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‘Black Bloc’, la nueva incógnita de las protestas de Brasil

Un colectivo de jóvenes que justifica la destrucción del patrimonio como lenguaje de protesta convoca a movilizaciones en Sao Paulo y Río de Janeiro

María Martín
Un miembro del movimiento Black Bloc, en una protesta en Sao Paulo.
Un miembro del movimiento Black Bloc, en una protesta en Sao Paulo.NACHO DOCE (REUTERS)

Avenida Paulista, arteria económica de São Paulo y palco de las manifestaciones de la ciudad más poblada, rica y una de las más desiguales de Brasil. Una decena de jóvenes vestidos de negro y con pasamontañas se separa de la marcha para abalanzarse contra la sucursal de una entidad bancaria. Arrancan a patadas las pasarelas de entrada, la toman con los cajeros a los que lanzan piedras, golpean con palos y pintan con graffiti mientras el sonido de la alarma duele en los oídos. Son rápidos, dejan su marca y se marchan en busca del próximo objetivo, un McDonalds, un puesto móvil de la policía o la estación del metro. Son los Black Bloc, mejor dicho: los que adoptan la táctica Black Bloc, la de la destrucción del patrimonio como lenguaje de protesta. Los Black Bloc no son considerados un grupo aunque sus integrantes compartan su ira contra el capitalismo y su atracción por el anarquismo. El colectivo, que ha convocado a una manifestación nacional el próximo 7 de septiembre, es la nueva incógnita de las protestas en el país.

Hace dos meses que Brasil procura una radiografía de los manifestantes que ocupan sus calles en busca de teorías que expliquen la explosión y el devenir de tanta agitación social. Primero se escrutó a los integrantes del colectivo Passe Livre, jóvenes defensores del transporte público gratuito e impulsores de las primeras protestas; les siguieron los perfiles de los universitarios de clase media insatisfechos con la sanidad, la educación y la inseguridad; después se escudriñó a los Ninja, activistas que con sus retransmisiones en directo promovieron denuncias contra la brutalidad policial. Se revisó también el papel de colectivos históricamente conocidos como los movimientos sin tierra, las asociaciones de la periferia y la participación de los vecinos de las favelas. Ahora, con una convocatoria debilitada, muchas de las protestas son promovidas por los Black Bloc, que acaparan flashes y alimentan la pluma de los analistas.

El de ellos es un perfil difícil de trazar. Ellos mismos están definiéndose por el camino, la opinión pública ya les ha colocado el cartel de vándalos, y los gobernantes, que tienen paralizadas la mayoría de las propuestas lanzadas en junio, los contemplan como el camino más rápido para disuadir a las masas de salir a la calle.

El joven que decide adoptar la táctica Black Bloc, surgida en Alemania en los años 80 para defender las ocupaciones y enfrentarse a la policía y grupos nazis, suele venir de la periferia, donde los servicios públicos como el transporte y la sanidad muestran una cara aún más fea que en el centro de las ciudades.

Fuera de Brasil, la corriente Black Bloc es esencialmente anticapitalista, con alguna excepción como la de los enmascarados de Egipto que estaba más centrada en combatir la “tiranía fascista de los Hermanos Musulmanes”. Aquí es un movimiento que parece ser más amplio, que lucha por la mejor eficiencia del Estado, por la mejora de los servicios públicos. La principal bandera de las manifestaciones de junio, aunque agitada más violentamente.

Los Black Bloc se cubren el rostro porque lo que hacen es delito – el vandalismo se castiga con trabajos para la comunidad, pero se les puede mandar a la cárcel por organización criminal- y se posicionan al frente de las marchas para servir como escudo entre los policías y los manifestantes. Y son extremamente huidizos con la prensa. “No tengo contacto con ellos, apenas soy un manifestante de base que se siente más protegido cuando hacen la primera resistencia contra la terapia de choque de la Policía Militar”, explica Bruno, un joven que acompaña las protestas.

La brillantez del argumentario de los Black Bloc depende de quien lo defienda, como organización horizontal no tienen líderes, y cada uno de ellos habla a título personal. Dos profesores, Rafael Alcadapini, de la Fundación Getúlio Vargas y la española Esther Solano, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), han decidido salir de sus despachos para estudiar sus tácticas. Coinciden en que les falta teoría y articular mejor sus proclamas, lo que no significa que no tengan claras sus posiciones y exigencias.

“La mayoría de estos jóvenes está a la orilla de la exclusión social, pero acumulan muchas lecturas sobre anarquismo, tienen una buena articulación mental. No destruyen los símbolos del capitalismo por causalidad”, explica  Alcadapini, encargado de observar el fenómeno desde el frente de los agentes. Solano, que se mantiene en el bando de los manifestantes, cuenta que cuando habla con ellos se da cuenta de que no tienen una teoría aprendida, pero sí cuentan con una concepción política de su país.

“La mayoría de la sociedad no tiene una formación política, si les deslegitimamos por eso tendríamos que deslegitimar a la mayoría de los movimientos. No tienen base teórica, pero no les falta un discurso. Son chicos de clase media-baja, estudiantes de la escuela pública, vecinos de la periferia, el contacto que ellos tienen con los problemas del país es mucho más cercano. Cuando hablan de la violencia, provocan mucho porque lo que quieren es darle un significado nuevo al vandalismo. Para ellos el vandalismo es el abandono del Estado, las aglomeraciones en el metro, las filas en los hospitales, la violencia a la que ellos están sometidos en el día a día.”, apunta Solana.

Lo que hacen los Black Bloc es montar un escenario, un espectáculo que les dé visibilidad. "¿Es una propuesta legítima?", se pregunta Solana. “Cabe a los ciudadanos juzgarlo”.

Por lo que se ha visto hasta ahora el veredicto parece claro: culpables. El sociólogo Demétrio Magnoli los llama directamente “idiotas vestidos de negro que rebobinan un desastroso filme antiguo” en el diario O Globo. Quien está más cerca de ellos también condenan la violencia, aunque intenta entenderlos. “Como defensor de la constitución mi visión es que aquellos que cometen una acción directa violenta están cometiendo un delito. Ahora, la cuestión política de este tipo de ataques es una cuestión individual. Si quieren provocar de esa forma, no soy yo quien puede condenarles.”, mantiene Daniel Biral, un joven abogado que participa en la defensa de los detenidos en las manifestaciones.

Los Black Bloc de Río de Janeiro, que mantienen un campamento frente a la casa del gobernador -y aliado de Dilma Rousseff- Sergio Cabral, también se han dado cuenta de la imagen que han proyectado. Esta semana colgaron en su página de Facebook un comunicado con el que invitaban sus simpatizantes a revisar sus tácticas. “En las últimas semanas hemos notado un aumento del rechazo a la acción Black Bloc por parte de la población en general y hasta de algunos grupos que también poseen reivindicaciones que consideramos serias”, comienza la carta.

El espíritu inicial del enmascarado no es reventar vehículos particulares, ni quioscos de prensa, ni agencias de correos, pero en varias protestas hay quien ha perdido el control.

“La destrucción de patrimonio público y privado sin criterio ha sido frecuente y muchas veces injustificada. ¿Quiosco de prensa atacado? ¿Por qué? ¿Para qué? Es comprensible cuando arrancamos señales de tráfico y quemamos papeleras para hacer barricadas contra el avance de la policía, pero lo que hemos visto es un descontrol -perdonen el término- imbécil, que solo dispersa el grupo convirtiendo la palabra bloque en una broma”.

El próximo día 7 de septiembre, día de la Independencia de Brasil, podrá medirse mejor tanto su fuerza, como sus debilidades.

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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