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“La mortalidad es lo último que sube pero luego es difícil hacerla bajar”

Los expertos prevén un aumento de los fallecimientos por covid tres semanas después de los brotes. La única solución, coinciden, es adelantarse a los contagios

Oriol Güell
Una paciente en el hospital Gregorio Marañón, este abril.
Una paciente en el hospital Gregorio Marañón, este abril.Carlos Rosillo

Aún no ha terminado agosto y ya es común entre expertos y gestores sanitarios la convicción de que a España le espera un otoño aciago, con un importante repunte de la mortalidad asociada al coronavirus. Las cifras no alcanzarán los niveles de marzo y abril, lo que permite ver a los más optimistas la botella medio llena, pero en todo caso serán bastante más elevadas de lo que muchos confiaban hasta hace muy poco. “Hace semanas que los casos empezaron a crecer de forma importante. Y cuando esto ocurre, sin un tratamiento efectivo, el incremento de la mortalidad es inevitable”, resume Daniel López Codina, del grupo de investigación de biología computacional y sistemas complejos de la Universidad Politécnica de Cataluña.

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“The mortality rate is the last thing to rise but then it’s very difficult to get it down”

España transitó julio con una decena de fallecidos a la semana de media. La curva incluso mostró cierta tendencia a la baja durante la primera quincena, según datos de Sanidad, ya que en su gran mayoría se trataba de personas que habían enfermado en la primera ola y llevaban meses ingresadas en las UCI. La tendencia cambió con la llegada de agosto y en los últimos días la media semanal ya se ha instalado por encima de los 120 fallecidos. Una cifra que, en realidad, es aún más elevada debido a los retrasos en las notificaciones y que es previsible que siga creciendo de forma sostenida.

Bolsa de pacientes

Los datos ofrecidos por el Centro Europeo para el Control y la Prevención de Enfermedades —que se nutre de la información que le remite Sanidad— muestran que la mortalidad en España se ha doblado en menos de dos semanas, al pasar de 0,4 fallecimientos por 100.000 habitantes a 0,8. La información de las comunidades autónomas confirma la tendencia.

“La mortalidad es lo último que crece. Primero suben los positivos, entre 10 y 15 días después, las hospitalizaciones y hacia la tercera semana la mortalidad”, explica Francisco Javier Falo, director general de Salud Pública de Aragón, la comunidad con mayor incidencia del virus este verano. “Es lo último que sube, pero luego es muy difícil hacerla bajar porque en los hospitales se forma una bolsa de pacientes en estado grave que a menudo no tienen buena evolución”, añade.

En Aragón, los casos se dispararon en Zaragoza en la segunda mitad de julio. A finales de ese mes, los fallecidos en la región eran 15 a la semana, cifra que se multiplicó por cinco a mediados de agosto hasta alcanzar los 72. Desde entonces, y pese el notable descenso registrado en los contagios, el balance de muertes baja de forma mucho más lenta. En la última semana han sido 62. En Madrid, donde el repunte de diagnósticos se inició hace tres semanas, la mortalidad está en pleno auge. Según el recuento que ofrece un grupo de profesionales de los hospitales de la región, los fallecimientos el pasado día 21 fueron 9; 13 el día 25; y el pasado viernes ascendieron a 22.

La situación es muy diferente a la de marzo, recuerdan los expertos. Entonces, prácticamente todos los casos diagnosticados eran pacientes en estado grave. La inmensa mayoría de los leves —y todos los asintomáticos— no eran detectados, lo que disparó la letalidad hasta casi el 20%. Ahora, aunque se prevé que subirá, esta tasa está en niveles relativamente bajos. La razón: “Los primeros contagios se han producido en su mayoría en los círculos de personas jóvenes y sanas, que tienen una vida social más intensa. Aunque con el paso de los días, en su vida familiar y profesional, acaben transmitiendo el virus a personas mayores y vulnerables”, apunta Daniel López Acuña, exdirector de emergencias de la Organización Mundial de la Salud.

Es en este punto en el que los expertos sitúan el origen del problema en España. El país salió agotado del confinamiento, pero tenía el virus recluido en apenas dos sectores: el sanitario y aquellos que no habían parado, como el agroalimentario. Pese a todos los avisos, no se ha logrado evitar que de ellos saltara a la gente joven primero, se propagara luego en el ocio nocturno y eventos familiares, y acabara por alcanzar a los más vulnerables.

Las razones que explican el desaguisado, siguen las fuentes consultadas —y a falta de indicadores que permitan medir el fenómeno—, son una mezcla del relajamiento de la población al aplicar las medidas de protección, la incapacidad de las comunidades de reforzar los servicios de vigilancia epidemiológica y el retraso a la hora de adoptar medidas como las 11 pactadas por Sanidad y las comunidades hace dos semanas, que incluían el cierre del ocio nocturno y el blindaje de las residencias, entre otras.

Una vez el virus ha recuperado el terreno perdido, es muy difícil hacerlo retroceder. “La única forma de bajar la mortalidad de forma importante ahora es reducir los contagios, sobre todo entre la población vulnerable. Y no hay otra forma de conseguirlo que el diagnóstico precoz, el rastreo de contactos y las medidas de aislamiento”, insiste Miguel Hernán, catedrático de Epidemiología en la Universidad de Harvard.

Actuar pronto

Jacobo Mendioroz, director de la unidad de seguimiento del virus de la Generalitat, sostiene que las experiencias de Cataluña —que llegó a confinar Lleida capital— y Aragón muestran que el camino pasa por “actuar lo antes posible”. “La clave es hacerlo cuando los contagios todavía se producen entre personas más jóvenes, reforzando el rastreo y las medidas de aislamiento y control. Esto evita que la transmisión llegue a los vulnerables y que la incidencia alcance niveles muy elevados, entonces ya es muy difícil hacerla bajar, especialmente en las ciudades”. Estas medidas, sigue Mendioroz, deben ser “graduales y flexibles, quirúrgicas”, apretando o aflojando la presión según la evolución epidemiológica.

Miguel Hernán lamenta el “esfuerzo claramente insuficiente que han hecho muchas comunidades en vigilancia epidemiológica”. “Parece que sus responsables piensan que para evitar una explosión de casos será suficiente con el uso de las mascarillas porque un porcentaje de la población ya ha pasado la infección y, por tanto, tiene una inmunidad relativa durante unos meses o años. No sé si alguien ha hecho los cálculos, pero es la única justificación que puede explicar la insuficiente apuesta por medidas de vigilancia”, zanja.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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