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Viaje al minuto 1 de la pandemia en Europa

La pequeña localidad de Codogno diagnosticó el primer contagio oficial en Europa. Aquí comenzó una carrera hace tres meses para controlar un virus que trituró el sistema sanitario lombardo y convirtió luego la provincia de Bérgamo en el lugar más golpeado del mundo

Un miembro de la Protección Civil italiana coloca una rosa en uno de los ataúdes almacenados en una nave industrial de la provincia de Bérgamo.
Un miembro de la Protección Civil italiana coloca una rosa en uno de los ataúdes almacenados en una nave industrial de la provincia de Bérgamo.Francesca Volpi
Daniel Verdú

El minuto 1 de la pandemia en Europa transcurrió en un lugar inesperado. El registro de entradas de aquel día señala que pasaban algunos minutos de las once de la mañana del 20 de febrero en las urgencias del hospital de Codogno, un pueblo de 15.000 habitantes del sur de Lombardía. Mattia Maestri, un paciente de 38 años, fuerte, deportista sin patologías previas, llegó con una agresiva pulmonía. Después del primer TAC, el radiólogo no lo vio claro y llamó a la doctora de guardia, Annalisa Malara, anestesista de 39 años. Volvieron a hacerle una placa pulmonar, pero el paciente no aguantó. Hubo que intubarle y perdió el conocimiento. Su esposa, embarazada de ocho meses, se encontraba en el hospital en pleno curso preparto y explicó que Maestri cenó tres semanas antes con un amigo que había regresado de China. En 30 minutos Malara forzó los protocolos y pidió la prueba de la covid-19. Aquí comenzó todo.

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—Es extraño, ¿no? Quién iba a decir que una enfermedad que en teoría solo golpeaba a Asia asomaría por este pueblo lombardo… —musita la mujer que hizo el primer diagnóstico de Europa y activó todas las alarmas para combatir la pandemia.

El resultado llegó desde el hospital Sacco de Milán pasadas las ocho de la noche. El primer positivo autóctono en Europa —los casos sin diagnosticar existieron mucho antes— alertó a toda Italia y propició un cambio de acercamiento de la OMS, de todo el mundo occidental. Codogno, un pueblo en el eje industrial lombardo, se convirtió en la primera trinchera de una guerra que acababa de empezar y que terminó arrasando a la vecina Bérgamo más que a ninguna provincia en el mundo.

La doctora Annalisa Malara realizó el primer diagnosticó de covid-19 en Italia. En la foto, junto a una radiografía de un enfermo de coronavirus.
La doctora Annalisa Malara realizó el primer diagnosticó de covid-19 en Italia. En la foto, junto a una radiografía de un enfermo de coronavirus.Francesca Volpi

Nadie durmió esa noche. Al cabo de 24 horas se multiplicaron los casos, llegó el primer fallecimiento y el Gobierno decidió aislar diez municipios de la zona y uno en Véneto. Una medida solo vista en Wuhan. El alcalde, Francesco Passerini (La Liga), no tuvo dudas de que era lo correcto, explica sentado en un banquito del patio del Ayuntamiento. “Esos días decían todavía que el riesgo en Europa era cero. El debate se ceñía a si debíamos cerrar las fronteras a la amenaza exterior. Pero de repente el extraterrestre estaba en la cocina de casa. La sensación aquí fue parecida a una especie de Chernóbil. Solo que en Pripyat se volcó todo el país para ayudar. Aquí permanecimos aislados”. En la siguiente semana no llegaron refuerzos, ni mascarillas. No llegó nada.

La vida en Codogno quedó congelada el 23 de febrero entre dos puntos de acceso con controles policiales. Algunas familias se partieron. Muchos amigos se comunicaban a través de la barrera. “Íbamos a encontrarnos ahí para saludarnos. Algunos tomaban el aperitivo a un lado y otro”, recuerda Marzio Toniolo, de 35 años, que fotografió aquel pueblo fantasma durante el confinamiento. Todo ha vuelto a empezar tres meses después, explica aliviado tomando una cerveza junto a la Iglesia. La doctora Malara, con su diagnóstico, puso en marcha un proceso que impidió un retraso todavía mayor en la detección del virus. El paciente 1 se recuperó [ha rehusado contestar a las preguntas de este periódico], las ambulancias han dejado de romper a cada rato el silencio fúnebre en el que transcurrió la pesadilla. Pero las heridas siguen abiertas. En el Ayuntamiento, como en cada pueblo de Italia, una placa recuerda a los 196 caídos del municipio en la I Guerra Mundial. “Esos fueron en cuatro años. Ahora, en solo dos meses, ya hemos superado los 200”, señala Passerini. Y puede que no sea una guerra, pero el resultado es parecido.

El doctor Stefano Paglia, jefe de las Urgencias del hospital de Codogno y Lodi.
El doctor Stefano Paglia, jefe de las Urgencias del hospital de Codogno y Lodi. Francesca Volpi

La detección del primer paciente fue clave para comenzar la prevención en toda Lombardía, que acumula un tercio de casos (49.265), la mitad de fallecimientos (15.974) y el 66% de los contagios activos de toda Italia. Una región que ha visto colapsar el mito de eficiencia y prosperidad que históricamente ostentó ante el resto de Italia. Pocas horas después, el hospital de Codogno cerró sus emergencias. Era imposible atender los casos que llegaban. El doctor Stefano Paglia, su responsable, cree que fue inevitable. “Es un área que no puede defenderse en una epidemia. Se hubieran contagiado muchos sanitarios y no hubiera aguantado la presión. Las primeras estrategias fueron acertadas. Cerrar 10 Ayuntamientos fue lo más inteligente. El problema es que el foco no estaba solo aquí. El día después ya había pasado al Bergamasco”. Alguien olvidó tomar nota.

Codogno y Bérgamo, la provincia más afectada por la covid-19 del mundo (la tasa de mortalidad ha aumentado un 550% respecto al año anterior), están unidas por un eje vertical de 65 kilómetros donde transcurre gran parte de la actividad comercial e industrial de la región más rica de Italia. El dinamismo económico (Bérgamo tiene la segunda tasa de desempleo más baja de Italia), la movilidad y la densidad poblacional fueron gasolina para un territorio que ya ardía en silencio desde mediados de diciembre. Nadie sabe cuándo empezó exactamente. El paciente cero, que supuestamente contagió a Mattia Maestri, jamás fue encontrado. Hacía semanas que el virus circulaba en las consultas de los médicos de cabecera, también en la vecina provincia de Brescia, y en hospitales como el de Alzano Lombardo, desde donde se expandió sin control y no fue aislado pese al alto número de contagios. La Val Seriana, una zona muy industrializada, con un aeropuerto que recibió 19 millones de pasajeros en 2019, era una bomba de relojería. Algunos eventos aceleraron el temporizador.

El 19 de febrero el Atalanta, el equipo de Bérgamo, disputó el partido de ida de la Champions League contra el Valencia. Había ganas de ver a la pequeña squadra medirse con los grandes de Europa. Mario Vavassori, 61 años, pelo blanco y largas patillas, estuvo ahí, recuerda el miércoles por la tarde frente al estadio de su equipo del alma. Aquel día, sin embargo, él y sus tres amigos fueron a ver el partido a San Siro (Milán) porque la vieja cancha de Bérgamo no estaba homologada por la UEFA. Unas 40.000 personas en las gradas —también unos 2.400 españoles del Valencia— alucinaron con el 4-1 que le endosaron al equipo ché. Mario y sus amigos cenaron en el campo, tomaron unas cervezas y volvieron a Bérgamo de madrugada. Dos de ellos comenzaron a tener fiebre al cabo de un día y medio.

El obispo de Brescia, Pirerantonio Tremolada, bendice las urnas de un grupo de fallecidos por covid-19.
El obispo de Brescia, Pirerantonio Tremolada, bendice las urnas de un grupo de fallecidos por covid-19.Francesca Volpi

El alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori, definió luego aquel partido como una “bomba biológica”. Vavassori recuerda con terror los primeros síntomas, la tos, los 39 grados. Cada día tenía menos oxígeno en la sangre. La saturación llegó a 43, al borde de la asfixia. Llamaron como locos a médicos, a urgencias. Tardaron más de 15 días en aceptar su ingreso en el hospital. “Claro que sabían lo que había pasado en el estadio. Mi hija contó los síntomas, el tiempo que llevaba enfermo… pero no tenía relación con China ni con Codogno y no mandaban la ambulancia… hasta que mencionó que había lo del Atalanta-Valencia: fue automático”, recuerda apoyado en una de las barras laterales de las taquillas. Tuvo suerte, después de un periplo de 55 días, salió del hospital, pero se topó con el horror.

El 19 de marzo una procesión de 70 camiones del ejército italiano avanzó en un silencioso y fúnebre desfile por la avenida de polígonos que lleva al cementerio Monumental. La cámara mortuoria del enorme camposanto no era suficiente para tanto féretro. Tampoco el horno crematorio, capaz de incinerar solo 23 o 24 cuerpos al día. Se llevaron unos 700 ataúdes que terminaron en una nave industrial y en el interior de una Iglesia en Seriate. Don Mario Carminati, el párroco que abrió las puertas del templo, cree que fue el único gesto de amor hacia las víctimas que podían hacer. “La iglesia quedó inutilizable. Había 76 ataúdes simultaneaneamente. Tuvimos que quitar los bancos. Los bendecíamos uno a uno antes de que llegasen los militares a llevárselos. Algunos parientes, desesperados, nos pedían que le hiciéramos la foto al ataúd y se la mandásemos”.

Una mujer coloca flores en la parte del cementerio de Bérgamo donde se enterró a todos los fallecidos por covid-19.
Una mujer coloca flores en la parte del cementerio de Bérgamo donde se enterró a todos los fallecidos por covid-19.Francesca Volpi

No hay cifra oficial de los fallecidos por covid-19 en Bérgamo (ya que no se desglosan por provincias o ciudades), pero la magnitud desbordó los servicios públicos. Para estimar el número se pueden comparar los fallecidos del año pasado (por todas las causas) con los de este. Son 670 más en una ciudad de 120.000 habitantes. En la provincia viven un 1.100.000 personas y han fallecido unas 6.000 más que en el mismo periodo de 2019, según datos proporcionados por Ayuntamiento y prefectura. Es como si en Nueva York hubiesen muerto 45.000 o en Wuhan 60.000 más que normalmente.

Las funerarias aportan también la medida de la tragedia. A mitad de marzo, la mayoría de empresas empezó a rechazar las llamadas que recibía. Antonio Ricciardi lleva en el negocio desde hace tres generaciones y nadie en su familia pudo ver algo igual, explica rodeado de urnas en una de sus oficinas. “La gente estaba desesperada. Recibíamos entre 50 y 70 llamadas al día y a muchos había que decirles que no. Hicimos 1.089 servicios en marzo, cuando normalmente hacemos 110 al mes”. Ricciardi llegó a vestir de blanco a algún familiar para colarlo en sus dependencias y permitirle despedirse. “Fue un vendaval de muerte”, insiste evocando la caravana militar que dio la vuelta al mundo.

El padre de Cristina Longhini, farmacéutica bergamasca de 39 años, iba en uno de esos camiones antes de que su familia le perdiera el rastro. Murió solo en el hospital Papa Giovanni XXI días antes. Ella solo recibió una bolsa de basura con algunos objetos y una camiseta manchada de sangre que guardó 15 días en el maletero del coche, recuerda con los ojos en lágrimas. El día que se decidió a abrirlo, grabó un vídeo y lo colgó en Facebook para comenzar su lucha. Longhini forma parte de Noi denunceremo, una asociación con 55.000 adhesiones en Facebook que se organiza para llevar a los tribunales a la Administración por negligencias en la propagación del virus y fallos en los hospitales. Hay varios elementos que lo avalan.

El alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori, guarda un minuto de silencio por las víctimas de la ciudad.
El alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori, guarda un minuto de silencio por las víctimas de la ciudad. Francesca Volpi

Bérgamo jamás fue declarada zona roja. No bastaron centenares de contagios la primera semana, centenares de muertes en las residencias de ancianos (ahora son más de 2.000) ni los errores cometidos en el hospital de Alzano Lombardo, (el gobernador de la región, Attilio Fontana, y su consejero de Sanidad, Giuilio Gallera, declararon el viernes en la fiscalía por posibles negligencias). La presión de los empresarios en uno de los polos industriales más importantes de Italia para no cerrar pudo ser definitiva. “Hay que bajar el tono, hacer entender a la opinión pública que la situación se está normalizando, que la gente puede volver a vivir como antes”, lanzó el presidente de Confindustria Lombardía, Marco Bonometti. La patronal en Bérgamo diseñó una campaña para inversores extranjeros. No estaba pasando nada, todo exageraciones, les dijeron. “Bergamo non si ferma / Bergamo is running” (Bérgamo no se detiene). La mayoría de fábricas, de hecho, continuaron abiertas hasta el 26 de marzo. Otras ni siquiera cerraron.

El alcalde de la ciudad, el socialdemócrata Giorgio Gori, fue uno de los que invitó a la gente a seguir en la calle cuando el nivel de contagios ya era altísimo. Ahora, en su oficina del Ayuntamiento, admite que se arrepiente profundamente de aquello, pero que el problema real venía de mucho antes. “Llevo con pesar haber llegado al 26-27 de febrero con la idea de que… en fin, con una fuerte infravaloración de lo que estaba sucediendo. Había en ese momento una idea general que subestimaba la gravedad de lo que sucedía. Y yo estaba entre los que cometieron ese error. Me disgusta profundamente”. Muchos otros, como el gobernador de Lombardía, a quien un grupo de ciudadanos recibió el viernes en la puerta de la Fiscalía al grito de “Fontana mierda”, jamás han rectificado.

La gente no olvidará. En la fachada del periódico L’Eco di Bergamo, que normalmente publicaba una sola página para obituarios y en aquella época tuvo que usar ocho o nueve diariamente, un luminoso muestra las fotografías y los nombres de todos los fallecidos en la provincia. Aquí no hay nada que celebrar. Nadie nunca cantó en los balcones. Pocos replicaron esa muletilla del “todo irá bien”. “No sé si entendieron el mensaje, la verdad. Va a ser muy difícil”, explica Consuelo, que perdió a su padre y asesora a las víctimas de Noi denunceremo. La vida transcurre ahora por dos aceras distintas: quienes cargan con el pesado luto por un amigo o un familiar y los afortunados que solo piensan en volver a empezar. En las terrazas, el trabajo, en pasar de fase. Lo normal. Pero ahora parecen dos maneras incompatibles de afrontar lo que vendrá.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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