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No son milagros todos los que se cuentan: la Iglesia tiene un protocolo para certificarlos

El testimonio de una adolescente que dijo recuperar la vista en la Jornada Mundial de la Juventud es una más de las miles de supuestas curaciones a las que la organización puede aplicar su filtro, creado en el medievo y con modificaciones posteriores

Jornada Mundial de la Juventud
Un grupo de sacerdotes acompaña a una enferma en silla de ruedas en la entrada de la gruta del Santuario de Lourdes, en Francia, donde cada año acuden miles de peregrinos en busca de una curación para sus enfermedades.LIONEL BONAVENTURE (AFP)
Julio Núñez

La historia de que la Virgen había obrado un milagro llegó el último día de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que reunió durante la semana pasada en Lisboa a cientos de miles de cristianos que habían ido a ver al Papa. En un mensaje de audio que saltó de móvil a móvil en pocas horas, Jimena, una madrileña de 16 años del Opus Dei, daba este testimonio: “Esta mañana me he levantado como llevo levantándome dos años y medio: viendo súper borroso. Fatal. He ido con mis amigas a misa, estamos en la JMJ. Estaba súper nerviosa y después de comulgar, me he puesto a llorar un montón porque era el último día de la novena y me quería curar. Se lo he pedido por favor a Dios. Y cuando he abierto los ojos, veía perfectamente”. Sucedió, contaba, tras rezar nueve días a la Virgen de las Nieves y de comulgar en el santuario de Fátima, a 120 kilómetros de la capital portuguesa. El relato fue suficiente para que el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el cardenal Juan José Omella, lo calificara de milagro en una rueda de prensa horas después: “Para la chica, eso ha sido un gran evento. Digamos milagro: ‘No veía y ahora veo’. Ahora los médicos podrán decir el resto. Pero para ella, vuelve a casa viendo. Pues mira, bendito sea Dios”.

Para Omella puede ser un milagro, pero para la Iglesia, experta en el terreno de lo sobrenatural, hace falta que se cumplan más requisitos de los expresados por la adolescente. Como institución que promueve conceptos como la resurrección de los muertos o la Santísima Trinidad, la creencia en los milagros es uno de sus pilares desde hace siglos y cuenta con un protocolo para determinar si algo lo es o no. La criba está al margen, claro, de cualquier intento real de verificación científica o racional, pero no todo vale para la Iglesia. Un ejemplo: de las 8.000 supuestas sanaciones registradas por el santuario francés de Lourdes en los últimos 165 años, solo 70 han recibido esa consideración por parte las autoridades eclesiales.

El Vaticano dispone de un procedimiento para certificar qué es y qué no un milagro. Este está recogido en una ley pontificia que regula “las causas de canonización de los siervos de Dios”, es decir, los pasos a seguir para proclamar a alguien beato o santo. “Para ello es necesario que esta persona, estando fallecida, haya obrado bien un milagro para ser beatificado o dos para ser canonizado, por lo que en esa constitución pontificia también se regula cómo se certifican esos milagros”, explica Javier López Goicoechea, canonista y catedrático en Derecho Eclesial del Estado en la Universidad Complutense de Madrid. Esta norma pontificia comenzó a aplicarse en la Edad Media, pero ha sido modificada con el paso de los siglos por los sucesivos papas. La última reforma es de 2016, con el Papa Francisco, que limitó a tres la cantidad de veces que se puede solicitar la verificación de un presunto milagro.

Los siete parámetros que han de cumplir los milagros

El espectro del tipo de curaciones milagrosas es amplio, desde la resurrección de un muerto hasta la regeneración de una pierna pasando por la sanación de la vista o de un cáncer pero, según la norma papal, todas deben cumplir siete parámetros definidos por el Dicasterio para las Causas de los Santos, el departamento vaticano encargado de ejecutar estas instrucciones. La enfermedad debe ser incurable o tener un mal pronóstico; debe ser conocida y catalogada por la medicina; debe ser “orgánica”, es decir, no se incluyen las afecciones psicológicas, psiquiátricas, nerviosas; el paciente no ha debido recibir ningún tratamiento al que pueda atribuirse la curación; esta debe ser súbita e inmediata; la sanación no es una simple regresión de los síntomas, sino de un retorno de todas las funciones vitales; y, por último, debe ser una curación duradera y definitiva.

El caso de Jimena, por ejemplo, no pasaría este filtro. La ceguera del 95% que padecía desde hacía dos años —y que, según cuenta, le obligó a tener que aprender braille— es conocida como espasmo de acomodación, dolencia causada normalmente por el estrés y que puede terminar desapareciendo con un tratamiento o por sí sola. Fuentes de la Conferencia Episcopal Española, que remachan la frase de Omella de que hay que escuchar lo que digan los médicos, afirman que “es improbable que se abra una investigación” sobre el milagro de Jimena. De cualquier forma, López Goicoechea recuerda que la certificación de los milagros siempre está dentro de los procesos de beatificación y que las supuestas sanaciones por obra de la Virgen rara vez se certifican.

El proceso, cuando ocurre, puede durar desde varios años a siglos y comienza en la diócesis donde ha sucedido el supuesto milagro. El obispo es quien decide —bien de oficio o porque un particular o una institución lo ha solicitado—, si se abre un proceso de canonización y, con ello, la certificación de los posibles milagros. Si es así, nombra a un “postulador” (puede ser una persona física o una jurídica, como una congregación), que se encargará de reunir información detallada sobre la vida del aspirante, y también sobre las supuestas curaciones milagrosas: pruebas documentales, interrogatorios de testigos oculares y de otras personas que puedan aportar su testimonio, como los médicos que atendieron a la persona sanada. También debe encargar dos informes médicos a dos especialistas que él mismo elige. Toda esa documentación es enviada al Vaticano.

Allí, un grupo de siete expertos ―médicos y técnicos— reciben dichos informes y elaboran un dictamen “científico”. Primero, cada perito redacta individualmente un diagnóstico para exponerlo después ante sus colegas. Tras un debate, escriben un informe con las conclusiones de cada médico y su conclusión. Luego, realizan una votación: si tiene mayoría cualificada (al menos cinco de los siete peritos o cuatro de seis), se considera milagro y se envía a una comisión de teólogos, que se finalmente lo ratifican.

“Hay que decir que esos médicos especialistas, que se eligen para estas comisiones, son gente de la casa. Por ejemplo, en el caso de los milagros de José María de Escrivá [santo y fundador del Opus Dei] fueron de la Clínica de Navarra, del Opus. No son independientes ni críticos con estos procesos”, analiza López Goicoechea. Este canonista está convencido de que si hubiera una revisión médica actual de los casos de hace 50, 100 o 200 años, seguramente el 99% de los supuestos milagros tendrían una justificación medica razonable y probatoria. “Pero la Iglesia actual no se va a retractar, lo que hace es dejar de hablar de ello, de alentarlo para que acabe en el olvido”, declara.

Para López Goicoechea, un caso como el de Jimena refleja la confrontación de las dos visiones del catolicismo: la liderada por el papa Francisco, que intenta vivir una fe racional y crítica, frente a otra que aún arrastra el modelo de Juan Pablo II y que se aferra a este tipo de episodios. “Pensar que cuando alguien está malo debe acudir al santuario de turno, me parece que es algo muy peligroso. Después de lo que hemos pasado en la pandemia con los antivacunas, pues más todavía. Porque esto va en esa línea”, dice el catedrático.

Las tarifas del Vaticano

López Goicoechea señala otra cuestión que impide que haya “una causa objetiva” en estas instrucciones: el dinero que hay en juego. El precio para beatificar a alguien es de 17.000 euros (mil más por cada milagro), según el tarifario publicado por el Vaticano, beneficiario de esos ingresos. No obstante, hace una década, tras la filtración del caso de corrupción Vatileaks, varios medios italianos publicaron que el coste total de algunos casos (pago de expertos, abogados, etc.) ha alcanzado el medio millón de euros, lo que llevó a Francisco en 2016 a establecer controles en este asunto. Entre ellos, que el pago se hiciera por transferencia bancaria.

Otro ejemplo del negocio de los milagros es Lourdes. El santuario francés —que se extiende a lo ancho de 55 hectáreas con 28 lugares de culto con 320 asalariados— recibe más de tres millones de peregrinos al año, el segundo lugar católico más visitado después del Vaticano, según datos publicados en su web. Todo está enfocado a las supuestas curaciones que obra la Virgen. “Cuando se está enfermo: creer en lo imposible…”, es uno de los lemas que aparecen en la página del santuario.

La institución que lo dirige es una excepción y cuenta con una “oficina médica” permanente para autentificar (con un proceso similar como el que hace el Vaticano) las supuestas sanaciones de los enfermos que peregrinan hasta allí en busca de una curación. Algo que, como citaba anteriormente el canonista, es inusual. “Se entiende que al hacer esto, el santuario tiene un estatus que puede atraer a más fieles”, dice López Goicoechea.

La afluencia de estas personas también aporta beneficios económicos en las arcas de la Iglesia: una vela cuesta 7,50 euros, una medalla son 6,30 euros, y una réplica de la talla de la Virgen casi 80 euros, según en la tienda de su sitio web. Una constelación de merchandising que se extiende a tiendas no oficiales levantadas por toda la localidad donde se levanta el complejo. Estas venden, entre otros artículos, botellas de agua bendita, un litro por 25 euros, con poderes curativos. Sin contar los gastos habituales que dejan los visitantes en hospedarse allí. Ante este negocio, el Papa decidió en 2019 intervenir el santuario y envió a un delegado para “acentuar la primacía espiritual sobre la tentación de subrayar demasiado el aspecto empresarial y financiero, y quiere promover cada vez más la devoción popular que es tradicional en los santuarios”.

López Goicoechea afirma que la postura del papa Francisco va encaminada a suprimir la superstición y el curanderismo que rodea a muchas de las supuestas apariciones marianas, muy cercanas a la religión evangélica, donde son frecuentes las sanaciones milagrosas por sacerdotes durante las celebraciones eucarísticas. “Otra cuestión es la falsa esperanza que pueden sentir muchos fieles, al pensar que, si rezan a un santo o la Virgen, serán curados. Y también la decepción al darse cuenta de por qué, si ellos son buenos cristianos, no se obra en ellos un milagro y sí en gente que no lo son”, explica.

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