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En la fila para las “vacunas que sobran”, una estrategia contra la falta de dosis en São Paulo

La escasez de dosis en Brasil y la escalada de casos promueven intentos por recibir los excedentes de cada jornada

Beatriz Jucá
Un hombre recibe una dosis de la vacuna CoronaVac, en São Paulo, el pasado 30 de marzo.
Un hombre recibe una dosis de la vacuna CoronaVac, en São Paulo, el pasado 30 de marzo.CARLA CARNIEL (Reuters)

“¿Cree que todavía puedo recibirla hoy?”, pregunta una mujer a un trabajador sanitario, mientras dirige los ojos hacia la sala de vacunación contra la covid-19. A sus 60 años, aún no forma parte del grupo prioritario en São Paulo y no sabe cuándo le tocará vacunarse. Por eso confía en conseguir un sobrante al final de su jornada laboral. Son las cinco de la tarde del lunes 29 de marzo. Poco a poco empiezan a llegar otras personas con la misma esperanza: conseguir la vacuna.

Los frascos de vacunas disponibles en el sistema público (CoronaVac y AstraZeneca) tienen 10 dosis. Las que no se usan se vuelven inservibles a las ocho horas y deben tirarse. Por eso, todos los días los vecinos cruzan la puerta azul de la unidad de salud para probar suerte. La mayoría de ellos ponen su nombre y contacto en un cuaderno que marca el orden en la fila. Si, al final del día, sobra alguna dosis, los empleados de la unidad llaman al primer nombre de la lista para advertir de que puede inmunizarse y así evitar el desperdicio. El afortunado tiene 15 minutos para llegar hasta el lugar. Si pierde la llamada o no cumple con la hora, pierde su turno. Su nombre vuelve a la lista, pero al final. Por eso, hay quienes prueban suerte en la unidad de salud para hacerse con la dosis de los que no llegaron.

Las personas de cualquier grupo de edad pueden inscribirse por el “sobrante” de la vacuna, pero los vacunadores tratan de dar prioridad a los mayores de 60 años cuando, rara vez, sobran dosis. No se sabe con exactitud cuántas personas están esperando ese sobrante en el centro de salud ubicado en el barrio de Santa Cecilia, región central de la ciudad. Los vacunadores dicen que ya son casi 4.000, mientras que el Ayuntamiento de São Paulo calcula que son 800.

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Los nombres ya llenan cuatro cuadernos, tres de ellos completos. Sin embargo, hasta ahora solo se han completado algunas páginas del primer cuaderno del “sobrante”. Solo 30 personas lo lograron. Quien lo consigue tiene derecho a tomar la segunda dosis con normalidad y completar el esquema de protección contra el virus.

800 personas en lista de espera

“¿A qué hora soléis llamar para que pueda estar pendiente de mi móvil?”, continúa preguntando la mujer al vacunador. “No hay forma de saberlo, casi nunca queda nada. Pero si lo hay, es al final del día”, responde una vacunadora. El jubilado Wilson Neves Bezerra, de 64 años, dice que lleva esperando en la cola desde principios de año. “Puse mi nombre hace más de un mes y hasta ahora no he conseguido nada”, dice frente al centro de salud. El lunes volvió al lugar para incluir en la lista el nombre de su esposa, Silvia Toth Bezerra, de 62 años. “Lo intentamos porque la expectativa es grande. Cuando vi que era el número 800 de la fila, hace más de un mes, me di cuenta de que iba a tardar mucho”, afirma.

Neves cree que solo podrá vacunarse cuando se abra la campaña para su grupo de edad, lo que espera que ocurra pronto. Aun así, no está de más intentar anticiparse. “No estoy angustiado, pero estoy todo el tiempo con el móvil y si me llaman, respondo. Vivo aquí en el barrio, en 10 minutos estoy aquí. Tengo miedo incluso de salir a dar un paseo en bicicleta para despejarme. Ojalá pudiera hacerlo con más seguridad, ¿verdad?”, justifica.

A pocos metros de allí, una mujer de unos 50 años levanta su móvil y muestra, al fondo, un cartel con la frase “Aquí la vacunación”. Sin auriculares, participa en una reunión de trabajo por videoconferencia y, al mismo tiempo, hace la cola del “sobrante”. “¡Mirad dónde estoy!”, les dice emocionada a sus compañeros. “¿Vas a vacunarte ahora?”, pregunta alguien. “Lo intentaré, ¿verdad?”, dice. La mujer cuenta que ya puso su nombre dos veces en el cuaderno en las últimas semanas, pero como nunca recibió la llamada decidió ir a la unidad de salud y esperar en persona. “Me quedaré hasta el final para ver si puedo”. Ella insiste en esperar afuera a pesar de que escucha repetidamente a los empleados que rara vez queda una vacuna y, que si esto sucede, se llamará antes a las personas en el orden del cuaderno.

“Es inútil esperar. El riesgo de infectarse aquí es mayor. Su turno ya deberá llegar en abril”, dice uno de los trabajadores de la unidad a un hombre de 64 años, quien también preguntó por el sobrante. Pero sus palabras no parecen tener ningún efecto. Una hora antes del final de la jornada, alrededor de las seis de la tarde, llegan tres personas más. No hay aglomeración. El establecimiento de salud es grande y está relativamente vacío. Los últimos en llegar se suman a otras cinco personas que estaban sentadas en sillas en el pasillo lateral. Todo el tiempo, los vacunadores tratan de explicar que no tiene sentido quedarse allí. “No priorizamos a quién está aquí. Hay personas que pusieron su nombre en enero y todavía no lo han logrado”, explica un profesional de la salud. Es en vano.

Minutos después, un empleado advierte que solo queda una dosis en el frasco y aún falta media hora para que llegue alguien del grupo prioritario. “No quedará ninguna vacuna”, les dice a todos, pero nadie se va.

Son las 18.30, hace mucho calor y la expectativa solo crece. Ahora hay 12 personas esperando. Intentan crear una cola paralela por orden de llegada mientras hacen cálculos para convencerse a sí mismos de que todavía existe la posibilidad de recibir una vacuna ese día. “Si llegan dos personas más, quedarán nueve dosis”, dice una joven de aproximadamente 30 años. Una vez más, un empleado de la unidad explica que tienen unos frascos de dosis única y que, si aparece alguien más, no se abrirán más ampollas con 10 dosis. La Administración municipal organiza la logística de las vacunas con el objetivo de que, de hecho, no queden dosis al final de la jornada.

“Después de que comenzó la segunda ola y muchos jóvenes empezaron a morir, me asusté. Siempre he estado a favor de las vacunas, así que decidí tratar de mantener la calma y protegerme”, dice Ilana Wurcelman, de 44 años. Dice que decidió poner su nombre en el cuaderno del “sobrante” después de que un vecino lograra vacunarse hace dos semanas. Como no la llamaron, decidió probar suerte en persona en la unidad de salud. Se quedó allí más de una hora. Volvió a poner su nombre en la lista, se paseó de un lado a otro, inquieta. Esperó y esperó. Nada. Cuando las puertas del centro de salud se cerraron al final del horario comercial, a las siete de la noche, se sintió llena de frustración. “Creamos la esperanza de que nos vamos a vacunar y acabamos frustrados, disgustados. No voy a correr más riesgos. Como no lo he conseguido hoy, no voy a volver”.

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Beatriz Jucá
Reportera de EL PAÍS Brasil, escribe sobre política, salud y derechos humanos. Tiene un máster de periodismo EL PAÍS/Universidad Autónoma de Madrid y está especializada en Periodismo Literario. Fue becaria de los programas '5 Sentidos' y 'Periodismo de Soluciones' de la Fundación Gabo. Licenciada en Periodismo por la Universidad Federal de Ceará.

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