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El miedo a brillar de las ‘drag queens’ en China

La homosexualidad y el travestismo no están prohibidos, pero aumenta la presión sobre el colectivo y crece el miedo a la lgtbifobia ante el giro conservador de Pekín

Un grupo de drag queens chinas durante una reunión en la delegación de la UE en China, el 22 de mayo. En el centro, sin pixelar sus rostros, la belga Edna Sorgelsen (izquierda) y la española Choriza May.
Guillermo Abril

Es un día raro en la sede de la delegación de la Unión Europea en Pekín. La misma sala donde la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, compareció en su última visita para hablar de la necesidad de “reducir riesgos” frente a China se ha convertido esta tarde en una pasarela para drag queens del gigante asiático. En la estancia se mezcla el olor a laca con el parloteo de una docena de artistas venidas de distintos rincones del país, de Shanghái a Chengdu. Se han desplegado enormes mesas donde los hombres se van transformando gracias a tacones imposibles, pestañas kilométricas, pelucas voluminosas, joyas de fantasía, prótesis de senos, guantes sedosos y vestidos de lentejuelas. Otras han venido directamente vestidas para la cita.

“Normalmente, no tenemos este glamour en esta sala de trabajo de la UE”, confiesa Luis Melgar, consejero de derechos humanos de la delegación europea. Melgar es el responsable de poner en marcha esta actividad de concienciación e intercambio de experiencias para el colectivo LGTBIQ+ de la República Popular. Forma parte del programa de la semana de la diversidad, celebrado junto a otras embajadas comunitarias en Pekín. La idea ha sido invitar a las drags chinas a un “lugar seguro” donde puedan encontrarse y expresarse, y juntarlas con dos drag queens europeas y un representante de la Federación Española de Gays y Lesbianas, venidos para la ocasión.

Ser drag queen en China no está prohibido, pero se ha convertido en un asunto delicado. “El Gobierno se ha vuelto más conservador”, afirma Sean, nombre artístico de una reina de Suzhou (en la provincia de Jiangsu, en el este del país), con un vestido verde lagarto, mientras termina de colocarse una colorida capa de maquillaje. Antes de la covid, añade, la escena era “floreciente”. La presión sobre todo el colectivo ha aumentado desde la pandemia. “La posibilidad de tener una sociedad civil independiente del Partido Comunista ha ido menguando”, expone Melgar.

Sean se maquilla en la sede de la delegación de la UE en China.

Entre las drags, varias mencionan cómo las autoridades les cancelan shows o no les conceden la preceptiva licencia de actuación. Muchas optan por ofrecer espectáculos underground. Contactan con su público de forma directa; venden sus propias entradas; avisan de la localización con poca antelación. Tratan de pasar inadvertidas, bajo el radar.

“No es un buen momento”, resume otra de las drags chinas, a la que llamaremos Mindy, que no es ni siquiera su nombre artístico: no quiere ser identificada bajo ningún concepto y prefiere no intercambiar el contacto de Wechat (el WhatsApp chino) porque sospecha que puede ser interceptado. Vestida como una vedette, con larga melena castaña, sonríe cuando se junta con el resto de reinas para fotografiarse sobre una pasarela, y al escuchar las exposiciones de las europeas. “Es una maravillosa oportunidad de conocer el mundo exterior”, dice Mindy.

La drag Choriza May (nombre artístico del español Adrián Martín; leído en inglés suena similar a la exprimera ministra británica Theresa May) cuenta ante el auditorio chino cómo nació en Guadassuar, un pueblo de Valencia, en 1991. Desde niño sintió que no encajaba. Lo cual le llevó a un “exilio queer”, que es “cuando te tienes que ir de tu pequeño pueblo para encontrar quién eres”. La intérprete de inglés al chino, que también forma parte del colectivo, aporta: “Mucha gente aquí está familiarizada con ese concepto”. Varias asienten.

Martín, que se ha labrado una carrera como ilustrador y diseñador, se acabó estableciendo en Newcastle (Reino Unido). Allí comenzó a hacer espectáculos. Ganó el concurso televisivo Drag Idol, y participó en el famosísimo Drag Race UK, emitido en BBC 3. Dedica parte de sus esfuerzos al “activismo de pueblo”, dice. “Hago lo que hago porque me hace feliz, pero también ahora me toca devolver. Y espero que os inspire”.

Llega el turno de Edna Sorgelsen, drag queen belga, también habitual en concursos y programas como Drag Race Belgique. Arranca su presentación contando que trabaja para el Gobierno de su país. Un coro de voces chinas muestra sorpresa: “Uauuuu”. El contraste no puede ser mayor. Algo así resulta impensable en China.

Ser drag queen en China no está prohibido, pero se ha convertido en un asunto delicado. “El Gobierno se ha vuelto más conservador”, dice una de ellas.

Tras las presentaciones, se sientan en círculo y, una a una, cuentan sus inquietudes. Datou, de planta inmensa, con largo vestido negro y peluca plateada, rememora sus inicios en Shanghái, donde actuó por primera vez a los 16 años. Las cosas han ido a peor. “La ciudad ha perdido ese punto de inclusividad”, dice. Uno de los mayores golpes fue la cancelación del Orgullo de Shanghái en 2020, después de 11 ediciones. Un aviso de que el Gobierno había decidido estrechar el cerco. En 2023, hubo otro muy sonado cuando el Centro LGTBI de Pekín, una de las asociaciones de apoyo al colectivo más conocidas, se vio obligado a echar el cierre.

En China, las líneas son difusas. “Sobre el papel las cosas no están tan mal”, según Melgar. No está prohibida la homosexualidad ni el travestismo; es legal el cambio de género. Pero no existe apoyo ninguno al colectivo desde las instituciones, añade. Y la presión es cada vez mayor en una sociedad que prioriza la familia tradicional. Pocos salen del armario. Mucho menos si trabajan en empresas estatales, ni hablar si forma parte del Gobierno.

A la vez, existe una dualidad difícil de explicar: en la mayoría de ciudades, hay siempre uno o dos sitios de ocio para personas LGBTIQ+ que cuentan con el beneplácito de las autoridades. Y, mientras en Shanghái o Pekín la escena decae, florece en ciudades menores, como Chongqing o Chengdu. Algunas drags relatan cómo actúan sin problemas. Cream, de 23 años, se autodenomina una “reina de Internet”. Cuenta con 200.000 seguidores en Douyin (el Tik Tok chino) y ofrece espectáculos en línea un par de veces mensuales; factura unos 2.500 yuanes (casi 300 euros) por evento. “El drag no es barato”, dice, clavando unos ojos con lentillas vampíricas.

Cream, de 23 años, se define como una “reina de Internet”.

A Pekín, en cualquier caso, no le gustan este tipo de reuniones. Dos días después de la tarde drag en la sede de la delegación europea, la UE convoca de nuevo a personas del colectivo para otro taller. Antes de asistir, una de las invitadas recibe una llamada de la Policía. Le dicen que están al corriente y que no le recomiendan participar. Le amenazan con revelar su orientación sexual a su familia, y le advierten de consecuencias laborales. No acude. Tras este segundo evento, celebrado el 24 de mayo, se presentaron entre 12 y 15 agentes chinos de uniforme y de paisano y cinco vehículos de Policía a la puerta de la delegación de la UE, según el recuento de un funcionario europeo presente. Piden la identificación a los participantes chinos del encuentro. No hay detenidos.

“A nosotras [las drag europeas] ni nos tocaron”, rememora Adrián Martín (Choriza May) un par de días después del encontronazo policial. “Que China, una de las mayores potencias del mundo, tenga miedo de dos travestis europeas también es para hacérselo mirar”, añade. Es la primera vez que visita China. Le ha sorprendido esa dualidad: tras el mal trago con la seguridad del Estado, añade, acudieron a Destination, uno de los escasos locales de ocio para el colectivo LGTBIQ+ de Pekín, habitualmente muy animado. Le choca “ese contraste en la misma ciudad; de puertas para afuera, y de puertas para adentro”. La ausencia de líneas claras, argumenta, contribuye a provocar “ese miedo de decir: por si acaso no lo hago”.

Del intercambio con las artistas locales se lleva la idea de que tienen preocupaciones similares a las europeas, pero confiesa que esperaba respuestas “un poquito más políticas y reivindicativas”. Cree que en parte los problemas cotidianos para actuar a los que se enfrentan no les dejan ver el gran cuadro. “No se dan cuenta de lo que puede llegar a ser el drag”, dice. “Lo ven como algo muy utópico y que no es para ellas. Y esa falta de visión es lo que les está impidiendo crecer al potencial que podrían”.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.
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