Falsos dilemas por Navidad
No podemos celebrar esta Navidad como las anteriores si queremos que nosotros mismos y aquellos a quienes más queremos podamos celebrar la próxima
El debate público sobre la pandemia se adentra en terrenos de autoengaño. Nos refugiamos en la ambigüedad de las normas, como si necesitáramos coartadas para poder transgredir lo que ya sabemos: que no podemos celebrar esta Navidad como las anteriores si queremos que nosotros mismos y aquellos a quienes más queremos podamos celebrar la próxima. Que ser solidarios con los más vulnerables, en este caso las personas frágiles de la propia familia, es no juntarnos en comidas y sobremesas larguísimas en lugares cerrados.
España es ya el país de Europa con más exceso de mortalidad en esta segunda oleada y mientras tanto nos distraemos con falsos dilemas. Por ejemplo, el dilema entre bienestar emocional y salud. Queremos salvar la Navidad porque necesitamos el calor emocional. Pero no hay bienestar emocional sin salud. Es cierto que muchas personas mayores se sienten solas, pero peor es el riesgo de muerte si se contagian y siempre podemos encontrar otras formas de mitigar la soledad.
El otro gran falso dilema es el que contrapone economía y salud. Los países con la economía más dañada son precisamente los que han alcanzado mayores niveles de contagio. No se puede salvar la economía sin proteger la salud. De poco sirve abrir restaurantes y teatros a medio gas si al cabo de poco han de cerrar por nuevos y largos rebrotes. Cuanto más laxas son las restricciones más cuesta bajar la curva. Querer salvar la campaña de Navidad puede costarnos tener que cerrar por más tiempo unas semanas después. Porque el tercer rebrote, que ya todos dan por seguro, puede ser más intenso y veloz. No es lo mismo partir de ocho casos por 100.000 habitantes en 14 días como teníamos a finales de junio, justo después del confinamiento estricto, que un repunte a partir de una incidencia acumulada de más de 200 y 300 casos en la mayor parte de España. Ya vimos lo rápido que subió la curva en Madrid y Cataluña en la última oleada. La siguiente puede ser peor. Bélgica se enfiló a 1.817 casos por 100.000 habitantes en apenas unas semanas.
Mientras debatimos cómo podremos celebrar la Navidad, parece que nos hayamos resignado a tener más de doscientos muertos diarios. Porque eso es lo que ocurrirá si bajamos la guardia. En Cataluña la tasa de reproducción ha vuelto a subir justo una semana después de abrir de nuevo bares y restaurantes. Lo ocurrido en Canadá tras el día de Acción de Gracias puede ilustrar lo que puede pasar también aquí si la Navidad se descontrola. En diez días ha duplicado los contagios y los muertos se han multiplicado por cuatro. La semana antes de la celebración registraba unos 25 muertos diarios. Ahora son ya más de 100 y la curva seguirá subiendo porque mueren rápido aquellos que ya están debilitados por otras patologías, pero el grueso de la mortalidad va con varias semanas de retraso respecto de los contagios. Las mismas señales de alerta se observan en Estados Unidos que la celebró unos días más tarde.
¿Cuántos muertos estamos dispuestos a permitir? Ese es el verdadero dilema. Relajar las restricciones supone mantener la curva de contagios en niveles altos, lo que significa más muertos y al cabo, más restricciones, con lo que además de las pérdidas económicas, habrá que lamentar las vidas perdidas. Llegan las vacunas. Hay datos muy esperanzadores sobre su eficacia y seguridad. Si todo va bien, muy pronto se podrá inmunizar al menos a la población de riesgo. ¿No deberíamos hacer un último esfuerzo? Michael Osterholm, uno de los asesores de Joe Biden, recurre a la metáfora del fuego para ilustrar en qué punto estamos: tratar de celebrar la Navidad como siempre es como provocar un viento de 100 kilómetros por hora cuando estamos a punto de apagar el incendio forestal.
Información sobre el coronavirus
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