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Abusos en la Iglesia
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Uno de los nuestros

El Vaticano no aceptó la dimisión del prelado de Cádiz tras cumplir 75 años en la idea de que los obispos están fuera de toda sospecha

Entre los variados motivos por los que el papa Francisco era detestado por muchos obispos, además de por ser jesuita y por haberse negado a venir a España en viaje oficial, destacó su decisión de investigar el origen de los abusos y las razones para encubrirlos. Escoció que el Vaticano encargase a dos obispos uruguayos, y no a prelados españoles, un informe sobre el funcionamiento de los seminarios, con la recomendación de ignorar las injerencias de los prelados diocesanos. Pasados casi dos años y llamados a consulta en el Vaticano todos los obispos, nada se sabe de los resultados, pero sí que hubo tres consejos, oportunos al caso de lo sucedido en el seminario de Getafe con su rector y desde hoy ex obispo de Cádiz, Rafael Zornoza: cambiar la manera de formar a los seminaristas, la inclusión de mujeres entre el profesorado y una vigilancia permanente, desde todos los puntos de vista.

Para entonces, había sido un trallazo de sinceridad el comentario que hizo Francisco cuando supo que las tropelías del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, se conocían desde su etapa como estudiante con los jesuitas en el seminario pontificio de Comillas, en Cantabria, y que se encubrieron durante 63 años. No se castiga a un amigo del Papa, oía. No se investiga ni se molesta a uno de los nuestros. Hablamos de obispos, nada menos, los elegidos por Dios como pontífices máximos en sus diócesis. Así se creen. Con esa idea, muchos medios de comunicación, por decirse católicos, se han resistido a informar durante décadas sobre los casos de pederastia en la Iglesia romana. ¿Un obispo malo? Los sacerdotes o frailes, aún, pero ¿un obispo, un cardenal? Imposible.

¡Esos periodistas! El propio Francisco, de viaje a Chile en 2018, cayó en la trampa que aún hoy se escucha entre eclesiásticos, la de que las noticias sobre los abusos del clero son campañas de medios anticlericales o de poderes enfadados con el Papa de turno (en Estados Unidos, por haberse opuesto el Vaticano a la guerra de Irak). Cuando Francisco cambió el discurso y ordenó tolerancia cero, cayese quien cayese, desveló cándidamente que el cardenal Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI, había acudido al despacho de Juan Pablo II con el expediente de los escándalos del todopoderoso Maciel y regresó con la orden de guardar la carpeta hasta mejor ocasión. Había ganado el partido de los malos, vino a decir. Meses más tarde, el cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, remachó el trallazo: “Quien los tapó era una mafia, ellos no eran Iglesia”.

Con semejante virulencia se fue concretando la orden de tolerancia cero. Cabe comprender el estupor con que gran parte de las jerarquías españolas la recibieron, en concreto la necesidad de reconocer culpas en público, la exigencia de atender a las víctimas y el articular reparaciones económicas. El actual presidente de la Conferencia Episcopal Española, el arzobispo Luis Argüello, ya había sentenciado el problema. En España, dijo, “solo son pequeños casos”.

De tanto citarla, esta frase, en boca del portavoz de quienes se creen guías morales de la sociedad, ha dejado de sorprender. Las hay peores y de más alta graduación. Es el caso del cardenal Antonio Cañizares, ex primado de España y ahora emérito del arzobispado de Valencia. Llamado a Roma por Benedicto XVI como prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (así es como se llamaba su ministerio), dijo desde ese cargo que no es “comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios, con vidas destruidas por el aborto”.

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