Un pionero tecnológico que hizo ganar mucho dinero a otro
Geoff Goodfellow es un empresario de Silicon Valley que ideó algo que vale 612,5 millones de dólares. Pero nunca verá un céntimo de ese dinero. Sigue siendo poco conocido incluso en Silicon Valley y, quizá esto sea lo más sorprendente, en realidad no le importa. He aquí una de las historias más extrañas acerca de la innovación y el dinero en el mundo de la tecnología.
Después de dejar el bachillerato a medias, Goodfellow tuvo su momento brillante en 1982, cuando se le ocurrió la idea de enviar mensajes electrónicos por vía inalámbrica a un dispositivo portátil, como una BlackBerry. Lo que ocurre es que por aquel entonces no existían las BlackBerry, y su proyecto se centró en los buscas. Al final obtuvo financiación para crear un servicio de correo electrónico inalámbrico a comienzos de los años noventa, pero fracasó.
Así que, en 1998, Goodfellow se trasladó a Praga y compró un bar. Cuando estaba en Praga, salió al mercado el BlackBerry. Mientras se ocupaba del bar, creía que todos habían olvidado que él fue el primero al que se le había ocurrido la idea
del correo electrónico inalámbrico. Y así era, excepto en el caso de James H. Wallace Jr., un abogado de Washington que trabaja para una de las empresas involucradas en un pleito de patentes por el invento de Goodfellow. Wallace representaba a NTP, una empresa que defendía sus patentes sobre el correo electrónico inalámbrico. A comienzos de 2002, el abogado viajó a Praga dos días después de hablar por primera vez con Goodfellow para presentarse.
Goodfellow dice que a NTP le preocupaba que sus anteriores trabajos pudieran poner en peligro los derechos de patente, y la empresa hizo todo lo posible por asegurarse de que no fuera así. "Se me puso una enorme sonrisa en la cara al saber que alguien había indagado lo suficiente como para llegar a la persona que lo empezó todo", recuerda Goodfellow. "En pocas palabras, Wallace quería escuchar mi historia". Según recuerda Goodfellow, en una visita al año siguiente, Wallace le presentó a un compañero diciendo: "Geoff es el inventor del correo electrónico inalámbrico. Mi cliente patentó algunas de las operaciones de aplicación del sistema". Wallace, en una respuesta por correo electrónico a las preguntas de un periodista, se muestra en desacuerdo con la cita.
Pero hay dos cosas ciertas. Goodfellow, uno de los primeros miembros de la cultura informática de Silicon Valley, desdeñó la idea de proteger sus ideas con patentes. Y Thomas J. Campana Jr., un inventor de Chicago sin tantos escrúpulos, patentó la idea del correo electrónico inalámbrico una década después del trabajo original de Goodfellow. Campana, fallecido en 2004, fundó NTP, y el registro de su patente proporcionó enormes beneficios a la empresa, que recibirá 612,5 millones de dólares en un acuerdo alcanzado recientemente para la resolución del pleito por infracción de patente contra Research in Motion (RIM), fabricante de la BlackBerry.
Para los expertos jurídicos y tecnológicos, la historia del trabajo pionero de Goodfellow es una muestra de los fallos del sistema de patentes estadounidense, que se creó para recompensar la creatividad individual, pero que se ha ido transformando cada vez más en un club para empresas gigantescas y bufetes de abogados emprendedores. Varios expertos jurídicos sugieren que el trabajo de Goodfellow podía haber constituido una información pública importante para la aplicación de una patente, y debería haber sido revelado por ambos litigantes a los evaluadores de la patente y a los tribunales.
"En mi opinión, existe una posible cuestión ética", afirma Mark A. Lemley, catedrático de la Universidad de Stanford especializado en leyes de patentes. "El tema esencial es que los abogados tienen la obligación de revelar todo lo que sepan sobre el trabajo previo de Goodfellow y presentar a este último en calidad de testigo".
A pesar de lo que podría haber ocurrido, Goodfellow no lamenta nada. Su desprecio por las patentes lo comparten de forma generalizada muchos innovadores de Silicon Valley, en especial los creadores de programas de código abierto, cuya tecnología compite con productos de empresas como Microsoft. Pero sigue siendo un punto de vista muy polémico. "No se patenta lo obvio", opina. "La forma de competir es creando algo más rápido, mejor y más barato. No encierras tus ideas en una patente y luego te duermes en los laureles".
En cualquier caso, opina Wallace, "el problema radica en los detalles. Supongamos que escribo algo que dice que la teletransportación es posible simplemente transmitiendo la energía a un lugar distante y reconvirtiéndola en materia. ¿Significa eso que mis declaraciones ponen en duda las patentes de la primera persona que consiga que el sistema funcione? Ningún abogado de patentes argumentaría algo así".
Otros adoptan un punto de vista distinto. "La moraleja de la historia es que, desde hace mucho tiempo, se está utilizando mal el sistema de patentes", afirma Mitchell D. Kapor, fundador de Lotus Development Corporation, una editorial sobre temas informáticos, y asesor de Goodfellow a principios de los años noventa. "Si se hubiera utilizado adecuadamente, NTP nunca habría emitido sus patentes, y nunca habría tenido fundamentos para presentar una demanda contra RIM".
En 2004, Goodfellow vendió el bar de Praga y volvió a Silicon Valley para ayudar a su hermano a dirigir una empresa de fotografía por Internet. También preside una nueva empresa que trabaja en tecnología de protocolo de voz por Internet. En su tiempo libre, es pinchadiscos voluntario en la emisora de radio estudiantil de Stanford. El programa, beat.net, es su forma de seguir buscando tecnología punta.
"Realmente me interesa el cruce entre tecnología y ocio", dice Goodfellow, que acaba de cumplir 50 años. "Hoy en día, todavía intento pasar el tiempo haciendo cosas nuevas".
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