene a primera vista la misma dimensión de aquellos relojes calculadora de Casio que te prohibían llevar los profesores en los exámenes de matemáticas para no jugar con ventaja. Este es el doble de grueso. La otra cosa que llama mucho la atención nada más verlo son los cuatro tornillos de las esquinas de la caja, entre la pantalla Amoled y las dos correas.

Hay que decir que los famosos tornillos resaltan más en las fotos que en la realidad. De hecho, no se le presta más atención que la del primer contacto visual. Llevarlo en la muñeca tiene su cosa al principio. La correa, por seguridad, es robusta. Una vez se encuentra la posición, se ajusta bien al brazo aguanta sin moverse. Para la dimensión que tiene, no pesa mucho.

Antes de apretar el único botón del Gear y ponerlo a funcionar, una valoración más estética. Para el que esté acostumbrado a relojes grandes, no le cambiará mucho las cosas. Pero viendo el diseño del aparato y los colores en los que se presenta, es difícil pensar que un profesional de Wall Street lo vaya a llevar al trabajo. También cuesta verlo en la muñeca de una mujer.

Evidentemente, la clave de esta especia de control remoto del móvil iba a estar en la pantalla, la nueva puerta a Internet que supuestamente se abre en la muñeca. Al encenderlo, lo primero que aparece en el modelo es la hora en formato digital, con una tipografía fina, en blanco sobre fondo negro. Se lee perfectamente. La apariencia se puede cambiar. Las funciones se van presentando después en tarjetas que se desplazan con gestos del dedo.

La pantalla es táctil, de 1,63 pulgadas y resolución 320 por 320 pixeles. Tiene altavoz, dos micrófonos y una pequeña cámara de 1,9 megapixeles en la manilla que mira hacia el exterior del brazo. Se pueden tomar fotos y vídeos de 10 segundos con sonido. Si se busca calidad de imagen, mejor disparar con el teléfono. En el interior lleva un procesador de 800 megahercios.

Esencialmente lo que busca Samsung con el Gear es que su público esté siempre conectado a su teléfono sin tener que tocarlo. En la práctica, eso significa poder hacer una llamada mientras se escribe, se conduce o se hace la compra, siempre que el teléfono se encuentra a menos de 1,5 metros de distancia. A más distancia no se entienden.

Una de las funciones del reloj es la de marcador. También se pueden escribir mensajes y actualizar el calendario o los contactos gracias a S Voice, que funciona correctamente.

La prueba de llamada no se pudo hacer porque el Gear está vinculado solo a un Galaxy Note 3 sin contrato; pero si se al final nos hemos acostumbrado a ver a la gente hablar sola por la calle, quizás también pasee con el codo hacia arriba y la muñeca hacia la boca como popularizaron Michael Knight y Dick Tracy. En cualquier caso, es cierto que cada vez se habla menos por móvil.

En un primer contacto, la función más práctica es la de controlador del reproductor de música, junto, en el caso del deportista, a la del podómetro, siempre claro que se quiera cargar con un Note 3, con el peso que tiene.

La clave estará en las aplicaciones que se vayan creando para darle vida y mejorar su rendimiento. Eso es lo que podría convertirlo en un dispositivo atractivo. Empezará con unas 70, pero el reloj solo soporta una decena de aplicaciones desarrolladas por terceros además de las preinstaladas.

La respuesta del aparato a los gestos es mejor de la esperada para ser la primera generación, aunque lenta comparada con la del móvil. Aún así, con la baja resolución de la pantalla y la dimensión, en este momento tan incipiente está por ver que pueda servir para mucho más que para ojear apuntes, ver el tiempo o dar órdenes al S Voice. También habrá que ver si las próximas versiones permiten usar el reloj sin tocar el botón de inicio.

Todo esto, por 299 dólares en EE UU. Si al diseño y el tamaño se suma lo que vale, cuesta pensar que vaya a movilizar a las masas un aparato que no deja de ser un accesorio auxiliar de otro accesorio. Ese precio lo convierte en un aparato bastante caro con correa de plástico. Si además se tiene en cuenta que funciona hermanado con el Galaxy Note3 y la nueva tableta 10,1, los dos con Android 4,3, hay que sumarle el precio de esos dispositivos electrónicos o cualquier otro que, en el futuro, sea compatible con otros Galaxy. No tiene sentido que este relojito de funciones limitadas cueste más que una tableta de la misma marca.

Que Samsung incurra en este error, cuando se ha especializado en competir en precios más bajos (de momento su reloj es bastante más caro que los de Sony, Pebble o Qualcomm) podría significar que lanza el producto como un banco de pruebas para ver la respuesta del consumidor o que se ha creído que el éxito de sus móviles garantiza una fidelidad general a su productos. Lo primero se arregla, lo segundo sería más preocupante.

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