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13 horas en un centro de salud: “Estamos al límite”

La epidemia se come la atención primaria mientras los profesionales sanitarios intentan evitarlo

Un grupo de vecinos esperan su turno frente a la entrada del centro de salud Puerta Bonita, en Madrid.
Un grupo de vecinos esperan su turno frente a la entrada del centro de salud Puerta Bonita, en Madrid.Andrea Comas
Íñigo Domínguez

El centro de salud Puerta Bonita, en Carabanchel, sur de Madrid, está en medio de una de las zonas con más incidencia de coronavirus en España, sometida a restricciones, 1.883 positivos por cada 100.000 habitantes. Tres veces más que la media de la ciudad. Es un antiguo garaje, bajo un balcón con una parabólica y una colcha tendida, en una calle estrecha que como las de muchos centros de salud de España se ha convertido en sala de espera, pasando coches por el medio. Esta se llama calle de la Alegría, pero bueno. Este miércoles abre a las ocho y desde primera hora se junta gente. Los diálogos son en la puerta, en voz alta, y basta pasar el día ahí escuchando para hacerse una idea de cómo se está combatiendo, y perdiendo, la batalla contra el virus en España. A pesar del heroico trabajo de los sanitarios. Una enfermera entra y sale mil veces al día, con dos mascarillas y una careta transparente en la cara, embutida en una bata de plástico azul y guantes de goma, y pregunta a cada uno qué le pasa y le da una respuesta o un papel o le dice que pase. Nunca hay más de 12 pacientes dentro a la vez. “¿PCR? Póngase aquí a la derecha”. Otros que esperan informes, a la izquierda. En la acera de enfrente, citas. Todo en la calle. Quien llega pregunta: “¿El último?”. Y se apoya en una pared, o se sienta en la acera. Sacan sillas a la calle para la gente mayor, pero la señora Remedios se levanta y se va enfrente, que da el sol: “Es que me quedo fría”. Pasea arriba y abajo con su bastón. Espera 50 minutos hasta que le toca.

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Este centro hace unas 100 pruebas PCR al día, de sospechosos por la mañana y de contactos con positivos por la tarde. Luego a cada rato llega alguien que se siente mal: “¿Respira con dificultad? ¿Fiebre? ¿Diarrea? ¿Ha estado en contacto con algún positivo?”. Le ponen la pistolita-termómetro en la frente y para dentro. Todo el que llega es atendido. Los ambulatorios son la primera trinchera contra el coronavirus y hacen todo el trabajo de choque: prueba, diagnóstico, seguimiento, rastreo. Pero son una trinchera olvidada. En España hay 13.133 centros de salud y consultorios. En los últimos dos años se han cerrado 52.

Aquí el resultado de la PCR está tardando 48 horas. Su hospital de referencia, el Gómez Ulla, es muy rápido. Otros centros, según el que tengan, esperan una semana o más. El coronavirus se está comiendo la atención primaria y lo demás, lo de siempre, se hace ya casi todo por teléfono. Todos temen que acabará llegando una oleada de daños colaterales, enfermos de otras patologías que no se están tratando adecuadamente. Solo van pacientes para lo ineludible, mayores para que les controlen el Sintrom (un anticoagulante), o gente para curas, como un papiloma en un pie. El resto, telemático. Una de las doctoras tiene la lista de las 35 llamadas que debe hacer esta mañana: una señora que es “un contacto” (con un positivo), a ver cómo está; un control de diabetes, a ver cómo le va el valor; hablar con un positivo y “pensar días de aislamiento”; una mujer con su madre de 95 años que “quiere saber de las piedras del riñón, porque ella no se entera”… Luego, las citas presenciales. Y dos pacientes en domicilio que tiene que ir a ver. A las cuatro, por ejemplo, salen una doctora y una enfermera, cubiertas con toda la parafernalia de protección, y van hasta un portal. Salen luego con una aparatosa bolsa roja que tiene el símbolo de peligro biológico. “Un covid, un chico joven. La doctora lo notaba ahogado al teléfono y hemos ido. Si lo hubiéramos visto mal, al hospital”.

Las enfermeras, igual. La lista de una de ellas es de 40 llamadas, lo hace a ratos, entre que entra y sale a atender la puerta. Fuera, la gente se amontona, y muchos se presentan sin cita, porque que te cojan el teléfono, dicen, es imposible:

—Vengo a que me den el resultado de la PCR.

—¡Le tienen que llamar, usted tiene que estar aislado en casa, váyase ahora mismo!

La enfermera se desespera. “Muchas veces les llamas y por el ruido notas que están en la calle. Una señora dio positivo y luego me la encontré en la cola del [supermercado] Ahorra Más”, cuenta Remedios Gómez, responsable de las enfermeras. Después, en un barrio humilde como este, surgen conversaciones así:

—¿Tiene fiebre?

—Señorita, no tengo dinero para comprar un termómetro.

Varios pacientes aguardan ante la puerta del centro de salud Puerta Bonita, en Madrid.
Varios pacientes aguardan ante la puerta del centro de salud Puerta Bonita, en Madrid.Andrea Comas

Dentro, dos auxiliares atienden trámites en el mostrador y responden al teléfono. Al otro lado hay 19.000 vecinos a los que toca este centro de salud, y eso que la cifra no está mal comparada con la de otros. Pero es una de las muchas cosas en las que nadie ha pensado antes, el primer fallo del sistema: no hay líneas suficientes, se colapsan, y les haría falta otro auxiliar administrativo. También creen que el médico que está de cuarentena en casa podría teletrabajar, pero no tiene acceso al sistema con su ordenador, nadie ha pensado tampoco en ello. Y eso que, según los datos de la Asociación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid (Amyts), al principio de la epidemia el 80% de los casos se vieron en primaria, que es la puerta de entrada al sistema. Por eso reforzarla fue uno de los requisitos para la desescalada, pero no se ha cumplido.

Este es un centro pequeño y ya se lo toman como una batalla en solitario, con sus propias fuerzas. “Somos una familia. Aguantamos gracias a que estamos unidas y nos llevamos bien”, dice Ana, otra enfermera. Son todo mujeres, salvo dos hombres. 12 médicos, 12 enfermeras, dos pediatras, dos celadores y dos empleadas de limpieza, en dos turnos de mañana y tarde. Como en toda España, no son suficientes. “Estamos al límite”, confiesa Gómez. “La sanidad lleva años olvidada, ningún político se ha preocupado por ella. Los médicos y enfermeras se forman y se van al extranjero. Más dinero, hasta el doble; mejores contratos, aquí yo he visto contratos a enfermeras de una noche; y fuera hay más respeto. Aquí te siguen diciendo: ‘¡Oye niña! Esto es pura vocación”. En los últimos ocho años se han ido de España más de 11.000 médicos. Los sindicatos calculan que en España faltan 2.500 facultativos y 1.000 pediatras en atención primaria, y si le suman los que se van a jubilar hay que añadir 6.000 y 1.500. Total, 11.000 profesionales. Casualidad, justo los que se han ido estos años. El centro de salud Puerta Bonita solo pide otros dos médicos, con eso se arreglarían.

“Hemos estado totalmente abandonados, nadie nos ha apoyado”, lamenta Remedios. “La respuesta desde arriba a las peticiones de personal y material era: apáñate como puedas”. Al teléfono, Cristina Sánchez, responsable de atención primaria de la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM), confirma: “La situación es igual en todas las comunidades autónomas. Hay una incertidumbre total. Ninguna comunidad ha puesto un plan sobre la mesa sobre cómo se va a gestionar esto. No hay instrucciones claras y la norma general es ir parcheando el día a día, estirar la primaria hasta que reviente”.

Una enfermera mide la temperatura a una mujer en la entrada del centro de salud de Puerta Bonita, en Madrid, este miércoles.
Una enfermera mide la temperatura a una mujer en la entrada del centro de salud de Puerta Bonita, en Madrid, este miércoles. Andrea Comas

Las doctoras Sanz, Metola y González, del turno de mañana, llevan más de 20 años en esto. Ven 50 pacientes al día de media. Tienen seis minutos como máximo para cada uno. “Un buen sistema sanitario necesita una buena atención primaria, si no, falla”, advierten. Está fallando. Creen que el virus en este barrio está disparado por el hacinamiento en las viviendas, por el uso generalizado del transporte público, aquí a la mayoría no le queda otra, y también porque ellos hacen mucho rastreo y emergen más casos. Esa es la parte final, decisiva, de su nueva mole de trabajo. ¿Y los rastreadores? “Yo no he visto nunca un rastreador, supongo que existen, pero no sabemos nada”, dice Gómez.

Estas tres doctoras se contagiaron del virus en marzo y abril. En este centro todos han cogido el virus, menos dos. Hasta la semana pasada, según datos del CESM, se habían contagiado 59.858 médicos en España. Y las bajas no se sustituyen. Tampoco las vacaciones. Les dijeron que se las cogieran en julio y agosto, que en septiembre empezaría la movida. Pero empezó en julio, y estaban en cuadro. Aunque llevan toda la vida así, no es de ahora. Entonces “desdoblan”, es decir, hacen dos turnos, el de mañana y tarde, de 8.00 a 21.00. ¿Cómo llega uno a casa después de 13 horas? “Pues te duchas y te derrumbas en la cama, y hasta el día siguiente”, contesta Remedios. En el confinamiento se quedó solo con dos enfermeras de mañana y dos de tarde. “Para que no nos cerraran, porque el mínimo son tres, me quedé yo doblando el turno. Y así salimos adelante”. Lo que conmueve es que se matan a trabajar y no les importa, les gusta incluso, pero les da pena, les duele no poder hacerlo mejor. Hay una explicación: la inversión en sanidad desde 2011 ha bajado del 6,5% del PIB al 5,9% en 2020. El CESM estima que tras los sucesivos recortes los médicos están cobrando casi un 30% menos que en 2008. Según sus datos, el sueldo neto de un médico oscila desde los 25.600 de uno que empieza en Andalucía a los 42.800 de un veterano en Madrid, por ejemplo. Una enfermera cobra entre 2.000 y 2.500 euros al mes.

Carlos, 50 años, celador, lleva años de aquí para allá con contratos temporales. Ahora cubre una baja. “Estar en bolsa [de empleo] es lo que tiene, es muy precario, hasta que salga una interinidad o una plaza”. Estuvo en Ifema, fue uno de los que se llevaron del centro, junto a un médico: “Es lo peor que he pasado, pero al mismo tiempo es lo mejor que me ha pasado en mi vida, esa experiencia humana, es curioso”. Todos llevan mucha tralla desde febrero. Empezaron protegiéndose con bolsas de basura y un equipo de protección individual que les sobró del ébola. Las vecinas les cosieron unas batas con velcro. Tuvieron que comprar un fumigador de su bolsillo, y los gorros. Llevan un año sin apósitos, porque la Comunidad de Madrid no sacó el contrato público. Si alguien necesita una cura de una infección, una quemadura, se lo tienen que recetar, va a la farmacia y vuelve a que se lo pongan.

Nada ha cambiado para esperar la segunda ola del virus. Silvia Durán, de Amyts, cuenta que el viceconsejero de Sanidad se reunió con ellos para preparar la desescalada: “Nos prometieron 325 médicos y pediatras. Pero no han llegado, porque la oferta que hacen es muy precaria. La gente se va a otro sitio. Los médicos no quieren ir a la primaria, prefieren ir a Urgencias hospitalarias, a otras comunidades con mejores condiciones”.

Pero es que además el centro de salud no solo cura gente, es una especie de gestoría. Junto a la puerta hay una mesita con carpetas y papeles, la burocracia. “¿Bajas? ¿Altas? ¿Informes?”, pregunta a veces la enfermera en la puerta. Quitarse el papeleo de encima es el sueño de cualquier centro de salud. Y les llegan todo tipo de peticiones:

—Mi madre vive aquí y yo en otro barrio, y es que necesito un justificante para entrar y salir.

—Aquí no hacemos justificante, pregunte a la policía, si no haga una fotocopia de un DNI de su madre, no sé.

Todo se lía más porque a veces la gente va a buscar papeles de familiares y no lleva los documentos. Se discute, se grita, todos intentan que el otro se ponga en su lugar, al final, todos cansados, les aceptan una foto del documento en el móvil. “¡Pero es la última vez!”. Y a los cinco minutos llega otro igual. Luego llega una mujer:

—¿Van a hacer pruebas a todo el barrio? Lo ha dicho Ayuso en la radio, que miles de pruebas a todos.

—Pues sabe usted más que nosotros. De momento lo que diga su médico.

Por la tarde se monta un lío con varios problemas en las altas. “Se confunden mucho, te dan el alta y no te avisan, o te ponen la que no es, y luego tienes problemas en el trabajo”, explica uno de los que se quejan. Una mujer, Isabel, hace fotos de los papeles sobre el capó de un coche para mandárselos a su jefe. Estaba dada de alta desde hace un mes y no lo sabía, no la habían avisado, y seguía de cuarentena. Ha conseguido que anulen la fecha y vuelvan a poner la actual. Explica que se han liado entre Sanidad e Inspección de Trabajo.

Tres vecinos esperan su turno ante la puerta del centro de salud Puerta Bonita, en Carabanchel, Madrid.
Tres vecinos esperan su turno ante la puerta del centro de salud Puerta Bonita, en Carabanchel, Madrid. Andrea Comas

En el centro admiten que está todo el mundo ya muy nervioso: “Todo lo que nos aplaudieron y ahora nos insultan, a veces hasta intentan pegarnos”. Fuera, la gente parece comprensiva: “Pobres, no dan abasto”. Para desahogarse, en los corrillos improvisados se despotrica contra la prsidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Con todo, este miércoles la cola iba rápido y había menos gente. En el momento de máxima afluencia hubo unas 40 personas. “Estamos flipando con lo tranquilo que está esto hoy. Debe de ser el confinamiento, la gente empieza a asustarse, o es que están cayendo ya todos”. En todo caso, en las zonas restringidas se entra y se sale sin problemas, apenas hay controles.

Muchísimos de los que vienen a la consulta trabajan fuera de esta zona restringida, se mueven por todo Madrid. El 86,5% de los vecinos de estas áreas trabajan fuera de ellas, según un estudio de la Universidad Politécnica de Madrid. Se ve bien cuando por la tarde muchos vienen directamente del trabajo con su uniforme, de todas partes de la ciudad. Por ejemplo, uno de una cadena de pizzerías desde Majadahonda, que va a que le den un justificante, porque se sintió mal el fin de semana y no fue a trabajar: “Me pagan 25 al día, pero me descuentan 100 si falto”. Otro de una residencia de ancianos del norte. Otro que trabaja en desinfección del metro. Otro en un centro comercial de La Vaguada. Otro es taxista, recorre literalmente la ciudad todo el día. Muchos están de baja, otros vienen a pedirla. Y todos temen que les echen.

Anochece, el ambulatorio de Puerta Bonita ha cumplido un día más. La calle por fin se vacía. Raquel Collados, que es médico en otro centro de salud madrileño, en Móstoles, cuenta al teléfono: “Vas antes a trabajar y te vas más tarde, y aún así no llegas. Vuelves a casa pensando que habrás metido la pata con alguien seguro. Al principio la adrenalina te hacía no pensar y seguir, pero ya son muchos meses y estamos muy cansados. Soy muy pesimista”. El centro cierra a las nueve de la noche, siempre un poco más tarde de lo que debe. Al día siguiente, será peor: lo mismo, pero lloviendo.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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