Las asignaturas se difuminan y las universidades se ven obligadas a mejorar
50.000 alumnos estudian con un método multidisciplinar este curso, en el que las universidades han sabido que van a tener que pasar una criba de calidad
La pandemia no solo ha traído consigo apaños metodológicos para seguir la clase desde casa, sino que arrastra consigo cambios metodológicos que, si se puede, han llegado para quedarse. Uno de estos cambios es la convivencia de dos profesores en el aula para facilitar una atención más personalizada a los alumnos y el segundo, al que esta semana hemos dedicado un artículo, es la desaparición de las fronteras entre asignaturas, una práctica habitual en otros países avanzados y que la ley Celaá quiere instaurar en todos los centros. Por ejemplo, Matemáticas y Tecnología no son dos materias, sino un ámbito en el que ambas se mezclan. Lo mismo sucede con Historia y Valores Éticos. Este curso se ha extendido a más de 50.000 estudiantes de clases ordinarias de centros públicos en cinco comunidades: Comunidad Valenciana (la que más lo practica), Galicia, Aragón, Baleares y Cantabria.
“Tan cierto es que no podemos dejar a un lado la emoción en el aprendizaje como que nos equivocamos si nos preocupamos únicamente de esto y olvidamos que cuanta mayor sea nuestra solidez intelectual, en mejor disposición estaremos de disfrutar de lo que merece la pena ser disfrutado”, sostiene el profesor de Música Alberto Royo en su tribuna Metamorfosis educativa y emotivismo terapéutico. Este posicionamiento ha encendido el debate.
Un informe del Observatorio del Sistema Universitario —conformado por profesores de las universidades públicas de Barcelona— ha desmenuzado el decreto de Manuel Castells con el que se pretende que las universidades garanticen cierta calidad y su conclusión es demoledora: tres de cada cuatro universidades no pasarían la criba. Entre las 33 privadas, tan solo la Universidad de Navarra, puntera en medicina, cumple los parámetros de producción científica, mientras que la mayoría de las públicas fallan en la temporalidad de sus plantillas. Incluso en la lista aparece la Universidad de Barcelona, el único campus español que se cuela entre los 200 mejores del mundo según el ranking de Shanghái, por su precaridad laboral.
Nuestro diario ha dedicado un editorial a este decreto de Universidades. En él se pide la “máxima colaboración” de la clase política: "El tren del conocimiento avanza a toda velocidad y España lo está perdiendo. Es muy importante revertir la tendencia. Es de esperar el máximo consenso político". Un mayor trasvase de fondos arreglaría el problema de los campus públicos, en opinión de EL PAÍS, mientras que la implantación de la ciencia en las privadas resultará más dificultosa.
El rector de la Universidad de Navarra, Alfonso Sánchez-Tabernero, también ha escrito esta semana un artículo respecto a la labor que debe cumplir la Universidad en la sociedad. Y concluye con espíritu crítico: “El deseo de conseguir beneficios es loable para las empresas, pero me temo que resulta incompatible con la excelencia en el ámbito universitario”. Y los rectores de las cuatro universidades politécnicas que hay en España —Cataluña, Valencia, Madrid y Cartagena— han sumado fuerzas para proponer en un artículo para proponer que los fondos Next Generation de I+D Bruselas lleguen a la pequeña empresa a través de sus laboratorios y contando con su participación.
En nuestro vertical nos hemos hecho también eco del trabajo en secciones, como una entrevista a la ministra de Educación de Ecuador, Monserrat Creamer, cuando se prepara la vuelta a las aulas; el miedo de las niñas a ir a clase en África occidental o central o la enseñanza en manos de Vox en Murcia tras la fallida moción de censura que supone el regreso del veto parental.
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