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La comisaria que rompe el penúltimo techo de cristal en la Policía

Elisa Fariñas es la primera agente que, desde el escalafón más bajo, está a punto de ascender a comisaria principal, el más alto

Elisa Fariñas
Elisa Fariñas, comisaria de Policía Nacional, en su despacho de la División de Formación, en Madrid.Samuel Sánchez
Óscar López-Fonseca

La comisaria Elisa Fariñas Abellán (Madrid, 60 años) tiene reservado en su despacho de la División de Formación, en Madrid, un pequeño espacio para la nostalgia. Entre fotografías familiares y con antiguos compañeros de promoción, destaca una enmarcada en la que el color resiste a duras penas el paso del tiempo. Es del 5 de junio de 1985, del día en el que ella recibió, de manos de su padre, también agente, el despacho que la convertía en policía. Entonces, los agentes aún vestían la uniformidad marrón, aquella que hizo que se les bautizase con el apelativo de maderos que aún se usa. Entre esa imagen y hoy han pasado casi 40 años y toda una carrera profesional en la que Fariñas está a punto de protagonizar un hito: ser la primera mujer que, desde el escalafón más bajo de la Policía Nacional, logra alcanzar el más alto, el de comisaría principal. “Me queda superar un curso de cuatro meses”, puntualiza.

Este techo de cristal es uno de los últimos que han roto las mujeres en la Policía Nacional, donde en la actualidad son ya 11.824, el 16,9% de los más de 70.000 agentes que conforman el cuerpo. Un porcentaje muy superior al de la Guardia Civil, donde está en el 9%, pero aún lejos del 40% al que aspiran los responsables políticos alcanzar en 2030 y para el que han adoptado iniciativas como, por ejemplo, eliminar la estatura mínima, que las discriminaba frente a los hombres, o permitir que las candidatas aplacen las pruebas físicas de la oposición si están embarazadas. En la última convocatoria lo han hecho una veintena de aspirantes, según detalla la comisaria.

Elisa Fariñas, fotografiada en Madrid el 7 de marzo.
Elisa Fariñas, fotografiada en Madrid el 7 de marzo. Samuel Sánchez

El perfil actual de las policías es también reflejo de la evolución de la sociedad: la edad media está en 41 años, el 45,7% son licenciadas o diplomadas universitarias y cada vez ocupan más puestos de mando. De hecho, solo en los últimos cuatro años, el número de comisarias principales ―escala a la que en unos meses se sumará Fariñas― ha crecido un 143% y ya son 17. Cuatro de ellas forman parte de la Junta de Gobierno, un órgano encabezado por el director general e integrado por 15 altos mandos que conforman la cúpula de la institución. Además, hay 38 comisarias y 247 inspectoras jefes. Un dato reciente apunta a que estas cifras irán rápidamente en aumento: en la última convocatoria para el acceso libre a la escala de mando se han presentado por primera vez más mujeres que hombres.

Fariñas admite que el cambio que reflejan estas cifras ha sido “lento, lento, lento” desde que ella se presentó a las pruebas de acceso a policía. Entonces los mandos y la estructura eran aún militares. Por ello, valora los “muchos” avances en la institución. “Recuerdo que al principio las pocas que lo conseguimos [en aquella promoción, la primera para la Policía Nacional, fueron 53 mujeres frente a 447 hombres] tuvimos que acostumbrar tanto a los compañeros como a la sociedad a que vieran con normalidad mujeres de uniforme”, añade la ahora comisaria, que recuerda que fueron años en los que tuvieron que soportar “algún comentario desafortunado” en la calle y en las propias comisarías que prefiere olvidar. “Tenías que vencer esa desconfianza demostrando que valías más que un hombre para este trabajo. Si lo hacías, ellos te abrían las puertas de un mundo que hasta entonces había sido exclusivamente de hombres”, rememora.

Destinos dispares

En sus 39 años de profesión, Fariñas ha pasado por los destinos más dispares. Desde Vitoria a Fuerteventura, con altos en Madrid o Mérida. Y desde seguridad ciudadana a la lucha antiterrorista, comisarías de distrito, la unidad de protección, extranjería o, como ahora, la división que se encarga de formar a los futuros agentes. Y en todos ellos compaginarlo con su función de madre. “Es que esto no es solamente ir al trabajo. Además, tienes que ejercer de madre y también estudiar cuando te presentabas a un ascenso”, señala. Recuerda, por ejemplo, que cuando estuvo destinada ya de inspectora en la comisaría de Torrejón de Ardoz (Madrid) en más de una ocasión tuvo que llevar en pijama a sus dos hijos a la casa de un compañero para que la esposa de este los cuidase mientras ellos salían a atender un suceso ocurrido a deshora. “Por fortuna, los turnos y los horarios han cambiado mucho en estos años y hoy es mucho más fácil la conciliación familiar. Antes tenías que tirar de la familia, los amigos o pagar a alguien para que te llevara o recogiera a los niños al colegio”, añade.

La comisaria recuerda también que en ocasiones era “la única mujer”. Le ocurrió en 1990, cuando aprobó el curso de ascenso a oficial. Pese a ello, asegura, esta circunstancia no le supuso que la apartasen de ningún servicio. “Tras ese ascenso fui destinada a Vitoria y el segundo jefe de la comisaría provincial me dijo que había otras cinco mujeres, y que a todas ellas las tenían en un destino más burocrático, como es la oficina de denuncias. Sin embargo, a mí, como ya era oficial y se suponía que tenía un bagaje previo, me dijo que iba a ir a un radiopatrulla [los vehículos con los que los agentes uniformados recorren las calles]. Me pareció y me parece lo correcto”, destaca.

El próximo ascenso de la comisaria Fariñas se produce cuando la Dirección General de la Policía acaba de aprobar su primer Plan de Igualdad, en el que pone el foco, precisamente, en acabar con las desigualdades que pueden persistir en el seno de la institución. Para ello, pretende que haya más casos como el de Fariñas y se generalice la presencia de la mujer en todas las escalas y categorías en igualdad de oportunidades. No es el único objetivo del plan. También busca reforzar las medidas de conciliación de la vida personal y familiar, y prevenir los episodios de violencia y acoso que puedan sufrir las agentes. “Es tan necesario conseguir mejoras como afianzar las que ya hay”, señala la alto mando. Junto a la foto descolorida en la que su padre le entregaba el despacho que la convirtió en agente, la comisaria tiene otras con sus dos hijos, de los que presume que también son policías. En una aparece precisamente entregándole el despacho a su hija. Ha pasado poco tiempo de ella y el color sigue intacto.

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Sobre la firma

Óscar López-Fonseca
Redactor especializado en temas del Ministerio del Interior y Tribunales. En sus ratos libres escribe en El Viajero y en Gastro. Llegó a EL PAÍS en marzo de 2017 tras una trayectoria profesional de más de 30 años en Ya, OTR/Press, Época, El Confidencial, Público y Vozpópuli. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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