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Antonia Correa, la mujer indemnizada por ser derivada a otra comunidad para abortar: “Que nadie más tenga que atravesar lo que atravesé yo”

Este lunes, el Tribunal Constitucional obligó a Murcia a indemnizar a Correa por haberle negado el acceso al aborto y haberla derivado a otra comunidad autónoma, a pesar de los problemas que conllevaba el embarazo

Antonia Correa, en una imagen cedida, tuvo que desplazarse para abortar desde Cartagena, en Murcia, hasta Madrid, porque el Servicio Murciano de Salud no quiso atenderla.
Antonia Correa, en una imagen cedida, tuvo que desplazarse para abortar desde Cartagena, en Murcia, hasta Madrid, porque el Servicio Murciano de Salud no quiso atenderla.
Isabel Valdés

Este lunes a Antonia Correa le sonó el teléfono. Era Estefanny Molina, la abogada de Women’s Link Worldwide que la ha acompañado los últimos nueve años en una denuncia contra el Servicio Murciano de Salud, que le negó el acceso a su derecho al aborto, a pesar de las complicaciones médicas que tenía su embarazo. Ayer, su caso, que había llegado al Tribunal Constitucional (TC), tuvo resolución. El TC obliga a Murcia a indemnizarla por haberla obligado a viajar fuera de su autonomía para poder interrumpir su embarazo.

Como Correa, miles de mujeres viajan fuera de su provincia para abortar en España cada año. En 2021, fueron al menos 4.154 las que vivían en una de las 12 provincias, además de Ceuta y Melilla, donde no se practicaban, y se vieron obligadas a abortar en otra. Lo que se desconoce es dónde, o si tuvieron que cambiar de comunidad autónoma, porque esos datos no son públicos. Ella tuvo que ir hasta Madrid: 400 kilómetros para poder acceder a un derecho. Y por ello, el Constitucional argumenta ahora que esa garantía trata de salvaguardar “que la mujer que va a interrumpir el embarazo, que se encuentra en una situación de vulnerabilidad física y emocional, no salga de su entorno habitual y pueda contar con los apoyos de sus allegados para hacer frente a esta difícil situación del modo menos traumático posible”.

Para Correa fue un infierno que empezó en 2014. Para ella y para su familia. Lo cuenta este martes, cuando coge el teléfono a las 10 de la mañana.

Pregunta. Antonia, ¿cómo está?

Respuesta. Emocionada, contenta… Es una sensación muy extraña.

P. ¿Empezamos por el principio? Cuénteme cuándo se quedó embarazada, cómo recibió esa noticia.

R. Tenía 34 años y era nuestro segundo hijo. Cuando supimos que era una niña nos hizo mucha ilusión. Se iba a llamar Ana, porque mi abuela tenía ganas de que yo me llamase Ana, pero al final me llamé Antonia, como ella. Era algo especial para nosotros y para mi hijo, que tenía cuatro añitos y llevaba tiempo diciendo que quería un hermanito. A él todo esto también le afectó.

P. ¿En qué momento supo que algo iba mal?

R. En la revisión de la semana 20 vemos que el médico que nos atiende empieza a poner caras raras. Ese médico llama a otro médico. Cuando terminan, les preguntamos, y nos dijeron que no se le veía el cuerpo calloso a la cría [el cuerpo calloso es la estructura de fibras que conecta y coordina las funciones de los hemisferios cerebrales derecho e izquierdo]. Yo tengo lo mismo, pero parcial. Mi suegra estaba ahí y le preguntó cómo era eso de malo. Él la miró y contestó: “¿No la ves a ella?”, señalándome a mí. Y ya.

P. ¿No hubo más explicación?

R. No, me dijeron que como yo tenía mucha grasa en la barriga no se veía bien y que me daban cita para la semana 24. Ni más información de que existía la posibilidad de abortar hasta la semana 22, ni si era o podía ser grave lo de la niña. Nada.

P. ¿Qué hizo entonces, cómo se sintió?

R. Empiezo a encontrarme mal, a tener ansiedad y estrés, y empezamos a mirar por nuestra cuenta. Vimos que es más grave de lo que nos estaban diciendo. Llamo a la matrona, le explico lo que me está pasando, y ella me hace un papel para ir de urgencia al hospital.

P. ¿Qué hospital?

R. El Hospital General Universitario Santa Lucía, en Cartagena. Estaba el jefe de Obstetricia, Rafael García Moreno, y lo primero que me dice es que es una tontería haber ido de urgencias. Mi marido le dice que no es ninguna tontería, que parece grave y que quiere saber qué le pasa a la cría. Que si va a llegar con síndrome de Down, o ceguera, o sordera, en este mundo puede tirar para adelante, pero que si es algo más grave, qué futuro va a tener. Y el médico contesta que “a lo mejor sale bien”. Mi marido le vuelve a decir que cómo que a lo mejor, que quiere saber. Pero él dice que me harán una ecografía en la semana 32 y que nos mantiene la cita para la semana 24. Y mi marido le dice que en la semana 32 la niña podría nacer, pero él nada, que lo siente y que se mantienen así las citas. Y otro médico que había allí, por lo bajini, nos dijo que allí no podíamos hacer nada.

P. ¿Cómo estaba usted en ese momento?

R. Me bloqueé, estaba trastornada, con muchísima ansiedad, ya estaba llegando a la depresión.

P. ¿Qué decisión tomaron entonces?

R. Gracias a los jefes de mi marido y a otras personas contactamos con el Hospital Ruber Internacional de Madrid. Allí nos dijeron que sí, que le hacían la resonancia a la chiquilla. Pagándolo todo nosotros. Allí nos dicen que la cría tiene cuerpo calloso completo y daño bilateral, y que había un 90% de posibilidades con lo que se veía de que viniese mal, y aparte lo que no se veía. Me derrumbé, estaba destrozada. Mi madre, que ha sido uno de los apoyos más grandes, nos tuvo que llevar a los dos todo el camino de vuelta tranquilizándonos.

P. Regresaron a Murcia, ¿y volvieron a ponerse en contacto con el Servicio Murciano de Salud?

R. Sí, llamé a mi centro médico. Mi matrona y mi doctora vieron los informes y llamaron al jefe de Obstetricia inmediatamente. Y él se cabreó con ellas por haberse metido en ese terreno.

P. ¿Le dio cita?

R. Sí. El mismo jefe de Obstetricia siguió intentando convencernos de que la cría puede salir bien. Entonces se produjo un pequeño enfrentamiento con mi marido, porque él le insistía en que queríamos saber, y le preguntó por qué, si en Cartagena hay neurólogos pediátricos, no nos habían derivado a ellos. Queríamos hablar con ellos. Yo estaba hundida, no podía ni hablar. No hablaba, solo escuchaba.

P. ¿Pudieron ver al equipo de Neurología Pediátrica?

R. Sí, y dio la razón al médico de Madrid. Y nos contó algo: la historia de una familia con algo parecido a lo que tenía mi chiquilla. Habían decidido tenerlo, tenía cinco años y se arrepentían de haber tomado esa decisión porque ese niño solo podía mover los ojos. En ese momento decidí que quería interrumpir el embarazo. Con todo el dolor de mi alma y de mi corazón, nosotros no queríamos una vida así para nuestra hija.

P. ¿Se lo comunican entonces al jefe de Obstetricia?

R. Sí. Y él nos tiró los papeles para poder hacerlo así, como de mala hostia. En la semana 26 me llaman del Comité Ético y me dicen que han aceptado la interrupción pero que me tengo que ir a Madrid, a la Clínica El Bosque. Tenía que estar allí el sábado 29 de noviembre y que el lunes 1 de diciembre se practicaría el aborto.

P. ¿No le dieron opción a hacerlo en Murcia?

R. No, a Madrid. Que allí hay médicos pero no hacen abortos. Cuando llegamos, además, estaban las antiabortistas, me decían “no abortes, no abortes, nosotras te ayudamos”. Estaba hundida, no podía más. Y allí el proceso fue muy frío. Me metieron en una habitación y mi marido se quedó fuera esperando para entrar conmigo a acompañarme durante el aborto. Pero nunca pasó. Entró al final a la una menos cuarto pensando que todavía no había empezado la operación, y cuando se dio cuenta de que ya había pasado todo se derrumbó, dijo que no había derecho a que yo hubiese pasado por eso sola. Me tocó la frente, les dijo que estaba ardiendo y que podía ser que tuviese fiebre. Me dieron un paracetamol y me dijeron que a las tres me podía ir a casa. Así, en un par de horas.

P. Entonces volvió a Murcia, ¿y qué pasó?

R. Sí, volví al hospital temblando. Les di el papel que me habían dado en la clínica para que me diesen cita o hiciesen lo que tuvieran que hacer. ¿Y sabes lo que hicieron? Nada. Me dijeron que no podían hacer nada, que eso ellos no lo llevan. Fue mi hermana la que buscó una clínica en Cartagena, le explicamos el caso y me dieron cita. A los diez días todavía tenía sangre y restos, así que me dieron unas pastillas para eliminarlos.

P. ¿Cómo pasó esos días?

R. Todo ese proceso fue horrible. El estrés se convirtió en una depresión, y perdí la memoria. Dejaba una cosa y al segundo no sabía dónde, te decía “te voy a preguntar una cosa” y ya no podía seguir porque no me acordaba de qué iba a preguntar. Fue como una explosión dentro de mi cabeza.

P. ¿Tuvo apoyo profesional?

R. Pedí yo misma a mi doctora que me enviara al psicólogo. Y me derivó, pero aquí es una sesión cada dos meses: como si nada, y decidimos pagarlo. Económicamente no estábamos bien, tuvimos que pedir un préstamo y la paga extra de mi marido fue para todo lo de la chiquilla.

P. Entonces decide denunciar, ¿qué la lleva a hacerlo?

R. No quería que nadie pasara lo que yo he pasado. El médico de la Ruber me puso en contacto con Women’s Link Worldwide. ¿Sabes? Aquí en Cartagena ha sido siempre todo muy militar, la forma de pensar también, y en general se piensa que contra los médicos no se puede conseguir nada. Y mucha gente me decía que cómo podía hacer eso, pero yo decía que si yo podía poner un granito de arena y que se escuchara, era un paso más. Un paso más de otros pasos más que otras darían después hasta conseguir que esto no volviese a ocurrir. Que las siguientes generaciones no pasaran lo que yo. Eso era lo que quería conseguir.

P. Y lo consiguió.

R. Sí, por ellas, por las mujeres de Women’s Link. Sin ellas no hubiese podido hacer nada. Tampoco a nivel económico. Les di todos los informes y me dijeron que sí, que podíamos ir para adelante. Me ayudaron también con una psicóloga estupenda. Y decidí dar el paso.

P. ¿Cuándo le dieron la noticia del fallo del Tribunal Constitucional?

R. Ayer mismo [por este lunes]. Me avisó mi abogada, Estefanny Molina. Ella es la que ha estado esta última etapa conmigo, antes fue Teresa. Ellas dos han sido las que han estado conmigo estos nueve años.

P. ¿Y a quién fue la primera persona a la avisó usted cuando lo supo?

R. Estaba mi madre justo enfrente de mi, ella fue la primera. Ella ha pasado todo esto conmigo, la que ha estado a nuestro lado desde el principio. Igual que mi marido, también lo pasó muy mal. Pero estuvo fuerte en ese momento, y se lo agradezco porque por eso yo pude tirar para adelante.

P. ¿Es algo que sufrió todo su entorno?

R. Desmoronó mucho a mi familia. También a mi hijo. Estuvo muy nervioso mucho tiempo y tuvo que ir al psicólogo, yo lloraba solo cuando él no estaba, para protegerle de todo ese dolor. Ahora tiene 13 años, pero hasta hace poco decía que tenía tres hermanitos y dos en el cielo.

P. ¿Dos?

R. Sí, después de aquello me quedé embarazada. Otro niño. Nació, pero murió a la semana. Y también murió mi suegra. Mi hijo mayor atravesó todo eso también. Luego tuve otro hijo, que está sano y ahora ambos son mis pilares. Unos años muy, muy complicados.

P. Ahora, ¿feliz?

R. Mucho.

P. ¿En qué pensó ayer cuando le dieron la noticia, en qué piensa ahora?

R. Pienso en mi hija. Y en las mujeres de Women’s Link, que son parte de esto. Y en las mujeres de antes, y en las de ahora, y en las que vendrán. Que nadie más tenga que atravesar lo que atravesé yo.




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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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