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Las UCI bajan en ocupación y esquivan el temido colapso por la ómicron

El número de pacientes en cuidados intensivos lleva más de una semana con tendencia descendente, pero la incidencia acumulada repuntó el viernes para llegar a su récord: 3.418 casos por 100.000 habitantes

Covid UCI
Un sanitario atiende a un paciente ingresado en la UCI del hospital Enfermera Isabel Zendal de Madrid, el pasado 13 de enero.eduardo parra (Europa Press)
Pablo Linde

El fantasma del colapso hospitalario por la sexta ola del coronavirus en España se aleja. Las unidades de cuidados intensivos, el mejor indicador para medir la gravedad del virus, han llegado a su límite estructural, pero su ocupación ya ha empezado a descender y queda lejos de los niveles de presión de los peores momentos. El viernes había ingresados en ellas 2.202 pacientes de covid, 22 menos que hace una semana, 49 menos que el lunes y algo más de la mitad que en el pico de la tercera ola.

Si la tendencia se confirma, habrá cambiado el patrón clásico en el resto de ondas epidémicas, que comenzaban por una caída de los casos, seguida de las hospitalizaciones y que, finalmente, llegaba a las UCI. En esta ocasión, las últimas dieron sus primeras señales de caída la semana pasada, antes incluso de que la incidencia acumulada, que ha empezado a caer esta, aunque sufrió un repunte el viernes para alcanzar su récord: 3.418 casos por 100.000 habitantes en 14 días. La ocupación en planta se acaba de sumar a las caídas, con un par de días de descensos.

Los expertos prefieren ser cautos antes de cantar victoria. Esperan que la tendencia de los contagios —infraestimados por una medición deficiente y tardía debido a la explosión de la transmisión— se consolide y saben que puede todavía estar unos días inestable, mostrando dientes de sierra. No descartan un nuevo repunte, algo que está sucediendo ahora en Dinamarca. Pero, a diferencia de los diagnósticos, las UCI son un termómetro bastante exacto. ¿Por qué han caído antes incluso que los contagios?

Seguramente influyen varios factores, incluido el cada vez mejor manejo de los pacientes en estas unidades, como señala la epidemióloga Ana María García. El retraso en la notificación de las infecciones también puede tener que ver. La mayoría de los diagnósticos en las últimas semanas se han hecho con pruebas de antígenos, muchas caseras que ni siquiera se añadían a la estadística, salvo en algunas comunidades. En las demás, los pacientes tenían que pasar por su centro de salud, que llegaba a tardar más de una semana en atenderlos. La bajada de casos que se adivina ahora, por lo tanto, puede corresponderse a un descenso de la transmisión de hace días.

Pero hay otro factor que los epidemiólogos están sopesando: el solapamiento de variantes. La sexta ola empezó con casos de la delta. Esta sí siguió el patrón normal. Fue empujando las hospitalizaciones y luego los ingresos en cuidados intensivos. Pero a medida que avanzó diciembre, fue sustituida por la ómicron. La mayoría de las infecciones navideñas, cuando se produjo la gran explosión de casos, se corresponden con esta variante, más leve. A pesar de que ha habido cientos de miles (probablemente millones) de contagios y que una pequeña porción de ellos han necesitado o necesitarán cuidados intensivos, por el momento no son tantos como para seguir aumentando el nivel de ocupación. Algo parecido se ha visto en el Reino Unido y Dinamarca, donde la ocupación en las UCI se estancó antes de que se produjera un descenso de casos.

Todo puede cambiar si los contagios siguen creciendo, pero ya ha transcurrido casi un mes desde que comenzó la gran aceleración de los contagios, tiempo suficiente para que hubiera repercutido en las UCI. Y no parece haberlo hecho. Si no se altera la tendencia, tendrá importantes consecuencias, tanto para el manejo de esta ola como de las siguientes.

La saturación hospitalaria, y particularmente de las UCI, es el baremo implícitamente marcado para tomar medidas drásticas. Todos los países, incluido España, han impuesto sus limitaciones más estrictas para evitar este escenario y las han relajado cuando se alejaba el riesgo. El temor a que el número de casos de la ómicron fuera tan alto que la gravedad de una mínima porción de ellos colapsase los cuidados intensivos se va disipando.

Es a lo que apostaron las pasadas Navidades tanto los gobiernos autonómicos como el central. No siguieron las recomendaciones de los técnicos que los asesoran desde la Ponencia de alertas, que pedían cerrar interiores y continuar con las cuarentenas para los contactos; decidieron mantener al máximo posible la actividad económica y, salvo los certificados covid, de dudosa utilidad, las restricciones sociales han sido casi inexistentes. La única medida que se adoptó entonces para todo el país fue una más bien cosmética: imponer las mascarillas en exteriores.

Fuentes del Ministerio de Sanidad explican que sus estimaciones eran que la ola comenzaría a bajar a mediados de enero, como está sucediendo. Los cálculos, por ahora, les han salido bien, si se descuenta el enorme colapso de la atención primaria, que también tendrá repercusiones indirectas en la salud de los ciudadanos. Esto ya tiene poco arreglo.

Cuando pase el chaparrón de la sexta ola, tanto el ministerio como las comunidades tienen pendiente implantar un nuevo sistema de vigilancia. El exhaustivo, que cuenta caso a caso, ha saltado por los aires en esta ola. Los diagnósticos han pasado a ser responsabilidad de los propios ciudadanos y los rastreos de los servicios de salud pública se han convertido en una quimera. Una de las ideas es implementar un sistema centinela, más parecido al de la gripe, que funciona con estimaciones tomando como base un pequeño número de casos.

De imponerse, implicará un cambio total en la estrategia de vigilancia, que tiene que ser avalado por las autoridades internacionales. Será un paso definitivo para normalizar la enfermedad y convivir con ella con más naturalidad. Algo “razonable”, en palabras de García, siempre que no haya nuevas variantes que cambien el escenario. La epidemióloga recuerda: ya ha sucedido con la ómicron y puede volver a ocurrir.

El cambio de estrategia no es bien visto por muchos expertos en salud pública. Rafael Bengoa, que fuera consejero de Salud en el País Vasco y uno de los grandes expertos en sistemas de salud del país, advierte de que “el sesgo a la normalidad” puede llevar a las autoridades a desescalar otra vez “de forma precipitada”. “En olas anteriores hemos visto que ha sido contraproducente en salud, y también en lo económico, que paradójicamente es lo que quieren salvar al quitar restricciones”, señala.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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