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Bebés
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los ‘feroces’ bebés manifestantes

El Baby Bloc trató de reunir a padres e hijos en la gran manifestación madrileña en defensa de la sanidad pública para discurrir en un entorno más seguro y tranquilo. Pero, ¿es lícito llevar a los más pequeños a este tipo de concentraciones?

Baby Bloc Manifestación Sanidad Madrid
Un niño en la manifestación por la sanidad pública en el centro de Madrid, el pasado 13 de noviembre.Moeh Atitar
Sergio C. Fanjul

En tiempos del movimiento antiglobalización, en el cambio de siglo, cogió fama el Black Bloc, los grupos de feroces anarquistas que se incrustaban en las grandes manifestaciones de la época, vestidos de negro, de la cabeza o a los pies, muy bien pertrechados para enfrentarse a los antidisturbios y ejercer la violencia revolucionaria contra sucursales bancarias o tiendas de Nike. Eran temibles, parecía que iban a dejar al capitalismo neoliberal en ruinas y en llamas (o eso le parecía a un chaval de 20 años) a las afueras de las grandes cumbres internacionales (Seattle, Génova), al menos hasta que, con el atentado de la Torres Gemelas, todo aquel movimiento pareció esfumarse, quedarse en nada y dejarnos como hoy estamos.

El pasado domingo 13 de noviembre, en la gran manifestación madrileña en defensa de la sanidad pública, que probablemente también pase a las páginas de la Historia, no hubo un Black Bloc (era todo más bien blanco), pero sí un inopinado Baby Bloc, en el que estaba planeado que se reunieran los bebés, niños y progenitores que asistiesen a la protesta para discurrir en un entorno seguro, no menos reivindicativo, pero sí un poco más tranquilo y alejado del crepitar de los tambores.

Un Baby Bloc, qué hallazgo, pensé. Imaginé a los babies lanzando mocos contra los antidisturbios, cruzando en la calle sus carricoches a modo de barricadas, berreando hasta llegar a los oídos de la mismísima Isabel Díaz Ayuso o rompiendo los grandes ventanales de las franquicias textiles multinacionales para luego entrar a gatas a practicar el saqueo. Los destructores de lo público lo iban a tener claro con estos. Fuego y pañales: la revolución en las calles.

Era también un buen momento para reflexionar sobre la presencia de niños en las manifestaciones. Hay quien critica esta presencia como una forma de adoctrinamiento: un bebé o un niño no sabe si está de acuerdo con lo que allí se reivindica, de modo que llevarle es similar a imponerle una religión que no tiene por qué compartir o a esa cosa tan extraña que hacen algunos padres pelín flipados en cuanto nace el bebé: afiliarle a su equipo de fútbol para que sienta los colores desde su más tierna infancia.

Sin embargo, no creo que sea así: un niño va a la manifestación no en calidad de manifestante sino en calidad de acompañante, como cuando yo acompañaba de chaval a mi difunta tía Vicen a misa sin ser yo creyente ni practicante. Por otro lado, una causa tan blanca y universal como la defensa de la sanidad pública me parece apta para todos los públicos, casi una obligación ciudadana y moral. Y, por lo demás, mi hija Candela, de 15 meses, se lo pasó canica viendo todo aquel conglomerado de personas gritando no sé qué cosas y agitando al viento esos clínex que, por una vez, no iban a servir para limpiarle las narices.

Luego la cosa no fue una orgía de destrucción a manos de bebés violentos, como había imaginado. Primero, porque no era ese el concepto. Segundo, porque, debido a la gran afluencia de personas que colapsaban las calles y el transporte público del centro de Madrid, tan emocionante y tan engorroso, me fue imposible llegar al Baby Bloc con mi pequeña banda de babies procedentes del barrio de Lavapiés. Según parece, debido también a la alta afluencia y a las corrientes magmáticas en el seno de la mani, el Baby Bloc también tuvo difícil mantenerse íntegro y unido, pero eso no le resta valor a la iniciativa. En general, dentro y fuera del grupo había muchos niños y muchos padres manifestándose. Y también muchas personas mayores. Normal: somos los que más valoramos la sanidad pública, porque estamos más en contacto con las alegrías y penas de los procesos corporales, nacimientos, crecimientos, decadencias y muertes, no como esos chavales insolentes que tienen ahora 20 años (solo ahora, ojo) y se creen invulnerables e inmortales, como yo me creía cuando alucinaba bellotas con el Black Bloc de los anarquistas antiglobalización.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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