Volcán de La Palma: los rostros de la tragedia
La lucha contra los efectos de la erupción ha unido a damnificados, psicólogos, policías, vulcanólogos, bomberos y políticos. Hablamos con siete de ellos para conocer lo que han vivido esta semana
Las imágenes de la lava manando del volcán de La Palma han dado ya varias veces la vuelta a mundo y quedarán para siempre en el imaginario colectivo de un pueblo, el canario, que ha construido su vida sobre el picón (lapilli) de otras miles de erupciones anteriores. Su trágica belleza ha arrasado las viviendas y negocios de más de medio millar de familias y amenaza otras 1.600. Pero también ha generado una ola de solidaridad de familias y profesionales, de la propia isla y de otros lugares de España, que trabajan sin descanso para minimizar los daños a los damnificados. Estas son las historias de siete de ellos.
Davinia Viña, damnificada: “Si esto está pasando, tiene que ser por algo mejor... no lo sé”
La veintena de perros recogidos de las casas evacuadas o destruidas no paran de ladrar dentro de sus jaulas. Es el albergue improvisado que la asociación Benawara ha instalado en un pabellón de Los Llanos de Aridane. Allí está esta mañana Davinia Viña (39 años), junto a su marido Adolfo Paíz (42 años). Algo más allá, jugando con uno de sus cuatro perros, corretea Nelsi, la hija de ambos (9 años). La vida de esta familia pende de un hilo, esperando saber si la lava destruirá la casa natal de Adolfo, vivienda que el matrimonio compartía desde hace 15 años. “Es muy triste poder ver la casa de tu familia destruida, y hablar con vecinos que te cuentan: ‘ya la mía se la tragó'. Es triste. Triste, triste, triste… “, relata Viñas entre sollozos. Su casa sigue en pie, pero Davinia desconfía. “Quedan muchos días de volcán”. Ella trabajaba en la cooperativa platanera Covalle, a pocos metros de su casa. Él, en una empresa local de construcción. “He perdido mi empleo seguro”, dice la mujer.
Viña, como todos los vecinos de la zona, recuerda perfectamente aquel mediodía del 19 de septiembre. “Estábamos almorzando fuera de nuestra casa, y se comentaba que la lava iba a salir por Jedey [localidad de El Paso], y de repente a las tres todo hizo ¡pumba!. Y mi marido gritó: ‘¡reventó!”.
Poco antes, ella había comenzado a calcular los intervalos de los temblores. “Esto va a ser como un parto”, pensé. Con cada uno de ellos se sacudía la casa entera. “Las ventanas, las vitrinas, los vasos…”. A cada poco, mientras habla, Davinia Viñas rompe a llorar. En aquel momento, decidió preparar dos mudas de ropa, las escrituras de la casa, unas botellas de agua, unas mantas, dos almohadas, unos zumos para la niña.. “Me dio mucho sentimiento, no cogí nada material, solo comida y ropa. No cogí nada. Si la lava se lo tiene que llevar, que se lo lleve todo” Y sentencia: “Si esto está pasando, tiene que ser por algo mejor... no lo sé”. Y las lágrimas le impiden proseguir con su relato.
Jakob Schuster, damnificado: “Soy el hombre más afortunado del planeta”
Jakob Schuster (49 años) nació en Múnich, aunque lleva cinco años afincado en la isla junto a su mujer Sandra (47 años), dos perros y tres gatos, según su propia presentación. Durante los últimos dos años se ha dedicado a renovar con “todo el cariño” un “diminuto pueblito” en el que invirtió buena parte de sus ahorros. El resultado fue Pueblo Munay, un pequeño complejo rural en el barrio de El Paraíso, establecimiento valorado con un 9,7 sobre 10 en la web de Booking. “Lo inauguramos, y poco después estalló la pandemia, sobrevivimos al covid porque fuimos lo suficientemente listos para dejar guardado algo de dinero en el banco. Y después ha venido el volcán y nos lo ha quitado todo”.
Pero Schuster se esfuerza por mostrar su mejor cara en las afueras del polideportivo Severo Rodríguez, en Los Llanos de Aridane. “No quiero sonar triste y demasiado quejica”, asegura. “En realidad, soy la persona más afortunada de la tierra. He sido bendecido: de esta erupción hemos salido vivos mi suegro, que está seriamente discapacitado, mi mujer, yo mismo, dos perros y dos de mis tres gatos”. Por eso, cree que debería “gritar” su suerte. “No se suele sobrevivir cuando apenas a 600 metros detrás de tu casa explota un volcán”. Durante unos días se alojó en casa de unos amigos en el municipio de Tijarafe. Ahora reside en Tenerife.
En el momento de la erupción, a las 15.12 del domingo 19 de septiembre, Schuster estaba en el patio de su casa y tenía a dos huéspedes alojándose en su hotel. Asegura que no había recibido aviso alguno. “Todos nos quedamos completamente sorprendidos, se pensaba que iba a explotar a tres kilómetros de distancia”, relata. “Pero yo no culpo a nadie y no le guardo rencor a nadie. Solo hay un culpable. El volcán”.
Pocas horas después de esta conversación, Schuster ingresó en un hospital preso de un ataque de ansiedad.
Nayra Rodríguez, psicóloga: “El sentimiento de desahucio está presente en la isla”
Nayra Rodríguez (39 años) doctora en Psicología y palmera de nacimiento tiene “el corazón dividido entre Los Llanos de Aridane y Tazacorte”, si bien hace unos años fijó su residencia en Tenerife, la isla en la que estudió la carrera. Abandonó su puesto de trabajo y se trasladó a la isla el mismo domingo de la erupción. Primero para visitar a sus familiares. Para ayudar, después. A Rodríguez le apasiona el mundo de las intervenciones en situaciones de emergencia, ámbito en el que se ha especializado. “Me di cuenta de que mi carácter es compatible con las situaciones de estrés”. Por eso, no dudó en unirse inmediatamente al cuerpo de nueve psicólogos que pasa los días en el polideportivo Severo Rodríguez, instalación que se ha convertido en un centro logístico de recepción y distribución de ayudas y atención a los damnificados.
“En casos de emergencia”, relata, “hay gente que reacciona con mucha tristeza, otra que sufre un bloqueo emocional, o que, incluso, puede llegar a negar las circunstancias y preferir vivir en una película y fingir que la cosa no va con ellos”. Lo que más ha encontrado, explica, son situaciones de shock y crisis de ansiedad.
Pone en valor el carácter de la gente de su isla. “Somos así, muy cercanos, muy familiares. Quizás pecamos de desconfiados en un principio, pero cuando tomamos confianza, la gente de fuera es familia”, destaca. “Con respecto a otras emergencias o catástrofes que he vivido, en las que no se puede predecir cómo va a reaccionar la gente, yo destaco la tranquilidad y la solidaridad que han tenido los palmeros. Y no solo desde el punto de vista económico”, explica. “La gente lo ha perdido todo, no solo el hogar. Han dejado de tener su referencia. Imagina ser de un sitio y no tener dónde ir. El sentimiento de desahucio está presente en la isla”.
Mario Beltrán, bombero: “Vamos a pelear y seguir peleando hasta el final”
Mario Beltrán (55 años) es el jefe de operaciones del Consorcio de Bomberos de Gran Canaria. Lidera el equipo de profesionales desplazado desde Gran Canaria a La Palma, isla en la que desembarcó a la una de la madrugada de lunes (apenas ocho horas después de la erupción) con un equipo ya organizado formado por 18 personas, cuatro camiones y tres vehículos ligeros. “Tenía un operativo ya diseñado para distintos escenarios”, explica en conversación telefónica.
Desde el primero momento, el cuerpo que lidera renunció a su hotel en Santa Cruz de La Palma y prefirió dormir en un pabellón “a diez minutos de la zona cero”. Y se declara admirado por el comportamiento de los palmeros. “La población de la isla es paciente, con una resiliencia increíble, aparte de tener una educación exquisita. Chapó por ellos, la verdad”.
No han tenido que apagar fuegos, tal y como habían previsto. “Este volcán nos ha dado una lección a todos: nos cogió con el pie cambiado”. Pero sí han tenido que dedicarse a otras muchas tareas, como salvar animales, ayudar a las evacuaciones o, incluso, excavar zanjas para tratar de desviar la colada y evitar que esta llegase a la plaza de Todoque y a la iglesia del pueblo. “En esa plaza se conocieron muchas parejas, y en esa iglesia se casaron…”, cuenta emocionado. “Aquella fue una maniobra de incierto resultado. Pero aunque fuera en vano [la iglesia se derrumbó este domingo], moralmente fue importante, tanto para el equipo como para los ciudadanos, haber intentado luchar y sacarlo adelante. Vamos a pelear y seguir peleando hasta el final”.
Como a todos, a Beltrán le ha afectado lo que ha visto. “Para un bombero lo primordial es la protección de las personas y de los bienes. Y por eso, todo lo sucedido afecta anímicamente”, relata. “Este sábado estábamos en medio de una inspección, y cuando ves todas esas casas a las que les quedan pocas horas en pie, y sabes lo que significa para alguien… Es duro, muy duro”.
Inés Galindo, vulcanóloga: “Por lo menos ahora me doy cuenta de que todo lo que he hecho en mi vida sirve para ayudar”
El volcán de La Palma ha constituido una suerte de debut para la vulcanóloga Inés Galindo (48 años). Este ha sido su estreno en la primera línea de un volcán en erupción. “Había estado en otro en Costa Rica, pero de lejos”, ríe. También estuvo en la erupción submarina en El Hierro hace diez años. “Pero aquello no tuvo nada que ver con esto”. Licenciada en Geología en la Universidad de Zaragoza y doctorada por la de Barcelona, libra una batalla para tratar de predecir qué comportamiento tendrá el fenómeno natural.
La pasión por la geología y los volcanes le viene desde pequeña, desde que vio por televisión los efectos del volcán Nevado del Ruiz y la agonía de la pequeña Omaira. “Aunque soy de Gran Canaria, Lanzarote siempre ha sido mi isla preferida”. Por Timanfaya, claro. “Aunque en esa isla ha habido otras erupciones anteriores mucho más bonitas”. Además de la geología, confiesa otra pasión. “Me gustan las erupciones, pero también ayudar a la gente que pueda verse afectada por ellas”, explica sentada en un banco en el exterior del puesto de mando avanzado, en las faldas del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente.
“Para mí”, recalca, “esta situación no constituye una satisfacción, porque estás viendo sufrir a mucha gente que lo ha perdido todo. Pero, por lo menos, me doy cuenta de que todo lo que he hecho durante toda mi vida sirve para ayudar a las personas”.
Y no esconde una crítica algo amarga: “El problema real es que hay pocos estudios sobre las erupciones históricas, porque es una investigación que no recibe financiación”. “Se le quita importancia porque es algo improbable… hasta que hay una erupción”.
Es por eso, que la última semana ha constituido un proceso de aprendizaje continuo. “Estoy aprendiendo mucho cada día, pero siempre te queda la matraquilla de que mejor no hubiera sucedido nada”.
Sergio Rodríguez, alcalde de El Paso: “Me duele especialmente porque somos personas humildes”
La vida de Sergio Rodríguez (52 años) podría haber transcurrido por derroteros muy diferentes. Nacido en El Paso, marchó a Tenerife a estudiar Filología Inglesa. En la isla vecina vivió 22 años hasta que regresó a su pueblo natal. “Nunca me he terminado de ir”, sostiene, “siempre he estado ligado a esta tierra”.
Y cuando regresó se metió en política. “Mi padre fue concejal del Ayuntamiento cuando yo era pequeño. Era otra época, durante la transición, así que se puede decir que lo he mamado desde pequeño”.
Ha cumplido el ecuador de su segunda legislatura representando a Coalición Canaria. Controla el Consistorio con una holgada mayoría absoluta de nueve de los 13 concejales electos, frente a los seis ediles de su anterior mandato. Los últimos meses han sido, “de largo”, los más difíciles de su carrera política. “Primero el incendio de agosto, el segundo que sufro como alcalde”. Un fuego que terminó afectando a 300 hectáreas tanto de El Paso como del vecino Los Llanos de Aridane, y provocó cuantiosos daños. “Y ahora esto, que no tiene parangón con nada”.
Rodríguez, con todo, asegura que ha mantenido la calma durante una de las semanas más difíciles del pequeño municipio (7.500 habitantes). “Yo soy hiperactivo. Si me ves en mi día a día compruebas que no puedo parar quieto. Pero, no sé por qué, en estas situaciones de crisis es cuando más calmado actúo”.
Con el apoyo de sus conciudadanos, asegura. “Somos un municipio eminentemente rural. Y la gente de aquí es luchadora, trabajadora”, explica en el campo de fútbol de la localidad, que ha servido para centralizar los desalojos y el reparto de comida. “Por eso me duele tanto lo que está sucediendo. El nuestro no es un perfil de gente con mucho dinero, sino el de personas humildes, que se lo han labrado. Solidarios, pendientes del vecino. Y de todos los demás. Gente sufridora, con el callo hecho”.
Pedro Cuesta, inspector jefe de la Policía Nacional: “Esta es una situación desconocida para todos nosotros”
El rostro del inspector jefe Pedro Cuesta (41 años) muestra la tensión del momento. Está apostado en un cruce de la carretera LP-215, rodeado de una decena de compañeros. Es martes 21 de septiembre, han pasado dos días desde que el volcán entró en erupción y la décima Unidad de Intervención Policial (UIP) que coordina ha de supervisar que los vecinos de las ya desalojadas localidades de Puerto Naos y La Bombilla, en Los Llanos de Aridane, entren en sus casas durante unos minutos y salgan de manera ordenada. “Estamos teniendo que hacer frente a una situación desconocida para todos nosotros, tanto para los servicios de emergencia como para la Policía Nacional”, explica. “No obstante, la población de La Palma está comportándose de manera exquisita”.
Cuesta nació en Fuenteálamo (Albacete), estudió Derecho en la Universidad de Valencia y se graduó en Ciencias Policiales en la de Salamanca. Para comenzar su carrera, sin embargo, eligió Las Palmas de Gran Canaria, un entorno completamente distinto al de la meseta castellana. “Era joven y Canarias era un sitio que no conocía. Me vine para vivir una experiencia nueva y, finalmente, me instalé aquí bastante tiempo”. Entre medias pasó por Pamplona antes de instalarse definitivamente en Tenerife. “Canarias ofrece calidad de vida personal y a nivel profesional hay retos”.
Llegó a La Palma el mismo domingo a las 11 de la noche, en barco. Y tiene previsto quedarse sine die: “Mientras hagamos falta aquí no nos movemos”, explica. Su labor diaria al frente de los 41 integrantes de la UIP en la isla es la de visitar el puesto de mando avanzado, coordinarse con otros servicios, sobre todo con los 270 agentes de la Guardia Civil y supervisar los puntos asignados para impedir el acceso a puntos y zonas prohibidas.
Y, sobre todo, echar una mano a los vecinos. “Por desgracia, en este cuerpo uno tiene que ser testigo en muchas ocasiones de situaciones dramáticas y difíciles”, relata. “Y a uno le emociona ver que la gente corre por sacar lo más básico, por no perderlo todo. Y resulta todavía más duro informar a esas personas de que su casa ha quedado destruida”. Y sentencia: “Somos personas, aunque llevemos uniforme”.
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