El negocio de la muerte desde la funeraria San Pedro
En el barrio con más contagios de la capital, Iztapalapa, los hornos crematorios y los servicios funerarios han ampliado sus horarios y lidian con los riesgos de trasladar los cadáveres
La ubicación de la funeraria San Pedro podría ser envidiable para otros negocios como el suyo. Un cartel dentro del minúsculo establecimiento advierte con letras coloridas entre los féretros de madera: “Las maldiciones para este negocio son bendiciones”. Y en frente, el hospital público Belisario Domínguez, de Iztapalapa (al sureste de la capital), destinado únicamente a pacientes con coronavirus en la delegación con más contagios, rebasado desde hace semanas, parece darle la razón.
Su dueña, Guadalupe Márquez, levantó el negocio con su marido hace 25 años, antes incluso de que se construyese el hospital que tienen en la acera de enfrente. Su plan no era ese, sino hacerse cargo de un cementerio. Pero entendieron que debían aprender primero el negocio, y para eso no hay nada como una funeraria de barrio, cuenta. En un espacio de menos de 20 metros cuadrados, repleto de féretros amontonados unos sobre otros y urnas de mármol, Márquez espera una llamada. Estos días son muchas.
Hace más de un mes que no duerme por las noches. Parece como si todos decidieran morirse a esas horas. Lo mismo ocurre los fines de semana. Como si el coronavirus tuviera un turno de bar tender. Esta mujer, acostumbrada a convivir con la muerte desde hace más de dos décadas y a vivir de ella, recibe a los clientes sin cubrebocas ni otra medida de protección que la distancia de una mesa de madera de unos 60 cm entre una silla acolchada y la suya. “La gente no entiende que no se contagia por vía aérea, que da igual que lleves eso. Que se necesita un contacto directo, que una gotita de saliva toque alguna vía respiratoria...”, explica. No sucede igual con los muertos.
Cuando de madrugada llaman para recoger un cadáver, habitualmente del área de Patología del hospital que tiene delante, ella o alguno de los dos empleados de los que dispone la funeraria San Pedro se colocan un traje de plástico que costó trabajo encontrar en medio de la escasez de la pandemia, una mascarilla que consiste en un filtro de gas y una máscara de plástico. Lo peor, cuenta, es caminar entre los cadáveres que se acumulan en esta área del hospital, ubicado en la delegación con más casos acumulados de la covid-19 de Ciudad de México.
Por muchas medidas de seguridad que se tomen, siempre hay riesgos estos días. Los cuerpos muchas veces son más grandes —la obesidad es una de las comorbilidades más comunes en este país— que la talla de las bolsas que han comprado para trasladarlos y no siempre cierran bien, cuenta Márquez. El hospital les pide que ellos, las funerarias, se hagan cargo de este material. “Están rebasados. Imagínese, que además los cuerpos tienen que esperar ahí más de lo previsto. Con el riesgo que eso implica para el personal sanitario y para nosotros también”, cuenta Márquez.
Una vez que el médico certifica la defunción, viene la parte más difícil. Conseguir un horno crematorio disponible. En esta fase crítica de la pandemia y, especialmente, en esta zona de la capital, están también desbordados. Los cuerpos no deben esperar más de 48 horas para ser cremados o inhumados, pero está siendo así, cuenta Márquez.
El trabajo de la funeraria ha cambiado. La parte más difícil siempre había sido preparar el cuerpo para el velatorio, una práctica sagrada en México, donde se reúnen decenas de familiares en una casa para despedirse del muerto. Ahora esta práctica está prohibida mientras dure la fase más dura de la pandemia. Y lo más complicado es encontrar un turno para incinerarlo. Los crematorios públicos, que son los que la mayoría de sus clientes se pueden permitir pues reduce a la mitad unos costos que rondan los 15.000 pesos en total (unos 620 dólares), está rebasados.
El Gobierno ha recomendado —aunque no obligado— que los cadáveres contagiados sean cremados. Por ello hay hornos públicos como el de San Nicolás Tolentino, en Iztapalapa que ha ampliado su horario seis horas más: trabajan de 6 de la mañana a 12 de la noche. Hay otros, que incluso están abiertos las 24 horas.
“La ley ordena que para cremar o inhumar a un cuerpo después de 48 horas de fallecido se necesita un permiso especial de la Fiscalía. Estos días están haciendo la vista gorda. Porque hay muchos que tienen que esperar dos o tres días aquí [en el hospital] para poder enterrarlos o incinerarlos”, señala Márquez.
Y aunque hay más muertes, el trabajo y los ingresos no ha aumentado en la misma proporción. Hay muchas más funerarias —algunas pagadas por el Gobierno para los que no tienen recursos— y también se reducen los costos al no poder embalsamar los cuerpos ni preparar el velatorio. Las maldiciones son una bendición. Pero estos días están demasiado repartidas para que les toquen todas a la funeraria San Pedro.
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