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El dilema chino: frenar el virus o reactivar la economía

Las medidas contra la epidemia impiden la vuelta al trabajo a más de 220 millones de personas e impiden el normal funcionamiento de las empresas

Macarena Vidal Liy
Una mujer en el estacionamiento para taxis vacío de una estación de tren en el oeste de Pekín.
Una mujer en el estacionamiento para taxis vacío de una estación de tren en el oeste de Pekín. Kevin Frayer (Getty Images)

El funcionario X –no ha trascendido su nombre– trabaja en el Ayuntamiento de Pekín, donde vive. Pasó el Año Nuevo lunar en su pueblo en la cercana provincia de Hebei. Allí festejó con su familia, brindó, jugó a las cartas y visitó a parientes. Como era parte imprescindible del dispositivo de respuesta a la epidemia, fue de los primeros empleados municipales de la capital en regresar al trabajo. A los pocos días, recibió la noticia: uno de sus familiares en el pueblo tenía Covid-19. Se hizo las pruebas: aunque sin síntomas, él mismo era portador del nuevo coronavirus. Ahora, otros 69 funcionarios en contacto con el señor X han tenido que ponerse en cuarentena, según reveló el martes el Ayuntamiento.

A medida que las empresas chinas incorporan personal a sus puestos de trabajo para tratar de recuperar la normalidad, encuentran que existe un delicado equilibrio entre la necesidad de relanzar la actividad económica –un mensaje cada vez más insistente desde los medios oficiales– y la de evitar la propagación de la epidemia, la “guerra popular” que el presidente chino, Xi Jinping, subraya que hay que ganar a toda costa. 

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Los medios chinos han publicado varios casos en los que, tras retomar el trabajo, algún empleado ha resultado enfermo y ha habido que suspender de nuevo las operaciones, desde una planta de titanio en Chongqing a un supermercado en Shenzhen. Al mismo tiempo, las compañías adoptan con celo casi religioso medidas cada vez más estrictas para permitir la entrada de sus empleados a las instalaciones: notificación diaria de su estado de salud, comprobación de la temperatura una, dos, varias veces.

Las cifras que publica la Comisión Nacional de Salud apuntan a un cauteloso optimismo sobre la evolución de la epidemia, que ha matado a más de 2.000 personas y contagiado a más de 74.000. Por primera vez, el martes los nuevos casos descendían de los dos millares. Los contagios fuera de la provincia de Hubei, el foco de la enfermedad, son menos cada día desde hace dos semanas. El epidemiólogo de referencia del Gobierno chino, Zhong Nanshan, prevé que el pico pueda llegar, en el sur del país, ya a finales de este mes.

Pero tras el largo parón por el Año Nuevo lunar y las medidas de cuarentena más o menos estricta en numerosas zonas del país, el 15 de febrero solo habían regresado a sus residencias habituales y sus puestos de trabajo unos 80 millones, menos de un tercio de los 300 millones que se habían marchado. Las autoridades chinas calculan que otros treinta millones retornarán antes de fin de mes, y el resto volverá a lo largo de marzo. Los científicos del Gobierno advierten de la posibilidad de un repunte en los contagios durante ese proceso.

En parte para evitarlo, numerosas autoridades locales han impuesto o endurecido las limitaciones a la movilidad de sus residentes, mientras que las empresas fomentan que, quien pueda, trabaje desde casa. En Pekín, quienes lleguen de fuera tendrán que cumplir una cuarentena de catorce días y notificar su situación a su comunidad vecinal y a su empleador. Muchos complejos de viviendas, e incluso calles enteras, han cerrado el acceso a quienes no sean residentes.

Un cálculo del The New York Times encuentra que, entre los 1.400 millones de habitantes de China, al menos 750 millones sufren algún tipo de restricción en su libertad de movimiento. De ellos, 150 millones tienen limitada la frecuencia con la que puede abandonar su hogar.

El trabajo desde el domicilio, y las instrucciones de salir de casa lo menos posible, sumadas a la desconfianza sobre posibles contagios, han cambiado drásticamente los hábitos de vida, especialmente en las grandes y medianas ciudades, donde pedir comida a domicilio en vez de cocinar era una tendencia al alza: más de 250 millones de personas hacían más de 400 millones de pedidos a la semana. Ahora, apenas hay restaurantes abiertos.

“Por primera vez en mi vida, estoy aprendiendo a cocinar. No me queda otra”, se ríe Jin, relaciones públicas de 27 años. Hay cosas que no cambian: en lugar de ir ella misma a la compra, la joven, como muchos otros millones de personas, encarga los ingredientes de su menú a las mismas compañías que antes le traían el pedido del restaurante. La plataforma de comercio electrónico JD.com, la segunda del país, ha triplicado desde el Año Nuevo sus ventas de alimentos frescos, hasta las 150.000 toneladas, según la agencia de noticias Xinhua.

Es una de las pocas empresas a las que les va bien. El banco japonés Nomura ha rebajado del 3,5% original al 3% sus expectativas de crecimiento de la economía china para este trimestre. Una encuesta de las Universidades de Pekín y Tsinghua encuentra que solo el 34% de las pymes cree que pueda aguantar otro mes con el nivel actual de caja. Preocupado por la posibilidad de un aumento del desempleo —una grave amenaza a la estabilidad social—, el Gobierno chino ha anunciado varias medidas de alivio a las pequeñas empresas, incluido un recorte en las contribuciones a la Seguridad Social. Algunas ciudades en la costa toman medidas para acelerar la reincorporación de los trabajadores.

El sector de los servicios, que representa el 54% del PIB chino, espera un trimestre pésimo. Hasta el 13 de febrero se habían cancelado 78.000 vuelos y las empresas habían devuelto el importe de 13.000 billetes de avión. Una empresa estatal de turismo ha cerrado 19 hoteles. Los autobuses de larga distancia funcionan solo al 50% de ocupación.

El gigante tecnológico taiwanés Foxconn, que emplea a 400.000 personas en la China continental, no consigue el suficiente número de trabajadores para poner a funcionar sus plantas a pleno rendimiento. Solo el 80% de las 20.000 empresas estatales bajo el control de la Administración de Supervisión de Activos han conseguido retomar la actividad. Según el periódico Global Times, incluso el sector del armamento trata de recuperar el tiempo perdido contra reloj para probar aviones de combate y dar los últimos toques a un “importante” barco.

La actividad económica, según Bloomberg Economics Report, se encontraba la semana pasada aún a un 40% o 50% de su capacidad. El consumo eléctrico estaba aún a la mitad de los niveles de las mismas fechas el año pasado. Según un informe de la Cámara Estadounidense de Comercio en China, el 78% de las 109 empresas consultadas carecían aún de los suficientes empleados incorporados como para poder volver a la normalidad.

En un editorial, el Global Times reconocía la debilidad de la actividad económica. Su fórmula: que desde el Gobierno se insista en alcanzar un objetivo del 6% de crecimiento para este año, el mismo que se anticipaba antes de la crisis. “Una meta de crecimiento precisa dejará claro lo importante que es la tarea de relanzar la economía e inyectará un mayor sentido de urgencia en los distintos niveles de Gobierno y en las empresas”, sostenía.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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