Lo peor de la pandemia en Brasil: “Todas nuestras camas UCI están ocupadas”
Dos enfermeras que trabajan en el frente contra la covid narran su día a día cuando el país se acerca a las 3.000 muertes diarias por el virus
Las cataratas de Iguazú atraían a miles de turistas hasta que la pandemia lo cambió todo. Ahora las UCI de la ciudad brasileña más cercana están tan atestadas que, el pasado fin de semana, el alcalde intentó vaciar las calles para frenar los contagios. Decretó dos días de confinamiento total, una de las medidas más drásticas adoptadas en Brasil para aliviar los hospitales en el peor momento de la pandemia. La enfermera intensivista Cristina Morceli, de 36 años, pudo salir porque tenía guardia en el hospital público de referencia para la covid de Foz de Iguaçu. “Todas nuestras 70 camas de UCI están ocupadas. Cuando alguien muere o hay un alta, inmediatamente entra el siguiente”, explica por teléfono esta profesional que lleva el último año en el frente de guerra contra el coronavirus.
“Los que están en la cola de una plaza en la UCI esperan en las urgencias ambulatorias. A algunos incluso los tienen que intubar allí”, afirma. Intentar mantenerlos vivos mientras hacen cola. Solo en el estado de São Paulo, al menos 60 pacientes han muerto durante la espera.
Doce meses después de los primeros casos, Brasil marcha en dirección contraria al resto del mundo. Aquí la pandemia está desbocada. Este martes se estrenaba en el cargo el cuarto ministro de Salud desde el inicio de la pandemia. Lo recibió el enésimo récord de cifras (más de 2.800 muertos y 84.000 contagios en 24 horas), mientras la curva cae con fuerza en el resto de los países con más fallecidos por millón de habitantes: Estados Unidos, México, Reino Unido e India. La última semana murieron 12.000 brasileños. Es sin duda el peor momento de la pandemia. Brasil, que partía con la ventaja de ver los errores y aciertos de China y Europa, no supo aprovechar esta experiencia. Subestimó la amenaza, y ahora suma casi 280.000 muertos y 11,5 millones de casos.
En la UCI donde trabaja Morceli han llegado a tener tres enfermos en parada cardiaca al mismo tiempo. “Yo me ocupo de ocho pacientes, corro todo el día de un lado para otro”, dice esta mujer cuya unidad se convirtió de un día para otro en una UCI para atender a la avalancha de enfermos de coronavirus. Gente distinta a la de la primera ola. “Este mes los ingresos han aumentado mucho. Llegan muy graves. Pero además son gente joven, de 30, 40, 50 años. Creo que son los que han tenido que salir a trabajar para sobrevivir”, apunta. Los profesionales tienen muchas más dificultades para mantenerlos estables que a los enfermos de los primeros meses.
Brasil es dos veces más extenso que la Unión Europea. La situación es crítica. Mientras en la primera ola los brotes iban por regiones, ahora el aumento de los contagios se repite en 24 de los 25 estados.
Otra ventaja brasileña era su pedigrí. Supo contener el sida a finales de siglo, tiene un robusto sistema de salud pública y un programa de vacunación que, cuando hay dosis, llega hasta el último rincón. Como ahora hay que importarlas, solo un 6% de los 210 millones de brasileños ha recibido la primera dosis. Ese es uno de los ingredientes del cóctel letal. La muy contagiosa variante brasileña se ha sumado a la política de sabotaje contra las medidas sanitarias del presidente Jair Bolsonaro, el fracaso en la compra de vacunas, a los millones que necesitan salir a ganarse la vida, y a unos gobernadores y alcaldes temerosos del alto precio político de adoptar medidas que reclaman los epidemiólogos pero que son impopulares, como el confinamiento. Como guinda, Bolsonaro nombró este lunes a su cuarto ministro de Salud desde el inicio de la pandemia. El cardiólogo Marcelo Queiroga sustituye al general Eduardo Pazuello, que nunca contrarió al presidente.
El desdén por las medidas más básicas está muy extendido incluso en la semana más letal de la pandemia. El sábado fallecía de covid-19 un diputado bolsonarista de 54 años que propuso una ley contra una vacunación obligatoria (no lo es). Gabigol, una estrella de la liga de fútbol brasileña, fue cazado en una fiesta clandestina con 300 personas en la madrugada del domingo. Horas después, miles de bolsonaristas se manifestaron en varias ciudades contra el confinamiento. Muchos sin mascarilla y gritando eslóganes. La presión de trabajadores y empresarios es enorme. El alcalde de Río flexibilizó hace unos días las restricciones para que los vendedores ambulantes regresaran a las playas y los restaurantes abrieran hasta las nueve de la noche. Sao Paulo cerró dos semanas a partir del lunes pasado restaurantes, escuelas e iglesias, pero las estaciones sigue atestadas. Como las UCIs de la ciudad, incluso las de los hospitales privados que atienden a los superricos y poderosos de todo el país.
Las autoridades se afanan por abrir nuevas camas de UCI mientras los hospitales se lanzan a reclutar personal sanitario. Las plazas se anuncian incluso en redes sociales. Pero no basta con contratarlos. Hay que formarlos. Y esto se hace a la carrera. Tras un año de pandemia, las enfermeras, los médicos, y los sanitarios en general están exhaustos. “Agotados física y emocionalmente”, dice al teléfono Sandra Valesca Fava, de 50 años, enfermera intensivista en una unidad neonatal de Fortaleza (Ceará). Con 12 bebés enfermos de covid, está al 100% de ocupación. “Como la nueva cepa afecta a personas más jóvenes, las mujeres en edad fértil y las embarazadas se están contagiando”. Y con ellas, sus bebés. Pero cuando una plaza queda libre, ya no pueden atender allí a un prematuro o un recién nacido con problemas cardiacos, que siempre fueron mayoría entre sus pacientes, porque correrían el riesgo de contagio. Hay que derivarlos a la UCI de otros centros. “El sistema no ha colapsado aún porque todavía podemos conseguir hueco en otra UCI, pero vislumbramos que puede ocurrir pese a todos nuestros esfuerzos para evitarlo”.
Uno de los pocos consuelos de estas dos enfermeras es que están inmunizadas. Aunque el personal sanitario ha tenido prioridad, sus muertes siguen aumentado en Brasil. De los once millones de casos, 50.000 eran profesionales de enfermería (el 85%, mujeres), según Cofen, el Consejo Federal que los agrupa. Suman también 662 entre las 270.000 personas que han perdido la vida.
La sobrecarga es tal que muchos sanitarios están pidiendo la jubilación o la baja. Y con menos profesionales, el personal tiene que alargar las jornadas y hacer todo tipo de malabarismos, como formar colegas inexpertos mientras atienden a pacientes gravísimos.
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