La paradoja de los abstemios: son más sedentarios, tienen peor salud y mueren más
La mayor tasa de fallecimientos entre quienes no consumen alcohol, esgrimida a menudo por la industria, se debe a otros problemas de salud. Los investigadores tienen dificultades para encontrar grupos poblacionales que no beban jamás y no hayan sido alcohólicos ni sufran enfermedades
La industria del alcohol lleva años usando en su beneficio una paradoja que no ha dejado de repetirse durante décadas en los estudios: las personas que aseguran no beber jamás tienen mayores tasas de mortalidad que quienes lo hacen ocasionalmente o en pequeñas cantidades. Ha sido parte del argumento para defender que un poco de vino o de cerveza cada día es beneficioso. Hace tiempo que se conoce que no viven menos (de promedio) por no beber, sino por otros problemas de salud. El mayor estudio sobre alcohol y mortalidad en España, que se publicará en pocas semanas y fue presentado a principios mes en el congreso de la Sociedad Española de Epidemiología, ahonda en esta aparente contradicción de los abstemios.
Como la mayoría de las investigaciones sobre el tema, si se traza un gráfico en el que la línea horizontal es el consumo de alcohol y la vertical, la mortalidad, sale algo parecido a una jota ladeada. Los que no beben nada mueren más (a mismo rango de edad), la curva baja ligeramente para llegar a los que reportan un consumo moderado y, a partir de ahí, cuando se pasa de 20 gramos diarios (dos cervezas lo superan), va subiendo de forma prácticamente lineal a medida que la ingesta alcohólica se incrementa. El problema, dice Iñaki Galán, epidemiólogo del Instituto de Salud Carlos III y autor principal del estudio, es que los supuestos abstemios “son muy mal grupo de referencia, es una población muy seleccionada que no resulta representativa”.
Muy a menudo, los que dicen no beber jamás realmente sí bebían, hasta el punto de padecer alcoholismo, y lo dejaron radicalmente para superar la adicción. O tienen problemas de salud distintos, y no ingieren alcohol precisamente por ellos. Entre quienes se dicen abstemios ―un 24% de los mayores de 15 años no lo ha probado en los últimos 12 meses, según la Encuesta sobre Alcohol y Otras Drogas en España (EDADES)―, hay más enfermedades crónicas de base, mayor sedentarismo, son mayoritariamente mujeres y no fumadoras, indica Galán.
Elsa (que prefiere no dar su verdadero nombre), de 49 años, es una de esas personas que no beben por un problema de salud. Cuando tenía 19 años le diagnosticaron epilepsia y le recomendaron que no tomara ninguna sustancia psicoactiva. “No me costó trabajo dejar de beber porque tampoco cogía unas borracheras tremendas, no me he caído redonda ni he vomitado en mi vida. Nunca he pasado de ponerme muy contenta. Además, luego tuve una hemorragia cerebral y cada vez que me siento rara, como cuando estoy achispada, me asusto. Así que no me compensa nada tomar alcohol”, relata.
En España hay muy pocos abstemios que lo sean si no se dan situaciones parecidas a estas, y no existen estudios que permitan comparar su estado de salud o su mortalidad con personas que sí beben. Además, aunque está muy acreditado su daño sobre el organismo, no se ha analizado tanto cómo afecta a lo largo del tiempo como se ha hecho con otras sustancias dañinas, como puede ser el tabaco.
Para comparar la mortalidad del alcohol, dice Galán, el mejor grupo de referencia es el de los bebedores ocasionales que prácticamente no lo prueban, que lo hacen unas pocas veces al año, en celebraciones puntuales, y en muy poca cantidad. “Consumen de forma tan infrecuente que no se produce un efecto biológico del alcohol. Este grupo, que bebe una vez al mes o menos, sí es representativo de la población”. Y aquí se comprueba que beber alcohol no aporta ningún beneficio con respecto a la mortalidad. Desaparece esa supuesta ventaja de los que ingieren pocas cantidades con respecto a los que no lo prueban.
Ese grupo es el que menor mortalidad presenta, pero está prácticamente a la par que quienes beben entre 0 y 10 gramos de alcohol al día y el siguiente, de 10 a 20 gramos (una lata de cerveza contiene unos 12 gramos, lo mismo que una copa de vino). Estas conclusiones específicas para España gracias a la comparación de grandes cohortes poblacionales son muy similares a las de un gran estudio internacional publicado este mismo año en la revista JAMA.
Ambas investigaciones dejan claro que, a más alcohol, más mortalidad, aunque en pequeñas cantidades prácticamente no sube. Esto puede dar la sensación de que beber un poco a diario no es dañino. La industria del alcohol se ha ocupado de hacerlo así creer y casi un 20% de los que lo hacen da como una de las razones que es saludable, una proporción que va en aumento en los últimos años, según EDADES. Pero el alcohol no es inocuo. Los hepatólogos insisten en que si se consume diariamente, aun en pequeñas cantidades, se puede acabar desarrollando enfermedades como el hígado graso. Además, se trata de una sustancia tóxica que aumenta el riesgo de cáncer y su potencial adictivo conlleva un riesgo de empezar con dosis moderadas y acabar multiplicando su ingesta.
Lo que no está claro es cuáles son los riesgos para la salud años después de haber bebido. “Sabemos con total seguridad que dejarlo reduce el peligro, pero por desgracia no está cuantificado exactamente en qué medida”, señala Miguel Marcos, coordinador del grupo de Alcohol y Otras Drogas de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI). Cuando el consumo es muy elevado, existen efectos secundarios que pueden ser irreversibles: “El que más se puede mantener en el tiempo es el daño hepático. Una vez que se ha llegado a la fibrosis, parte del perjuicio se mantiene. Y lo mejor que se puede hacer es dejarlo para comenzar la regeneración. Otro es el deterioro cognitivo y cerebral asociado al alcohol”.
El estigma del abstemio
No beber en una sociedad con el alcohol tan arraigado no siempre es sencillo. “Hay mucha presión social. La gente no entiende que te lo puedas pasar bien”, confiesa Elsa. Lo mismo le sucede a Vicente Prieto, de 55 años. Él no consume alcohol porque cuando lo probó de joven no le gustó el sabor. Y no vio la necesidad de seguir intentándolo. Ha vivido esa misma presión, que es más fuerte en la juventud, pero que nunca cesa. “Ahora que paso de los 50, estoy en comidas de trabajo, con jefes, y muchas veces me tengo que inventar que estoy tomando algún medicamento para justificar que no pruebo el vino o la cerveza”, asegura.
Se repite una pregunta que, por más que le hacen, no deja de desconcertarle:
—¿Me vas a dejar beber solo?
—No, no estás solo, yo estoy aquí contigo, solo que en lugar de una cerveza, me voy a beber una cocacola o un agua con gas.
Esas elecciones son a menudo motivo de mofa. “Estoy harto de oír: ‘Hoy vienes fuerte’, o cosas similares cuando pido un refresco”, asegura. Y opina que detrás de eso realmente hay un sentimiento de culpabilidad. “Yo creo que son personas que saben que beber no es bueno para su salud y se sienten más cómodos si no lo hacen solos. A mí me parece estupendo que tomen alcohol, yo también como de vez en cuando churros o pasteles, y sé que no son saludables. Pero igual que no le digo a nadie qué beber, me gustaría que no me lo dijeran a mí”.
La integración en el grupo es uno de los grandes motivos para comenzar a beber en los adolescentes y el alcohol está todavía muy arraigado (el 74% de los que tienen entre 14 y 18 ha bebido alguna vez y más de la mitad lo ha hecho en el último mes), pero su consumo lleva tres décadas en descenso. Quizás en las siguientes generaciones el estigma se vaya diluyendo, y si hay más abstemios sanos, desaparezca también la paradoja en la mortalidad.
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