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Tener ocho años y ver cómo tu padre asesina a tu madre: los testigos más vulnerables de la violencia machista

En las últimas 24 horas se han cometido tres asesinatos de mujeres en Almería, Pozoblanco y Tenerife. En dos de ellos, los niños estaban en casa cuando se produjo el crimen y fueron ellos quienes pidieron ayuda

Violencia de género
Miembros de la Guardia Civil y de la funeraria retiran los cuerpos de un padre y una madre en Pozoblanco (Córdoba), el martes 8 de agosto.Salas (EFE)
Isabel Valdés

Nueve años, ocho años y cinco meses. Son las edades de los tres niños que este lunes por la tarde no estaban durmiendo siesta, ni nadando en la piscina, ni bañándose en la playa, ni jugando o viendo la tele. Vieron cómo su padre asesinaba a su madre, con un cuchillo de cocina de diez centímetros, en su casa, en Almería. Fueron ellos quienes avisaron a los vecinos para que llamaran a la policía, y también fue uno de ellos al que su padre usó como escudo cuando llegaron los agentes. Apenas un día después, este martes, una niña de tres años fue la que alertó, con sus gritos, también a los vecinos en Pozoblanco, en Córdoba: la hipótesis que maneja por ahora la Guardia Civil es que su padre asesinó a su madre y después se suicidó. La pareja tenía tres hijas, de entre ocho y tres años. Fue ella, la más pequeña, la única que estaba en aquel momento en la casa. Esos asesinatos son dos de los tres que se han producido entre el lunes y el martes, junto al de una mujer de 91 años en Tenerife, por el que ha sido detenido como supuesto agresor su pareja, de 92.

No existe una cifra oficial, periódica, que refleje cuántos hijos han perdido a sus madres asesinadas por sus padres o parejas. La última cifra es de junio de 2019, y eran entonces 1.494, según el análisis que se hizo desde el Consejo General del Poder Judicial, cuando la estadística alcanzó las 1.000 mujeres asesinadas (este 2023 son ya 1.217, además de dos casos en investigación, el de Tenerife y Pozoblanco). Sí existe, desde 2013, un recuento exclusivo de los huérfanos menores de edad: 36 en 2023 y 413 desde aquel año.

De ellos, saber cuántos han presenciado el asesinato de sus madres, solo figura en los análisis que el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial hace anualmente de las sentencias dictadas en estos crímenes. En el último informe, de 2020, de las estudiadas en “nueve casos, los hijos fueron testigos directos de los hechos o se encontraban en el domicilio mientras se produjo la agresión y, en ocasiones, también resultaron amenazados por la acción violenta del homicida”. En las de 2019, en seis casos fueron testigos directos; la misma cifra que en las sentencias revisadas de 2018, y fueron tres en 2017.

Niños y niñas expuestos a un tsunami emocional, psicológico, biológico, físico y cognitivo. “Y cuanto más pequeño eres, más vulnerabilidad, porque a nivel psicosomático hay muchos más riesgos y consecuencias”, dice Fanny Sánchez Juan, psicóloga clínica, especialista en violencia en la infancia, que recuerda que son “víctimas directas” de la violencia que ven “afectados sus cuerpos, sus cerebros, y todas sus funciones”.

La especialista, de la Asociación de Psicología y Psicoterapia Feminista, explica que a nivel neurológico se ven perjudicadas todas las áreas, desde la amígdala al hipotálamo; socialmente se produce un retraimiento; en cuanto al comportamiento, hay sensación de indefensión, depresión, estrés, ansiedad y baja autoestima, entre otras; y en lo somático hay todo un arco.

“Puede ir desde complicaciones en el sistema respiratorio, con el desarrollo de asma, a algunas diabetes infantiles que están relacionadas con el trauma. También alteraciones en el sistema digestivo, que es uno de los órganos que más somatiza en la infancia, o problemas cardiovasculares, como taquicardia, o de piel, como psoriasis. Además, hay cambios permanentes en el cerebro. Según se vaya desarrollando todo ese estrés, hay una especie de desconexión de la realidad y pueden producirse disociaciones, que es una de las respuestas típicas ante un evento así en menores”, ahonda Sánchez.

Cuántas de esas consecuencias y cómo de permanentes sean tiene que ver con la edad: “Cuánto más temprano [suceda], más riesgo de que se cronifique, igual que si no se atiende de forma urgente e inminente. Eso de que los niños no se enteran de nada es completamente falso, hay una parte no consciente que opera a lo largo de toda la vida. Lo que sucede es que no tienen un recuerdo verbal y no pueden ponerlo en palabras, y cuanto más mayores somos, tenemos más posibilidades de sacar el trauma, de exponerlo y verbalizarlo”.

También cuanto más mayores, añade, “más vergüenza y más culpa”. Es decir, pueden no darse esas implicaciones a todos los niveles, pero sí en el emocional: “El pensamiento que les va a surgir es si podrían haber hecho algo para evitarlo, culpa y vergüenza, porque son los hijos de asesinos. Y, aparte de las imágenes recurrentes que van a ir apareciendo de la violencia vivida, van también a aparecer las del asesinato en concreto, que les va a dificultar su vida”. Por eso, a veces, “hay pérdidas de memoria y sentimientos de irrealidad, y la depresión, la desesperanza y las ideas suicidas aparecen”.

Pocos recursos contra el trauma

Cómo afrontar ese momento, de forma rápida y de forma eficaz, “depende de unos recursos que no existen”, alega la psicóloga. “No olvidemos que los sistemas de salud no cuentan con profesionales suficientes, y lo que necesitan esos menores es buena atención, un espacio de seguridad y especialistas, cuidado, amor y reparación. Así puede resolverse de mejor forma el trauma vivido. Pero las consecuencias para unos y otros no son las mismas: si los recursos fueran iguales para todos, sí, pero no lo son. ¿Quién puede pagar un tratamiento? Quien tiene dinero”, arguye.

Y es aún más difícil para aquellos niños y niñas cuyas madre y padres son migrantes. Porque en muchas ocasiones el núcleo familiar con el que cuentan son solo ellos: ni abuelas, ni abuelos, ni tías, ni tíos. Dice Sánchez que siempre, sobre todo, “necesitan apoyos emocionales, de personas conocidas”, y en esos casos no pueden tenerlos: “No solo pierdes tu mundo cotidiano, pequeñito, sino que tampoco tienes una red que te sostenga, y entonces te vas a una institución que no puede cubrir las necesidades emocionales que tienes”.

La violencia antes del asesinato

Necesidades que todos esos menores, a lo largo de periodos más o menos largos de tiempo, tampoco han visto cubiertas dentro de su propia casa. Desde Fundación Mujeres, añaden que hay algo que en estos casos se disipa por “el horror” que supone un asesinato, y es “cuánta violencia han visto antes de eso, a cuántos gritos o golpes han estado sometidos, cómo han vivido hasta que han llegado hasta ahí”. Sus cálculos, según los menores a los que atienden —gestionan las becas para huérfanos de violencia machista Soledad Cazorla—, es que siete de cada diez han presenciado el asesinato.

En 2018, el Tribunal Supremo amplió el alcance de la agravante prevista (en el Código Penal) para las agresiones de violencia de género consistente en actuar “en presencia de menores” y estableció que no solo podía aplicarse cuando hubiesen visto la agresión directamente, ya que “en tales supuestos es patente que el menor resulta directamente afectado de forma muy negativa en su formación y desarrollo personal, en su maduración psicosocial y en su salud física y mental”. Para el Supremo, “supone una experiencia traumática, produciéndose la destrucción de las bases de su seguridad, al quedar los menores a merced de sentimientos de inseguridad, de miedo o permanente preocupación ante la posibilidad de que la experiencia traumática vuelva a repetirse. Todo lo cual se asocia a una ansiedad que puede llegar a ser paralizante y que desde luego afecta muy negativamente al desarrollo de la personalidad del menor, pues aprende e interioriza los estereotipos”.

Desde la Fundación, recuerdan a un niño, hace años, en Galicia: “Su padre había asesinado a su madre, él llamo al 112 y, cuando llegaron, estaba en un rincón, dándole el biberón a su hermano pequeño. ¿Por qué un niño ha de verse obligado a enfrentarse a eso?”.


El teléfono 016 atiende a las víctimas de violencia machista, a sus familias y a su entorno las 24 horas del día, todos los días del año, en 52 idiomas diferentes. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero hay que borrar la llamada del dispositivo. También se puede contactar a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y por WhatsApp en el número 600 000 016. Los menores pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10. Si es una situación de emergencia, se puede llamar al 112 o a los teléfonos de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062). Y en caso de no poder llamar, se puede recurrir a la aplicación ALERTCOPS, desde la que se envía una señal de alerta a la Policía con geolocalización.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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