_
_
_
_

De Leonardo al mayordomo japonés

Breve repaso a la historia de los autómatas

01. ¿Cuál fue el primero?

No es fácil adjudicar el título de primer robot. En 1495, el polifacético Leonardo da Vinci diseñó los planos de un hombre mecánico: una armadura con motores que la movían como si hubiera alguien dentro. También hubo juguetes programables de varios tipos —un flautista que tocaba hasta 12 canciones, un patito que comía…—. Pero si se entiende por robot una máquina programable que percibe su entorno o parte de él y que realiza alguna acción, entonces ninguno de los anteriores eran robots. De todas formas, tampoco se les podía llamar así porque el término no se acuñó hasta 1920. El autor checo Karel Capek bautiza con él a los personajes de una obra con moraleja: un científico crea los robots para ayudar a los humanos en sus tareas, pero cuando son enviados a luchar en las guerras, los robots se rebelan. En checo, robota significa trabajador esclavo o explotado.

02. Llegan a la industria

Los transistores y los primeros circuitos integrados mejoran unos incipientes brazos robóticos lo bastante como para que en 1962 el primero de ellos entre en General Motors. Lo hace de la mano de Joseph Engelberger, una especie de Bill Gates de la robótica —lo demuestran los cientos de miles de robots empleados hoy en la industria del automóvil—. Esos años algunos fabricantes quisieron llamar a sus máquinas de otra manera, pero el término robot era ya demasiado conocido. Y aunque por aquel entonces los cuerpos mecánicos eran aún muy rudimentarios, ya había quien pensaba en dotarlos de un buen cerebro. Marvin Minsky y John McCarthy crearon en 1959 el Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

03. La conquista de Oriente

En los años sesenta y setenta, mientras los robots siguen copando la industria, proliferan los institutos de robótica (entre ellos el de la universidad Carnegie Mellon, en Pittsburgh). En 1968, el Instituto de Investigación de Stanford construye un robot móvil con visión artificial controlado por un ordenador del tamaño de una habitación. Ese año hay otro hito: Kawasaki instala el primer robot en Japón. Este país se convertirá en poco tiempo en la meca de la robótica, por mucho que EE UU publicite mejor sus creaciones. La primera asociación mundial robótica fue la japonesa, en 1972.

04. La invasión robótica

Los avances en la electrónica y la mecánica en los ochenta y noventa resultan determinantes para el avance robótico. Músculos y cerebros mejoran considerablemente. Los actuadores —los músculos— pasan de hidráulicos a eléctricos, con lo que los robots se vuelven más ligeros, precisos y rápidos. Y el control —el cerebro— pasa de analógico a digital, lo que permite procesar las señales más fácilmente. Además, los componentes se miniaturizan. Y estalla el imperio de los sentidos. O sea, de los sensores: gracias a dispositivos más sensibles y pequeños, los robots pueden ver, sentir la temperatura, calcular la posición de piezas… El cerebro robótico recibe toneladas de información, que chips cada vez más potentes y rápidos se encargan de procesar. En 1973 se crean los primeros robots industriales controlados por minicomputadoras.

05. Quién dijo miedo

En los noventa, el ámbito natural de los robots ya no son sólo las fábricas. Se les empieza a enviar a sitios que jamás pisaría un humano. Por ejemplo, el interior de un volcán en activo. En 1994, el robot de ocho patas Dante II, de la NASA y la Carnegie Mellon, rapeló cual araña gigante (casi 800 kilos) hacia el cráter vertical del volcán Monte Spurr, en Alaska. Un equipo de científicos lo teleoperaba a kilómetros de distancia, aunque Dante podía trabajar sin ayuda humana por espacios cortos de tiempo. Obtuvo datos hasta que falló una pata y cayó al cráter. Hubo un experimento similar en la central de Chernóbil, pero la misión no se considera un éxito: la electrónica del robot no resistió la elevadísima radiación.

06. Por mar y aire

Los robots no iban a quedarse en tierra. En 1985, un submarino no tripulado teleoperado llamado Argo localizó los restos del Titanic. Otro robot del tamaño de una minifurgoneta ayudó a recuperar la caja negra del vuelo 990 de EgyptAir, que cayó al Atlántico en 1999. Pero bajo el agua las ondas de radio se transmiten mal, y por eso la mayor parte de los robots submarinos están unidos por cable a sus operadores. En el aire, en cambio, la cosa cambia. Los UAV —siglas en inglés de vehículos aéreos no tripulados— existen desde mitad de los noventa, tanto helicópteros como pequeños aviones. La agencia estadounidense de investigación en defensa (DARPA) ha ensayado prototipos ligeros en Irak. Esta agencia tiene en marcha un proyecto de desarrollo de minirrobots voladores que son lo más parecido a insectos. Anuncian uno más ligero que un clip. Pura ciencia-ficción.

07. Hasta Marte y más allá

Aunque las Viking, las primeras naves en aterrizar en Marte, en 1976, ya usaron brazos robóticos, el robot espacial más famoso hasta hoy es sin duda Sojourner. Fue el cochecito que en julio de 1997 se bajó tan pancho de la nave Mars Pathfinder, de la NASA, y estuvo hasta septiembre paseándose por la superficie de Marte y enviando datos. Pero Sojourner, del tamaño de un microondas, no tomaba decisiones por sí mismo cuando se encontraba un obstáculo; eso ralentizaba la misión, puesto que las órdenes desde la Tierra necesitan 11 minutos en llegar a Marte. Los descendientes de Sojourner, Spirit y Opportunity, que viajaron al planeta rojo a principios de 2004, no tienen ese problema: cada 10 segundos se paran, estudian su entorno y deciden qué hacer. También son más grandes, como un utilitario, y salvan mayores obstáculos.

08. Trabajadores muy especializados

A finales de los noventa, los robots alcanzan tal grado de precisión que se les confía tareas delicadas. Se comercializan los asistentes de cirujanos. Ellos son más finos que nosotros con el bisturí, aunque aún hacen muy pocas tareas de forma autónoma. Pueden, por ejemplo, seccionar el cráneo y dejar al paciente preparado para que el cirujano entre en escena. Además filtran el inevitable temblor de las manos humanas. Eso, entre otras cosas, hicieron dos manos robóticas en París, en 1998, durante una operación a corazón abierto de seis pacientes: los cirujanos operaban a tres metros de distancia de los pacientes, ayudados por los robots. También muy preciso es el trabajo de otros que estudian el potencial farmacológico de sustancias químicas. Son moles que ocupan salas inmensas y ensayan cientos de miles de sustancias al día combinándolas en pequeños pocitos con las moléculas diana (sobre las que actuaría el eventual fármaco). Otros trabajadores altamente cualificados son los robots que inspeccionan infraestructuras. El pionero en este sector fue Robug III, de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido): un cajón de 60 kilos de peso y casi un metro de arista con ocho patas, capaz de escalar paredes y techos.

09. La mascota fiel

En 1999, cuando ya parecía que los robots se iban a quedar para tareas hiperespecializadas, peligrosas o muy aburridas, llegó Aibo. Por primera vez, un robot producto de la más avanzada tecnología se mete en casa, y lo hace para jugar. Aibo, de Sony, es un perrito diseñado para seducir a su dueño. Aprende a reconocer su cara y su voz, obedecer sus órdenes y responder a sus caricias… Hay más juguetes robóticos, pero Aibo tiene hasta un club de fans. Y ojo, que por la puerta que él abre están entrando más robots de compañía: en Japón ya hay pequeños robots domésticos que recuerdan a su dueño que debe tomarse las pastillas.

10. El más difícil todavía

Lo de Aibo es la punta del iceberg. Los avances en inteligencia artificial están permitiendo a los robots no sólo interpretar mejor su entorno —orientarse en un lugar desconocido, sortear obstáculos—, sino relacionarse cada vez mejor con los humanos. Por ejemplo, ya a finales de los noventa, tanto en Japón como en Estados Unidos se iniciaron proyectos para construir robots expresivos; esto es, con una cara capaz de transmitir al menos las emociones más básicas. Y sobre todo de reconocer las emociones que emite el humano y reaccionar a ellas. Un ejemplo clásico es el robot Kismet, del MIT. Pero son robots que aún no han salido del laboratorio. Sí lo han hecho, en cambio, los primeros humanoides de verdad: Asimo, de Honda, y Qrio, de Sony. Asimo, de 1,2 metros de altura y de aspecto similar al de un niño astronauta, puede subir escaleras, doblar esquinas, hacer ágiles ochos… Presentado en 2000 —sucesor del P3, de 1997—, sólo tiene un problema: es teleoperado. Y es que caminar a dos patas es algo tan complejo que se lleva gran parte de los recursos de un cerebro mecánico. Honda emplea a Asimo como guía en museos y exhibiciones. Qrio —pronunciado curio— es el no va más. Tiene la altura de un niño pequeño, y es el primer robot que salta, baila y corre. También reconoce expresiones faciales, tiene un vocabulario de 10.000 palabras y es capaz de apagar la luz y conectarse a Internet. Sony quiere que sea el robot de servicios perfecto —por fin el sueño del mayordomo robótico que lo hace todo y encima sonríe—, y por eso no lo sacará al mercado hasta dentro de unos años. Será, sin duda, el próximo hito.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_