El ‘shock’ moral y otros motores que impulsan las manifestaciones masivas
Desde las manos blancas contra ETA en 1997 hasta las marchas por la sanidad pública, la historia reciente ha estado marcada por momentos en que factores sociales, políticos y cívicos convierten una protesta en multitudinaria
Las calles del centro de Madrid se llenaron el domingo de decenas de miles de manifestantes para defender la sanidad pública y mostrar su malestar ante el colapso de los centros médicos de la Comunidad de Madrid. Más de 250.000 asistentes (un millón de personas, según las asociaciones vecinales que convocaron la marcha) gritaron durante un día soleado contra la política sanitaria del Gobierno autonómico de Isabel Díaz Ayuso. Un problema palpable para la ciudadanía madrileña, que desde hace meses observaba preocupada e impotente las largas colas en los ambulatorios, las dificultades para pedir cita por teléfono y la escasez de médicos. Entre los manifestantes había ciudadanos que afirmaban ser votantes del PP, el partido del Gobierno contra el que protestaban, o que no eran asiduos a manifestarse. Unos días antes, decenas de sanitarios, los partidos de la oposición y varios personajes relevantes de la sociedad española apoyaron la convocatoria y animaron a través de las redes sociales —incluso muchos actores lo hicieron durante la gala de los Premios Goya— a otros ciudadanos a manifestarse bajo la etiqueta #SanidadPública. Sumada a la del pasado noviembre, que sacó a la calle a 200.000 ciudadanos para arremeter también contra los planes sanitarios de Díaz Ayuso, la movilización recordaba inevitablemente otras masivas protestas que han marcado la historia reciente del país.
Las citadas características representan, según los sociólogos y politólogos, las palancas que impulsan a la ciudadanía a salir a la calle para protestar. Y la suma de varias de ellas es lo que ha llevado a que en determinados momentos de la historia de la democracia española se produjeran icónicas manifestaciones masivas. Desde la avalancha de manos blancas contra el asesinato etarra de Miguel Ángel Blanco en 1997 hasta las recientes marchas contra la violencia machista del 8M, todas estas manifestaciones tienen varios motores comunes que impulsaron una gran movilización social.
El más relevante que los sociólogos señalan es el impacto emocional —fruto de un shock moral a consecuencia de un atentado terrorista, un asesinato, la ruptura de valores, la violación de derechos humanos, los recortes en áreas que afectan a la salud, etcétera—, un factor decisivo que alienta a salir a la calle a personas que, de otro modo, nunca habrían optado por expresarse de esta manera, incluso si esas concentraciones suponen un ataque contra los partidos políticos a los que votan.
El sociólogo Manuel Jiménez, profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y experto en movilizaciones y protestas en España, explica que cuando existen estos “sentimientos de injusticia moral” no solo animan a manifestarse a las personas afectadas directamente por lo que se protesta, sino también al resto de la ciudadanía. “En estas situaciones hay un componente de dignidad que saca a la gente, en mayor o menor medida, por encima de sus lealtades partidistas”, analiza el experto.
Jiménez pone como ejemplos de este shock moral las manifestaciones contra el terrorismo, como la del 12 de marzo de 2004 tras la masacre yihadista del 11M. Acudieron 11 millones de personas en toda España, según datos policiales, de diferente signo político y clase social. Reflejo de ello fue la imagen de los políticos que encabezaron juntos la marcha en Madrid: el por entonces presidente José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Silvio Berlusconi, el actual rey Felipe VI y las infantas Elena y Cristina de Borbón.
La protección de valores o determinadas creencias también es un impulso. En la marcha del pasado enero contra el Ejecutivo de Pedro Sánchez muchos asistentes aseguraban a los medios que, más allá de protestar contra las decisiones políticas del Gobierno —indultos a los políticos independentistas, reforma de la malversación, gestión de la pandemia...—, “personas de izquierdas, de derechas y del centro” habían salido a la calle para “proteger el Estado de Derecho”. A dicha concentración acudieron 30.000 ciudadanos, según Delegación del Gobierno, y medio millón de personas, según el centenar de entidades convocantes.
Para el politólogo Javier Lorente, de la Universidad Rey Juan Carlos, explicar esa transversalidad ideológica en las manifestaciones masivas es más complejo y no solo se puede atribuir a un componente emocional. Lorente habla de la importancia del discurso que hay detrás de la convocatoria a salir a la calle. “Uno de los motivos que explica la participación en las manifestaciones es que el manifestante esté predispuesto ideológicamente a comprar el argumentario de la manifestación. Si lo que se demanda va más allá de las reivindicaciones históricas de un solo partido político y lo que se exige afecta a toda sociedad, las probabilidades de que la manifestación sea transversal son mayores. La sanidad, por ejemplo, tiene un nivel de uso muy grande, más incluso que el de la educación estrictamente pública. Afecta a todos”, analiza el politólogo.
Esto último se ve claramente, añaden los especialistas, en las concentraciones feministas del 8 de marzo. A pesar de que hay partidos de extrema derecha como Vox que niegan la existencia de la violencia de género, las calles españolas se llenan esos días de miles de personas de diferentes sectores de la sociedad para reivindicar políticas de igualdad y contra la violencia machista.
Por otro lado, añade Lorente, si el objetivo de la manifestación —lo que se demanda— es un hecho palpable por los ciudadanos, es más fácil que salgan a protestar. “Perciben que es un problema real y eso liga mucho a movilizar. Sigo con el ejemplo de la sanidad madrileña: es fácil contrastar que tu centro de salud está colapsado tan solo con intentar pedir cita a través de app Cita Sanitaria Madrid”, dice el politólogo. Ejemplo de ello fueron las imágenes que se televisaron sobre la catástrofe del Prestige en Galicia, que no solo impulsaron las manifestaciones multitudinarias en 2003, sino que animaron a que cientos de voluntarios acudieran a limpiar el chapapote las costas coruñesas de Muxía.
La fuerza movilizadora de los personajes públicos
El llamamiento para protestar por una determinada causa por parte de colectivos o personajes relevantes de la sociedad también promueve que ciudadanos que no suelen significarse en concentraciones salgan a la calle a hacerlo. Esta dinámica siempre ha estado presente en las últimas décadas, pero hay episodios que se han quedado en la memoria colectiva, como las movilizaciones de 2003 contra el envío de tropas españolas a Irak. Bajo el lema “No a la Guerra”, decenas de actores, músicos, activistas y profesores universitarios del ámbito progresista salieron en los medios y participaron en actos donde alentaban a sus seguidores a abuchear al Gobierno de Aznar por entrar en la contienda. No es el único caso icónico. Años después una veintena de obispos españoles, arropados por el PP, llamaron a los fieles a protestar contra la ley del matrimonio homosexual o la ley del aborto, en 2005 y 2009 consecutivamente. En ambos casos conservadores y progresistas apelaron a sentimientos éticos y morales para salir a la calle.
Esto también se ha dado en las dos últimas marchas por la sanidad, aunque de una manera más transversal. “La idea de que te llame a manifestarte el colegio de médicos, que es conservador, y que también lo haga el actor Luis Tosar, que sabes que es muy de izquierdas, tiene mucho que ver con que haya salido más gente a la calle”, añade Lorente.
Jaime Pastor, sociólogo y politólogo de la UNED, afirma que no se puede olvidar la influencia del contexto político y el malestar social que se ha vivido en los últimos meses en Madrid antes de estas manifestaciones: “Para una protesta es importante el sentimiento de indignación. Es evidente que en Madrid ha habido una acumulación de malestar. En las protestas hemos visto que ha vuelto a salir a primer plano la cuestión de [la gestión durante la pandemia de] las residencias, ahí hay una memoria que proviene de la crisis pandémica y que ha estallado ahora”. Pastor recuerda episodios similares, el más relevante fue tras el giro del Gobierno de Zapatero en 2010 a políticas austeras que acabaron por prender el 15M y las posteriores mareas de protestas, a las que acudieron miles de jóvenes que nunca antes se habían manifestado.
Los sociólogos Eduardo Romanos e Igor Sábada hablan de este punto en su estudio Evolución de la protesta en España (2000-2017): un análisis de sus ciclos y características. De cómo el contexto político y social acaba siendo el caldo de cultivo del tipo de manifestaciones que han marcado cada ciclo de protestas en España. Por ejemplo, de cómo las políticas de recortes por la gran recesión de 2008 alimentaron las protestas de los indignados que alcanzaron su cénit en 2015: “El 15-M no surgió de la nada, sino que venía gestándose un ciclo de contienda política antes de 2011 y prosiguió hasta casi 2013 con una gran cantidad de protestas”.
Las redes sociales y las nuevas tecnologías son otros de los agentes movilizadores que en los últimos años ha estado muy presente en todas las manifestaciones masivas. Su uso, señalan todos los expertos, ha permitido, por un lado, una difusión gratuita de las convocatorias y que la ciudadanía pudiera adaptar libremente el discurso de la protesta, antes solo en manos de sindicatos, colectivos y los partidos políticos que las convocaban. Y por otro, son un recurso que multiplica el eco del llamamiento. “[En las redes] la información es más inmediata y está menos mediada por organizaciones. Llega a más gente y moviliza más personas”, añade Manuel Jiménez, sociólogo y profesor de la Universidad Pablo de Olavide.
Un reflejo del poder que han tenido las redes sociales y los recursos de comunicación tecnológica fue el sms que, antes de la existencia de Twitter, miles de personas compartieron con sus teléfonos móviles el 13 de marzo de 2004 tras el atentado del 11M, a tan solo un día antes de las elecciones generales y después de que el Gobierno del PP negase que la masacre fuese obra de yihadistas: “¿Aznar de rositas? ¿Lo llaman jornada de reflexión y Urdaci trabajando? Hoy 13M, a las 18h. Sede PP, c/Génova 13. Sin partidos. Silencio por la verdad. ¡Pásalo!”. A la cita acudieron miles de personas. Horas después, Mariano Rajoy, por entonces sucesor de Aznar, apareció en directo en el telediario de TVE y denunció las protestas. La difusión se multiplicó y, con ella, la indignación. A pesar de que las encuestas señalaban al PP como ganador de las elecciones, el PSOE ganó al día siguiente en las urnas.
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