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Ansiedad, insomnio o aislamiento: los síntomas del acoso escolar reaparecen en las víctimas tras el verano

Las líneas telefónicas de ayuda a niños y adolescentes reciben un pico de llamadas en septiembre, cuando hay un reencuentro físico

Síntomas del acoso escolar

Para algunos niños y adolescentes, los días previos a empezar las clases están marcados por la incertidumbre de cómo serán los nuevos profesores, sus nuevos compañeros de pupitre o la nostalgia del verano. Para aquellos que sufren acoso escolar, estas fechas despiertan el temor de volver a sufrir agresión y maltrato. El dolor de estómago, el insomnio o la ansiedad son señales que hay que atender, según asociaciones de prevención del bullying. La Fundación ANAR, dedicada a la defensa de los derechos de la infancia y la adolescencia, registra en septiembre el pico anual de llamadas a su línea gratuita de apoyo. La tendencia también se repite en el número contra el acoso del Ministerio de Educación, gestionado por la misma ONG.

Los síntomas ya aparecen al final de las vacaciones. La psicóloga especializada en trauma y apego Gala Secchi ha observado que entre sus pacientes “empiezan a subir muchísimo los picos de ansiedad, porque hay una huella de memoria de lo que pasó el año anterior”. Los afectados se aíslan, tienen problemas para dormir, cambios abruptos de conducta o ánimo. No quieren volver. Además, en algunos casos, la hostilidad se ha mantenido activa durante el verano a través de las redes sociales. Secchi resalta que “muchas familias entienden que no quieren ir al colegio porque no les gusta estudiar, pero no quieren ir porque les están pasando cosas”. La terapeuta anima a crear espacios confianza para que los chicos cuenten cómo se sienten e intentar detectar esos malestares a los que les cuesta poner en palabras.

La directora de la línea de atención permanente de ANAR, Diana Díaz, confirma: “Sabemos que en el momento que se inicie el curso, como todos los años, va a haber un repunte de llamadas”. Quienes vivieron cierto alivio durante las vacaciones vuelven a sentir la indefensión aprendida: la sensación de que, hagan lo que hagan, no podrán escapar del acoso. El año pasado, la fundación acompañó a 4.786 niños y adolescentes en este tipo de casos, un 26% del total de atendidos. El equipo brinda asistencia psicológica, social o jurídica a los menores y a sus familias.

Insultos, motes y hacer el vacío son las formas más frecuentes del hostigamiento, que afecta a uno de cada diez alumnos en España, según el último estudio de ANAR. Diana Díaz resalta que “el acoso escolar es una situación de estrés sostenido y por eso es tan importante actuar desde el primer indicio, para que no se cronifique”. El último informe de Save The Children recoge que los menores que son víctimas de bullying tienen 2,5 veces más riesgo de intentos de suicidio.

Carmen Cabestany, presidenta de Asociación no al acoso escolar (NACE), que trata unos 500 casos al año, compara la experiencia con atravesar un túnel oscuro: “Al principio, sienten desconcierto; a medida que se adentran en ese pasaje viene el miedo, la impotencia, la rabia y hay un punto en el que traspasan una línea roja”. Las consecuencias emocionales se agravan con el tiempo y pueden derivar en estrés postraumático, autolesiones o ideación suicida. También puede desencadenar fobia escolar (un terror irracional al colegio). “No es que no quieran ir; no pueden ir. Se desesperan porque saben que tienen que volver al lugar del martirio”, incide Cabestany. En estos casos se debe contar con una orden médica para no asistir a clases y recibir un profesor a domicilio.

María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación, señala que “los centros educativos deben extremar la atención las primeras semanas”. La experta insiste en que deben “transmitir a las víctimas que va a ser un lugar seguro, y a los matones que la escuela no va a tolerar el abuso”. Eso exige que haya figuras de autoridad presentes en espacios como el patio o la entrada del colegio, donde con más frecuencia se puede producir.

Según un estudio de la Unidad de Psicología Preventiva en la Universidad Complutense en colaboración con la Fundación ColaCao —que ha dirigido Díaz-Aguado—, casi 4 de cada 10 víctimas no le ha contado a nadie lo que vive y el 66% de los matones no ha tenido ninguna conversación con el profesorado sobre su comportamiento. “No es la víctima quien tiene que renunciar a ir a la escuela, es la escuela la que tiene que cambiar para que la víctima se sienta segura”, enfatiza la especialista.

La Asociación española de prevención de acoso escolar (AEPAE) también ha recibido consultas de familias preocupadas por la vuelta al colegio. Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva, su presidente, explica que la decisión de cambiar al alumno de centro educativo “puede ser una solución de emergencia, pero no lo protege”. Según el experto, el cambio “le revictimiza, porque percibe que el problema es él”. Advierte de que, si ingresa al nuevo con una actitud inhibida, fruto de su experiencia anterior, puede volver a ser agredido.

Para preparar el regreso a clase, los expertos coinciden en que se puede trabajar con los menores la autoestima y la seguridad, así la indefensión aprendida se va diluyendo. Carmen Cabestany recomienda “enseñar a la víctima a decir que no con la mano, con la voz y con la mirada; es decir, utilizar el lenguaje verbal y no verbal para expresarse frente a sus agresores”. Sin embargo, la también docente advierte de que “en ningún caso, los adultos deben presionar a la víctima para que haga eso. Si no se siente segura, los padres no deberían decirle: ‘Oye, que no me entere de que tú te dejas pegar’. Es absolutamente contraproducente”. Por más de que la víctima requiera herramientas, los especialistas insisten en no focalizar el trabajo únicamente en ella, sino en el victimario y los compañeros testigos, claves para intervenir.

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