20.000 kilómetros escuchando víctimas: “Ojalá que la niña que hay en mí pueda descansar en paz”
Leonor García, que sufrió abusos de un cura en Bilbao, ha grabado un documental recorriendo España con su coche y hablando con otros supervivientes. Creen que el informe del Defensor del Pueblo por fin hace oficial algo que siempre fue un secreto
EL PAÍS puso en marcha en 2018 una investigación de la pederastia en la Iglesia española y tiene una base de datos actualizada con todos los casos conocidos. Si conoce algún caso que no haya visto la luz, nos puede escribir a: abusos@elpais.es. Si es un caso en América Latina, la dirección es: abusosamerica@elpais.es.
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“Siempre hemos estado solos, cada uno con su secreto. Yo nunca había conocido a nadie de ellos, y quería hablar con ellos, conocerles, saber quiénes eran, cómo había sido su vida”. Desde el día en que Leonor García apareció en este diario, en diciembre de 2021, contando los abusos que sufrió en su infancia a manos de un sacerdote, empezó a conocer a otras personas que pasaron por lo mismo. A ella le pasó en el sanatorio de Santa Marina, en Bilbao, en los años setenta, con el cura Martín Valle García, un nombre que finalmente ha conseguido averiguar este año, solo gracias a la intervención directa del obispo vizcaíno. Su caso es uno de los 251 incluidos en el primer informe que EL PAÍS entregó entonces al Papa y al presidente de la Conferencia Episcopal (CEE), Juan José Omella. En un plató de televisión donde entrevistaron a varias víctimas, Leonor conoció a Emiliano Álvarez, una de las primeras que salió en los medios. Le pareció un tipo tan especial que quiso seguir hablando con él y fue a verle a León. Cogió su Renault Clio y lo modificó para poder dormir dentro, con su perrita Tinta. Su hermano tuvo una idea: grabarlo en vídeo. Ella es periodista y escritora, y fue el inicio de un documental que la ha llevado por media España hablando con otras víctimas, 20.000 kilómetros de confesión, que firma como Leonor Paqué.
Emiliano murió en agosto de 2022, esperando aún justicia, y no pudo llegar a ver el fin de la investigación encargada por el Congreso, que despertó en él una esperanza. “Pienso en Emiliano, cuánto me hubiera gustado darle hoy un abrazo”, dijo el viernes Leonor, tras conocer el informe del Defensor del Pueblo. Para muchas de las primeras víctimas que salieron a la luz, cuando hacerlo era estrellarse contra el rechazo social, el reconocimiento de la verdad llega tarde. Emiliano Álvarez fue la primera víctima de pederastia en la Iglesia que aceptó ponerse ante una cámara para este periódico en septiembre de 2018. El sacerdote Ángel Sánchez Cao había abusado de él entre 1976 y 1978 en el Seminario Menor de San José de La Bañeza, en León. Para él, fue “la losa del miedo” con la que tuvo que cargar toda su vida y llevó a la heroína. “Todas las drogas eran pocas para calmar los daños que me habían causado”, repetía.
Cuando habló con EL PAÍS ya había registrado una denuncia ante el obispado de Astorga. La sentencia canónica tardó cinco años, y le daba la razón. El obispo no se dignó a citarle, le comunicó el fallo por WhatsApp. El mensaje le llegó también a Lucas, nombre ficticio de otra víctima del mismo cura, en el mismo seminario, que no quiere revelar su nombre y hasta ahora nunca había aparecido en prensa. Si Emiliano representa a las víctimas que salieron a la luz, él es la otra cara oculta, que en realidad es la inmensa mayoría. Ahora aparece en el documental de Leonor.
Lucas sufrió abusos entre 1979 y 1980, pasó la vida con ese trauma y de pronto un día, en 2015, se encontró por casualidad con su agresor, que seguía en una parroquia, trabajando con niños. “Allí estaba, fue como ver al lobo en el monte, que se te erizan los pelos, y me vino todo a la cabeza”. Encontró a la asociación Infancia Robada y lo denunció en la Iglesia. Pero siempre prefirió evitar la prensa. Aparecer en público, contar su dolor en un periódico, ha sido un sacrificio más al que se han visto obligadas las víctimas como último recurso. “Con Leonor había otra empatía, me ha sido más fácil hablar, ha pasado por eso”, explica.
“Le he contado el antes y el después, el trato que hemos recibido de absoluto desprecio de la mayoría de la sociedad. ¿Cómo vas a ir en contra de un cura?”. Lucas y Emiliano vieron cómo el sacerdote que abusó de ellos les presentó incluso una querella, y parte de los feligreses recogieron firmas en defensa del agresor. “Emiliano sufrió mucho, cuando salió en la prensa fueron a por él, a desprestigiarle. Hemos vuelto a ser revictimizados por la sociedad. Te dicen: ‘Yo estaba allí y no me hicieron nada’. Claro, que no te pasara a ti no quiere decir que a mí no me pasara”. Lucas relata cómo los abusos “te modifican la conducta, yo era una persona muy alegre, te hacen desconfiado, más avinagrado”. Opina que el informe del Defensor es “otro paso más”: “Por lo menos ahora la gente sabe la maldad que hay, la permisividad que han tenido estos malhechores. No sé si cambiará algo, pero más gente comprenderá, saldrán nuevas víctimas que se lo tenían callado”.
Como él, cientos de afectados han relatado estos años a EL PAÍS no solo sus abusos, sino cómo se pierde el trabajo, cómo no hay dinero para pagar una terapia, cómo se hacen difíciles las relaciones con los demás, y en la pareja. El documental de Leonor quiere relatar eso, y reúne 12 testimonios, más el suyo, de cuatro mujeres y ocho hombres, en cuatro capítulos. Está en la fase de edición y buscando una plataforma o una productora que esté interesada en participar en el proyecto. Se lo ha financiado ella misma, aunque una de las víctimas, de las pocas que había cobrado una indemnización, le hizo un bizum al enterarse de que dormía en el coche, para que esa noche pudiera ir a un hotel. “Hay víctimas que siguen muy solas. Una duerme con un bate de béisbol en la cama, porque aún se siente amenazada. Otro no puedo dormir sin la luz encendida. Es como si fuéramos material averiado, emocionalmente, sexualmente, socialmente”, cuenta Leonor.
Las víctimas de abusos en la Iglesia en su infancia han sido hasta ahora una muchedumbre oculta, ni siquiera sabían cuántos eran. Una de las primeras en salir en la tele fue Javier Paz, que denunció abusos de un cura en Salamanca en una entrevista en La Sexta, en 2014. “Al día siguiente tenía cientos de mensajes en Facebook, de otras víctimas que me contaban su caso, no sabían qué hacer ni dónde ir y al verme a mí me escribieron, como si yo pudiera ayudarles”, recuerda. Se ha creado desde entonces una red subterránea de apoyos, de grupos de WhatsApp, y la primera ventana para salir a la luz fue el correo electrónico de denuncia que abrió EL PAÍS en 2018, al que escribieron cientos de personas. Para Javier Paz, el informe del Defensor del Pueblo marca un hito: “Después de casi 13 años desde que empecé a conversar con la Iglesia, tras la inacción del obispado de Salamanca y de sentirme destrozado por el daño que me hicieron, denunciarlo luego públicamente, llegar al día de hoy supone llegar, no al final del camino, pero sí a un parte de él, a una meta que yo soñaba hace años. Ángel Gabilondo ha defendido con contundencia y claridad la necesidad de atención de las víctimas de justicia, reconocimiento y medidas para atenderlas. Se ha abierto una puerta, esperemos que ahora los tiempos no sean muy lentos, necesitamos una respuesta ya”.
José Antonio Pérez aún recuerda el impacto en Bilbao cuando su historia se publicó en este diario en 2019. Era la primera víctima que acusaba a don Chemi, antiguo salesiano del colegio de Deusto, de abusar de él en los años ochenta. Su relato animó a decenas de otras víctimas a dar un paso adelante. En dos semanas, la Ertzaintza recibió una treintena de denuncias. Ante el escándalo, el ayuntamiento de Bilbao hizo un comunicado de apoyo y hubo una manifestación vecinal ante el colegio. Los salesianos, que durante días afirmaban no tener conocimiento de los hechos, finalmente reconocieron que encubrieron durante décadas al religioso. El caso de abusos en los salesianos de Deusto fue el primero en tener una gran respuesta ciudadana y política, que también ayudó a que otras víctimas de los colegios salesianos dieran a conocer su caso. En todo caso, todo había prescrito y el acusado, que aún organizaba actividades con menores, continuó sin problemas con su vida en Bilbao.
En la recta final del documental, ha llegado el informe del Defensor del Pueblo. “Nuestra intuición era cierta: en un país, con nuestra historia de nacionalcatolicismo, ha sido mucho peor que en Francia y otros países. En lo personal, pienso en mi madre, si hubiera visto esto quizá hubiera podido irse en paz, y dejar de llorar y sentirse culpable por las agresiones de las que no pudo protegernos. Hemos logrado que se reconozca una vergüenza universal, que fue una infamia mirar para otro lado, que éramos niños, por parte de la Iglesia. ¿Va a pasar algo? ¿Por denunciar vamos a dejar de ser sospechosos de no sabemos bien qué? ¿Esta sociedad, los políticos, va a tomar medidas? ¿La Iglesia pagará un precio, se enfrentará a su responsabilidad? Todo son preguntas. Y ganas de llorar y abrazar a compañeros y compañeras de lucha. El informe es un punto de partida para todo lo que tiene que ocurrir: reconocer a las víctimas, cuidarlas y respetarlas. Ojalá que la niña que hay en mí, agredida y asustada, con todo lo que me quitaron, pueda descansar en paz”.
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