Voluntarios en pádel-surf salen a la captura de microplásticos en la costa vasca
Un proyecto que aúna ciencia ciudadana y deporte trata de evaluar el nivel de contaminación por plásticos en los arenales del Cantábrico
La bahía de Plentzia (Bizkaia) está como un plato, sin arrugas. Luce el sol y los paseantes aprovechan la marea baja para pasear por la orilla de las playas de Gorliz. Un pescador sumergido hasta la cintura pesca a mosca, pero las lubinas se le resisten. Aketza Sánchez, monitor de pádel-surf, e Idoia Fuertes, responsable de proyectos y ciencia de Surfrider España, preparan los aparejos para lanzarse al agua y darse a la captura de microplásticos. Se disponen a recoger unas partículas de plástico minúsculas que flotan en el agua y constituyen un peligro para la fauna marina y también para el baño de los humanos. Participan en un proyecto, denominado Surfing for Science, que aúna el deporte con la ciencia ciudadana y trata de analizar el grado de concentración de microplásticos en la costa cantábrica vasca.
La ONG Surfrider ha contactado con voluntarios de cuatro entidades colaboradoras –HS2 Surf Center de Hondarribia, el club Fortuna de San Sebastián, Begi Bistan de Orio y Goazen Up de Plentzia– para que se dediquen a rastrear el litoral. Aketza Sánchez recoge muestras cada 15 días en las playas de Gorliz, Astondo y Plentzia, una de las zonas con más horas de sol del Cantábrico. Él e Idoia Fuertes amarran a la tabla de pádel-surf una red barredera (manta trawl) que va flotando sobre la superficie y recoge en su interior todas las partículas de plástico de un tamaño superior a 0,3 milímetros. Esas fracciones quedan almacenadas dentro de una malla muy tupida. Al terminar la faena, la muestra se sella y se envía a un laboratorio de la Universidad de Barcelona (UB).
Esta misma experiencia ya se llevó a cabo para conocer el estado de las aguas de baño de Barcelona. Allí se encontró una mayor cantidad de restos y un grado de contaminación más elevado, asegura la oceanógrafa Anna Sanchez-Vidal, profesora de la Facultad de Ciencias de la Tierra de la citada universidad. El estudio realizado por el Grup de Recerca Consolidat en Geociències Marines, a partir de las muestras recogidas a finales de 2020, concluyó que en esta zona costera se acumulan entre 20.000 y nueve millones de residuos plásticos diminutos (ítems de tamaño inferior a cinco milímetros) por kilómetro cuadrado. “Los datos obtenidos del Cantábrico son preliminares porque faltan algunos meses de muestreo”, explica Sánchez-Vidal, “pero nos salen unas concentraciones de microplásticos inferiores a las del Mediterráneo: si en la costa catalana se contabilizaron 1,1 microplásticos por metro cuadrado, en la vasca por ahora son 0,26 por metro cuadrado”.
El 80% de los residuos que acaban en el mar son plásticos que “no desaparecen”, dice Sanchez-Vidal. Con el paso del tiempo van fragmentándose y alcanzan un tamaño inferior a los cinco milímetros y “suponen un peligro que contamina las aguas y daña a las especies que las ingieren”. Para la UE, son una de las principales amenazas para los océanos. Los que trata de localizar Aketza Sánchez en las playas de Plentzia, Gorliz y Astondo son de un tamaño tan pequeño que resultan casi imperceptibles. Este waterman, como se autodefine, confirma que ha recogido “muy poca materia inorgánica”. La mayor parte de la basura que queda dentro de la malla son ramas pequeñas, hojas y algas. Recorre aproximadamente una milla náutica por la orilla del mar. Tiene que hacerlo en una embarcación plana, como el pádel surf, porque hay muy poca profundidad y un bote de pesca tocaría fondo. Los días de tormenta y mar agitada lo hace con una piragua.
Todo el transecto queda marcado en una aplicación del móvil. “La muestra que se envía al laboratorio debe ir asociada a esa ruta. De esa forma podemos saber la cantidad de microplásticos que hay en cada zona de la playa”, comenta Fuertes. Aketza asegura que el 80% de la porquería que se encuentra en el mar son redes, boyas, anzuelos, palangres y otros restos de pesca que pierden los barcos y las mareas arrastran hasta la costa.
La recogida de muestras se prolonga durante nueve meses. El proyecto trata de estudiar el color, la forma y la composición (polímero) de cada microplástico. Sanchez-Vidal señala que en la Universidad de Barcelona “se extraen los plásticos recogidos con la red y se contabilizan para calcular su abundancia en gramos por metro cuadrado y comprobar las variaciones que se dan”: “Un microplástico redondo nos indicará que ha permanecido más tiempo en el medio marino; si es una fibra, fragmento, film o pellet nos dará una idea de su origen; según su color podremos determinar el tiempo que ha estado expuesto a la radiación ultravioleta… Todos estos parámetros nos permitirán conocer el posible origen de este tipo de contaminación y cómo se ha desplazado en la zona de transición entre el mar y la tierra”. La especialista ambiental Fuertes apunta que “el Cantábrico es un mar más expuesto que el Mediterráneo y esto favorece la dispersión de los ítems de plástico”: “Las áreas con mayor concentración de población [como Barcelona] también dan mayores concentraciones” de este residuo. Con los resultados que se obtengan, Surfrider propondrá estrategias para disminuir su presencia en la costa.
El motivo de ampliar el proyecto a la costa cantábrica se debe, expone Sanchez-Vidal a “un deseo de conocer mejor los mecanismos de dispersión de los microplásticos y sus características en dos zonas muy distintas, como son el mar semicerrado pero con alta densidad de población del Mediterráneo y una con menor densidad poblacional pero gran actividad pesquera como el Atlántico”. Precisamente, el centro tecnológico AZTI ha liderado durante cuatro años una investigación cuya misión ha consistido en definir la distribución de las basuras marinas en el golfo de Bizkaia. El análisis, cuyos resultados se conocieron en octubre pasado, incidió especialmente en la presencia de microplásticos y concluyó que estos residuos representan el 93% de la cantidad de plástico presente en las muestras analizadas. “El golfo de Bizkaia es un callejón sin salida para los microplásticos”, señalaron los científicos de AZTI.
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