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EL PAÍS se queda en casa
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El futuro ya llegó

Un presente que genera distopías cuando piensa el futuro es un presente criminal

Gabriela Cabezón Cámara
Dos personas siguen desde un balcón un espectáculo de un 'dj' en Buenos Aires, el pasado viernes.
Dos personas siguen desde un balcón un espectáculo de un 'dj' en Buenos Aires, el pasado viernes.RONALDO SCHEMIDT (AFP)

La luz se enreda y se estira con las sombras de los árboles que se le entregan, y esto no es metáfora: medio de repente, como siempre acá, hubo una tormenta y pasamos de 30 grados a 15, al sol le dio por la tangente y entra suave y dorado por mi ventana pueblerina. Llega un mensaje que termina “Espero que estén bien tú y los tuyos”, y esa fórmula hasta hace poco casi infantil ya no lo es. Estamos bien yo y los míos —acá y en Buenos Aires y en varias otras ciudades del mundo—, teletrabajamos casi todos, así que mermados pero seguimos teniendo ingresos, y se hizo el otoño y no sé cuándo pasó. Cuando me vine para acá, esta es mi casa pero también vivo un par de días por semana en la ciudad, todavía era verano. Hace casi cuatro semanas: 25 días de que junté las dos o tres cosas que necesito siempre conmigo, subí los cinco perros al auto, me lancé a la autopista, pasé el peaje y ahí, en el retén sanitario, rodeada de uniformados y un médico vestido de astronauta y armado de termómetro, entré en la atmósfera de irrealidad en la que estoy suspendida como medio mundo: una especie de película futurista.

No sé cuándo se hizo el otoño. Tal vez cuando el presidente anunció la continuidad de la cuarentena como medida para salvaguardar la vida de millones. Casi todo el país está encerrado. Incluyendo la enorme masa de pobres y excluidos: los índices oficiales y privados hablan del 35% de pobreza, pero no incluyen el pago del alquiler, como si los más pobres fueran propietarios de sus viviendas. Acabo de leer que aumentó la desigualdad en Buenos Aires: el año pasado, el 20% más rico se quedó con la mitad de los ingresos. Y el 10% de arriba gana 27 veces más que el 10% de abajo. Es lo que hacen los neoliberales y el Gobierno de Macri lo hizo sobre una sociedad que ya estaba golpeada. Entonces es otoño y empieza el frío y la mucha gente que está hacinada en casitas —o en casillas, o tirada en la calle sola— no puede salir a trabajar porque el riesgo es la peste. El subsidio del Gobierno es pesado para las arcas del Estado pero demasiado liviano para una familia e incluso para una persona sola.

El sol se enreda con las sombras que abruman la intemperie de muchos —condición necesaria para la riqueza de pocos—y el futuro, el de las películas y las novelas, ya llegó: hay peste, hay prohibición de salir, hay una pobreza enorme y pocos ricos capaces de cualquier cosa antes de ceder mínimamente y pagar impuestos a la riqueza. Nos lo hacen saber. A nosotros y al Gobierno también. El futuro ya llegó y es como lo imagina la ficción contemporánea: una distopía de contaminación, arrasamiento del planeta y desigualdad. Deberíamos haber sospechado: un presente que genera distopías cuando piensa el futuro es un presente criminal. El virus nos llegó a los argentinos —y no solo a los argentinos— en un momento de desigualdad feroz. Y los dueños de casi todo quieren más, acá y en el mundo. No los dejemos ganar.

Gabriela Cabezón Cámara es escritora argentina. Su novela Las aventuras de la China Iron (Literatura Random House) es finalista del International Booker Prize 2020.

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