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Menos de la mitad de las nuevas terapias contra el cáncer aumentan la supervivencia del paciente

Una investigación de expertos españoles pone en evidencia la necesidad de reforzar los sistemas de evaluación económica de los medicamentos para garantizar la sostenibilidad del sistema sanitario

Dos pacientes y una enfermera, en noviembre de 2020 durante una sesión de quimioterapia en el Hospital Cannizzaro, en Catania (Italia).
Dos pacientes y una enfermera, en noviembre de 2020 durante una sesión de quimioterapia en el Hospital Cannizzaro, en Catania (Italia).Fabrizio Villa (Getty Images)
Oriol Güell

Las crónicas de la lucha contra el cáncer describen miles de pequeñas victorias frente a un enemigo que, pese a todo, sigue ganando la mayoría de las grandes batallas. Cada año mueren 1,3 millones de europeos por una enfermedad que, en realidad, engloba a cientos de procesos clínicos distintos. Hay fármacos que funcionan bien durante un tiempo en algunos pacientes, aunque más adelante pierden eficacia por las resistencias desarrolladas por los tumores. Otros consiguen mejoras relativamente pequeñas, pero el efecto combinado de varios puede convertir algunos tipos de cáncer en enfermedades crónicas. Y, por último, quedan los casos más agresivos, aquellos frente a los que la medicina todavía puede hacer poco, pero cuyos pacientes también necesitan tratamientos.

Este escenario supone un gran reto para la medicina y es también un enorme desafío para los gestores de las cuentas públicas. La proliferación de nuevas terapias, con precios cada vez más elevados y a menudo una eficacia incierta, ha disparado el gasto farmacéutico sin que las mejoras clínicas avancen en la misma proporción. La sostenibilidad de los sistemas sanitarios está en juego y la solución, coinciden los expertos, pasa por una precisa evaluación de los tratamientos para saber cuáles funcionan y merece la pena financiar con fondos públicos.

Un equipo de farmacéuticos de hospitales españoles ha analizado ahora los tratamientos oncológicos aprobados desde 2010. Los resultados, muy desiguales, revelan que menos de la mitad de las terapias (el 43,7%) incrementa la supervivencia del paciente, apenas el 49,8% tiene un “beneficio clínico relevante” y muy pocos (cerca del 10%) mejoran la calidad de vida de los enfermos. Las conclusiones, publicadas en la revista de referencia The European Journal of Health Economics, también muestran que los tratamientos oncológicos han conseguido ganar una supervivencia mediana de 4,5 meses en estos 12 años.

“Las ganancias clínicas son en general pequeñas, no es una visión muy optimista de cómo se está avanzando frente al cáncer, y muestran la necesidad de seguir avanzando en los sistemas de evaluación para identificar y financiar aquellos tratamientos que aportan un mayor valor clínico a los enfermos”, sostiene Beatriz González López-Valcárcel, catedrática en Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y una de las voces españolas más reputadas en el campo de la Economía de la Salud.

Los autores han analizado los ensayos clínicos de 73 moléculas con 197 indicaciones frente a tumores sólidos (han sido excluidos los llamados tumores líquidos, como las leucemias). Para medir el beneficio clínico, el estudio se basa en la Escala de Magnitud de Beneficio Clínico de la Sociedad Europea de Oncología Médica (ESMO), que puntúa de 1 a 5 las terapias frente a tipos de cáncer incurables. La máxima nota, el 5, supone que un fármaco mejora la supervivencia y la calidad de vida del enfermo. Si solo lo logra en una de estas dos variables, el resultado puede ser un 4, pero aún se considera relevante. Con ganancias menores (puntuación de 1 a 3) el beneficio ya no es sustancial. Para los tipos de cáncer que sí pueden curarse, se utiliza una escala similar con letras que van de la A a la C.

“La gran mayoría de los tratamientos obtiene una nota de 3 o 4 en la escala de la ESMO, es decir, están justo por arriba o por abajo del límite del beneficio clínico. Esto demuestra que en general los avances son pequeños. También que no estamos en una dicotomía en la que es fácil decir qué fármacos aportan y cuáles no, sino más bien en un continuo. De ahí la complejidad de estas evaluaciones”, añade González López-Valcárcel.

Medir la aportación en salud de las nuevas terapias ha sido solo uno de los dos objetivos del estudio. El otro es comprobar si este beneficio es tenido en cuenta por el Ministerio de Sanidad a la hora de decidir si financia o no un nuevo tratamiento. La conclusión de los investigadores es que, en general, las decisiones del Ministerio de Sanidad sí están alineadas con el beneficio clínico. Entre los fármacos financiados con fondos públicos, este es relevante en el 56,5% de los casos y no lo es en el 43,5%. Los porcentajes se invierten de forma notable —31,1% y 68,9%, respectivamente— entre los rechazados por Sanidad. La ganancia en supervivencia de los tratamientos incorporados a la sanidad pública son también más elevadas —4,9 meses de media—, que en las que no —2,9 meses—.

“Hemos comprobado que existe una relación entre financiación pública y beneficio clínico, lo que es positivo. Pero, por otra parte, hemos visto que las ganancias en supervivencia general son muchas veces modestas y que todavía hay una parte importante de fármacos financiados por la sanidad pública cuyo beneficio clínico no alcanza el umbral para ser considerado relevante”, explica el investigador principal del estudio, Pelayo Nieto, del servicio de Farmacia Hospitalaria del Hospital Santa Bárbara (Puertollano, Ciudad Real).

Estos resultados son similares a los obtenidos en investigaciones realizadas en países de nuestro entono, explica Eduardo López Briz, coordinador del grupo Génesis de evaluación de medicamentos de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH). “El trabajo nos muestra la realidad en España. La pregunta es cómo debemos interpretar los resultados. Podemos ver la botella medio llena o medio vacía, pero lo cierto es que debemos avanzar hacia un mejor uso de los recursos públicos. Y esto pasa por dotarnos como país de una estructura evaluadora sólida para tomar estas decisiones con criterios de calidad científica”, afirma.

Josep Tabernero, director del Vall d’Hebron Instituto de Oncología (VHIO), coincide en que el futuro pasa por más evaluación. Y por una mayor flexibilidad de las farmacéuticas a la hora de fijar los precios. “No tiene sentido que los medicamentos tengan hoy un solo precio. Tienen que adaptarse a las diferencias socioeconómicas de cada país y a la situación de cada paciente. El efecto de un medicamento es distinto si se administra en una fase u otra de la enfermedad. Si das un solo precio, siempre estás pagando igual y mal. Con las herramientas informáticas de las que disponemos, casi estamos en disposición de medir el valor que un fármaco aporta a cada paciente y fijar un precio que se ajuste a este valor”, defiende.

Los autores destacan otra carencia, en su opinión muy importante, que han hallado en las investigaciones: la escasa atención que la calidad de vida de los enfermos recibe en los ensayos. “Nuestro estudio revela que la calidad de vida solo fue considerada como variable secundaria en el 39,6% de las indicaciones. Y solo en el 10,2% de los casos se obtiene una mejora”, recoge el artículo.

Para César Rodríguez, vicepresidente de la SEOM, hay una razón técnica que lo explica: el diseño de los ensayos clínicos. “Hay una correlación histórica: los recientes tienden a mostrar mayor beneficio. Esto se debe a que los antiguos no daban datos sobre la calidad de vida u otras variables incluidas valoradas en la escala de la ESMO y ahora esto les penaliza. Pero esto es algo en lo que se está avanzando y que los oncólogos hace tiempo que pedimos que se incorpore a las herramientas de evaluación. Lo realmente importante es establecer fórmulas para que aquellas terapias con un beneficio clínico claro y demostrado en los ensayos tengan una vía preferente para su incorporación en la sanidad pública”, sostiene.

Las fórmulas de pago por resultados —por las que la sanidad pública abona la totalidad del tratamiento solo si este cumple con los objetivos clínicos— es otra de las medidas ensayadas en los últimos años para que el dinero abonado por un medicamento se ajuste al valor terapéutico que aporta. Este sistema fue introducido en España en 2019, aunque todavía es poco frecuente (menos de una decena de fármacos lo utilizan).

La patronal farmaindustria recuerda que esta fórmula puede ser de utilidad “cuando se percibe incertidumbre” en los resultados y que es algo que “las empresas aceptan desde hace años, pero debe ser la administración la que determine en qué casos es necesario llegar a acuerdos de este tipo para ganar tiempo”.

Sobre los resultados de eficacia de los nuevos tratamientos, la entidad señala un reciente informe del profesor de la Universidad de Columbia (Estados Unidos) Frank R. Lichtenberg demuestra que estos “han conseguido aumentar la esperanza de vida de pacientes con cáncer en España 2,77 años entre 1999 y 2016″. Según otros datos de la SEOM, la supervivencia neta a cinco años tras el diagnóstico de un cáncer logró una ligera mejora entre 2016 y 2021 en España al pasar del 52% al 55% en hombres y del 59% al 62% en mujeres. En estos cinco años, el gasto en tratamientos oncológicos en España se duplicó hasta alcanzar los 3.110 millones de euros.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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