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Francesc Augé, otra eutanasia varada en los juzgados: “No respetan mi derecho a morir”

El hombre, de 55 años, irá a juicio para defender que quiere morir de manera digna tras avalar los tribunales la legitimidad de su padre para tratar de impedirlo

Francesc Augé
Jesús García Bueno

Francesc Augé respondió con el humor negro que le define a las felicitaciones por su cumpleaños. “¡Que cumplas muchos más!”, le desearon sus amigos en un grupo de WhatsApp: “Espero que no, jejeje. Me quedo en los 55. Game over”. Pero la voluntad de sus colegas por mantenerlo con vida parece, por ahora, más fuerte que su determinación a morir. El día del aniversario, el pasado jueves, recibió una pésima noticia para él: el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) decidió que su padre tiene todo el derecho del mundo a tratar de impedir que reciba la eutanasia y envió su caso a juicio. La muerte tendrá que esperar.

“Hasta para morirse necesita uno abogados. ¡Quiero irme ya!”, sigue medio en broma medio en serio Francesc. Ha decidido alzar la voz al ver cómo se atropellan sus derechos, cómo su entorno marca el rumbo de su vida, cómo la justicia se interpone en su camino. El 24 de julio de 2024, la Comisión de Garantía y Evaluación de Cataluña —el órgano independiente formado por juristas, médicos y expertos en bioética que garantiza la correcta aplicación de la ley de eutanasia— avaló su derecho a recibir la prestación de ayuda a morir. La eutanasia se programó para mediados de septiembre, pero no se ejecutó.

“Mi doctora me dijo que no podíamos seguir adelante porque mi petición se había paralizado en el juzgado”. Francesc supo así que su padre había presentado una demanda contra la decisión de la Generalitat ante un juzgado contencioso-administrativo de Barcelona. “Mi error fue contárselo cuando me concedieron la eutanasia. Tendría que haber esperado a estar muerto”, ríe de nuevo.

Francesc, que antes de sufrir dos infartos y cuatro ictus trabajaba como camionero, nació en una familia de convicciones religiosas de Vallirana, un municipio de 15.000 habitantes a 30 kilómetros de Barcelona. De pequeño llegó a ejercer de monaguillo. “Mi padre me dijo que no estaba de acuerdo con lo que iba a hacer y me pidió ir a ver a un cura para confesarme”, cuenta.

Comenzó el baile en los tribunales. Un juzgado paralizó temporalmente la eutanasia hasta que, en noviembre, la jueza Montserrat Raga la avaló: concluyó que la relación familiar no otorga, por sí sola, legitimación al padre porque se trata de una decisión “eminentemente personal” y con “un fuerte componente de autodeterminación de la persona”. Pero el padre no se dio por vencido y, a través del abogado de la familia (Francesc lo siente como una traición porque es el que llevó su proceso de separación), recurrió ante el TSJC, que ahora le ha dado la razón.

En una decisión que abre una nueva grieta en la ley de eutanasia, el tribunal avala el interés legítimo de los padres, incluso aunque sus preferencias “entren en colisión” con las de los hijos, y a pesar de que pueda haber “desencuentros” o “conflictos familiares”. El caso de Francesc tendrá que dilucidarse en juicio, como ya ocurrió con Noelia C., la joven parapléjica de 24 años cuyo padre se opuso también a la eutanasia concedida por la Generalitat.

El hombre intenta expresar su indignación mediante una reducción al absurdo: “Si fuera al revés, si yo quisiera vivir y mi padre matarme, ¿verdad que no tendría derecho a decidir? La ley dice que yo puedo parar el proceso cuando quiera. Esa es mi garantía”.

Amante de la música electrónica, Francesc no ha vuelto a hablar del tema con su padre, pero sí con dos amigos que, al no poder actuar directamente (no están legitimados), han asesorado y empujado al padre para que lo haga. Se siente contrariado. Entiende la preocupación de los suyos, pero lamenta que, pese a todo, no acepten su voluntad.

“Dicen que lo hacen porque me quieren… ¡Pues que no me quieran tanto! ¿Quiénes son ellos para meterse en mi vida y decirme lo que tengo que hacer? Es mi vida, no la suya. No están respetando mi derecho a morir”, expresa.

Desde que conocieron su decisión, los amigos han intentado convencerle para que dé marcha atrás. “Me dicen que soy egoísta por querer irme. Que espere al menos a que mi padre muera. Pero los egoístas son ellos por no dejarme decidir sobre mi vida”. Francesc recuerda una anécdota que, si no fuera por lo que está en juego, hasta le haría gracia: para plantear el recurso ante el TSJC, el padre necesitaba su DNI y el libro de familia. Se negó a dárselos, lo que llegó a oídos de sus amigos, que le pidieron explicaciones. “¡Hablan a mis espaldas!”, dice.

Sigue, pese a todo, considerándolos amigos, porque le ayudaron después de los ictus que, desde finales de 2020, empezaron a hacerle la vida cada vez más difícil. “Tras los infartos, seguí siendo yo. Pero con los ictus fue diferente. Este no soy yo. Esto no es vida”.

Francesc Augé, fotografiado este sábado en una plaza interior del Eixample de Barcelona.

“Mi dolor no se ve”

El problema añadido para el entorno de Francesc es que su dolencia es más o menos invisible. Aunque tiene dificultades en el habla (le supone un esfuerzo enorme hacerlo y enseguida empieza a sudar) y camina con la ayuda de una muleta (para no caerse), no padece un dolor físico exagerado. “Me dicen que estoy bien porque ven que salgo, que conduzco mi coche, que me pego alguna fiesta en casa… Pero mi día a día no es ese. Todo el mundo se fija en el sufrimiento físico, pero yo tengo un gran sufrimiento psíquico, solo que mi dolor no se ve”, insiste.

El informe aprobado por el pleno de la Comisión de Garantías concluye que Francesc sufre “enfermedades crónicas” que le generan “cierto grado de discapacidad” que impactan en su vida diaria. No hay expectativa, agrega el texto, de que mejore con el tiempo. Padece un “sufrimiento crónico imposibilitante” que afecta a su autonomía, que es uno de los dos supuestos contemplados en la ley (el otro es padecer una enfermedad grave e incurable).

Necesita la ayuda “que no desea” de terceras personas. Y no sufre “coacciones externas o cargas familiares” que alteren su decisión: separado de su mujer, Francesc tiene un hijo con el que no mantiene ningún tipo de relación.

Paseando por el centro de Barcelona junto a Montse Bel, abogada que se ha convertido en amiga, Francesc mira sin disimulo las nalgas de dos monitoras de fitness que imparten una clase de cycling al aire libre en la terraza de un hotel. Bromea, una vez más, con que tal vez sí haya algo que va a echar de menos. Pero se pone serio cuando piensa en que han pasado ya seis meses desde la fallida programación de su eutanasia. Y lo que queda. “He pensado en suicidarme. Pero no lo haré. No tengo miedo a morirme, tarde o temprano todos morimos. Pero el suicidio no me ofrece garantías de que no sufriré. Y eso sí me da miedo”.

Con su muleta y la camiseta añeja del amigo que le enseñó a pinchar discos, DJ Marc Fly, camina hacia su coche, un Mercedes Kompressor de color azul lleno de pegatinas que quieren ser leídas, que pretenden llamar la atención. “My life, my rules”, reza, explícita, la que cubre el guardabarros trasero. “Para mí, la vida acaba aquí, no creo que haya un más allá. Pero no estoy cerrado a nada. Me voy a la dimensión desconocida. En cualquier caso, que me den la eutanasia y, si hay algo, ya lo veré”, concluye.

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Sobre la firma

Jesús García Bueno
Periodista especializado en información judicial. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona, donde ha cubierto escándalos de corrupción y el procés. Licenciado por la UAB, ha sido profesor universitario. Ha colaborado en el programa 'Salvados' y como investigador en el documental '800 metros' de Netflix, sobre los atentados del 17-A.
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