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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Viejoven’ para siempre

La edad no es lo que era: un cuarentón puede ser estrella del deporte pero no tener la estabilidad vital que le tocaría

Rafa Nadal, Lebron James y Serena Williams.
Rafa Nadal, Lebron James y Serena Williams.Getty Images
Ricardo de Querol

Rafa Nadal ha tocado la cumbre del tenis a los 34 años: alcanza el número de grandes torneos de Roger Federer, que se resiste a retirarse a sus 38, la misma edad a la que Serena Williams sigue activa. LeBron James conquista su cuarto anillo de la NBA mostrándose en plenitud a los 35. Tom Brady, figura del fútbol americano, ha dejado los Patriots en todo lo alto… para fichar por Tampa a sus 43. Y la gimnasta ucrania Oksana Chusovitina prevé ir a los Juegos de Tokio con 46: sus rivales de hoy no habían nacido cuando ella competía bajo la bandera de la URSS. No hace tanto que todo deportista que pasara de los 30 estaba bajo sospecha, porque se daba por seguro su declive. Los avances de la medicina deportiva y la forma muy profesional en que se cuida hoy a las estrellas explican que algunos, si tienen suerte con las lesiones, prolonguen su carrera sobre lo que era habitual.

Desde el baby boom de los cincuenta y los sesenta, las sociedades modernas rinden culto a la juventud, pero cada día está menos claro qué se considera joven. Se estiran la forma física, la estética y el estilo de vida de esa franja de edad. Miras fotos de tus padres o abuelos a tus años y son señores muy respetables, no parecen tus iguales. El drama es otro: que no hay forma de que los viejóvenes, o joviejos según se mire, logren la estabilidad vital que siempre se asoció a la madurez.

Los mileniales ya peinan alguna cana y siguen encadenando empleos precarios, viviendo con sus padres o en pisos compartidos, sin opciones de formar una familia y reproducirse como manda la especie. Quienes completaron su formación en el siglo XXI no han terminado de salir de la Gran Recesión de 2008 y ya están en la que apunta a Gran Depresión de 2020. No lo tienen mejor los que van detrás: los estudiantes de ahora corren el serio riesgo de ser estigmatizados como la generación de la covid. Las dificultades para la enseñanza online o semipresencial se intentan resolver rebajando el currículo y el listón de exigencia. Habría sido mejor innovar con la educación, dar más peso a la investigación personal que a la clase magistral, pero eso tampoco es fácil de improvisar.

En el otro lado, tenemos a septuagenarios muy activos, como los dos candidatos a la presidencia de EE UU, que tiene guasa que Trump se burle de Biden por anciano. Es algo impensable en España, donde los líderes de los grandes partidos son cuarentones o ni eso. Eso no indica que el peso político de los jóvenes sea mayor —al contrario, su peso demográfico y electoral es menor que nunca—, sino que la política española es una trituradora de talento.

Lo peor es que se va ensanchando la brecha entre generaciones. Sigue pendiente de soluciones el problema de las pensiones: empleos de mala calidad no pueden sostener la prestación que se han merecido los jubilados. La crisis climática no inquieta igual a unos y a otros. Y hoy se señala a los jóvenes por su tendencia a salir de fiesta, tan peligrosa como entendible: sus genes están programados para socializar y, si hay suerte, emparejarse; ahora es imperativo que se repriman para protegernos a todos. La pandemia discrimina a los mayores, mientras la economía lo hace con los jóvenes. A unos los devasta la mortandad del virus y otros sufren el escandaloso desempleo juvenil. No se descuiden los de edad media: se arriesgan por igual a perder su puesto de trabajo como a enfermar… y tampoco tienen del todo asegurada la pensión. Esta crisis tiene golpes para todos. Hace falta repensar la solidaridad intergeneracional.


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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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