Visita a la fajana de La Palma, la zona más nueva de la tierra
La plataforma que la lava ha ganado al mar sepulta una playa salvaje y convierte un pueblo turístico en un escenario apocalíptico
“Esa era mi playa preferida”. Davinia Méndez trabaja en el restaurante de uno de los principales hoteles en Los Cancajos, la principal zona turística de La Palma. “Solía bajar allá a ponerme morena y, a lo mejor, acabar el día en el kiosko de arriba”.
La playa preferida de Davinia ya no existe. Los Guirres, o Playa Nueva, una cala de 300 metros de longitud, con un oleaje considerable y llena de rocas, era una de las preferidas por los aficionados al surf de la isla, y muy apreciada por el chiringuito, el Kiosko Los Guirres, que lo corona a uno de los lados. Hasta el pasado 28 de septiembre.
Ese día, al menos la mitad de la playa desapareció entre toneladas de lava vertida por el volcán de La Palma. Ahora no es más que una humeante plataforma de lava aun caliente de casi 33 hectáreas de superficie y más de 30 metros de profundidad, aislada y con una férrea vigilancia a un kilómetro a la redonda para evitar las fatales consecuencias del penacho marino que emana de la nueva superficie. El territorio más nuevo del planeta es, además, peligroso. “Emite vapor de agua y ácido clorhídrico, y sus efectos no deben subestimarse”, advierte María José Blanco, vulcanóloga del Instituto Geográfico Nacional.
“Era una playa salvaje”, recuerda Sonja, una residente palmera de origen alemán de 47 años, que el pasado sábado esperaba su turno ante el control de la Guardia Civil para entrar en su domicilio del barrio de Las Manchas (entre El Paso y Los Llanos de Aridane). “Ahí, incluso, podía ir con mi perro de vez en cuando. Conservaba un toque salvaje, pese a que la han arreglado demasiado”.
A Stavros Meletlidis, vulcanólogo del Instituto Geográfico Nacional, no le gusta que le pregunten por la fajana. “Me parece una frivolidad, teniendo en cuenta lo que tenemos ahí arriba y después de que tanta gente haya perdido sus casas”. Meletlidis atiende a una decena de medios de comunicación en lo que un día fue Puerto Naos, un pequeño centro turístico a dos kilómetros de la nueva plataforma. Desde su desalojo el pasado 19 de septiembre, por peligro de derrumbamiento del cantil a su espalda, se ha convertido en un escenario apocalíptico perfecto para un episodio de la serie The Walking Dead: locales abandonados, negocios desiertos, apartamentos cerrados a cal y canto. Y ceniza. Montañas de ceniza en cualquier rincón, en cualquier terraza y sobre todas las mesas.
“El término correcto es una plataforma lávica”, matiza el vulcanólogo en el paseo de la playa de la localidad. Acaba de atender a una decena de periodistas que han accedido a la zona, escoltados por la Guardia Civil y la Policía autonómica, durante una visita organizada por el Gobierno de Canarias. “Es un fenómeno muy corriente en las erupciones en Canarias. De hecho, ahora mismo estamos usted y yo sobre una de ellas, solo que se formó hace muchos años”. Buena parte de las costas de estas islas, de hecho, se han formado a base de este tipo de llegadas de las coladas al mar. “Tenerife, Fuerteventura, las hay en todas partes”. Solo es cuestión de tiempo, dice, que vuelva a ser usada por los humanos.
Carlos Fernández era usuario frecuente de esta playa, según recuerda en el exterior del polideportivo de Los Llanos de Aridane, que se ha convertido en un centro logístico y de atención a los damnificados. Pero ahora, que una playa haya dejado de existir le parece una nimiedad. “Mis suegros perdieron la casa casi al principio de la erupción”.
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