Problemas de tres pequeños seres
Nacen bebés, siguen llegando refuerzos que se van a comer el mundo y que ni sabrán un día lo que significa coronavirus. Ajenos a la pesadilla, para ellos todo esto será historia, y no se lavarán las manos bien.
No sé ustedes, pero yo espero con expectación la pregunta de la Tribuna de Gomecello o el Eco de Mondoñedo en la rueda de prensa de Moncloa, ese extraño monólogo del club de la tragedia. Y los plenos del Congreso a la una de la madrugada, un grupo de insomnes hablando al vacío, sin audiencia, tal que el salón de Gran Hermano a deshoras. O esa prensa todo el día enfadada, como un grupo heavy de morros en las portadas de sus discos, porque creen que lo quieren sus fans. Y alguna oposición, que en una emergencia colectiva la única manera que encuentra de destacar es indignarse más que nunca, entre otras cosas porque todo lo colectivo le suena a comunista, aunque sea una emergencia. Fuera de bromas, es probable que nadie esté haciendo ni caso a las rutinarias pequeñeces de la política, reconcentrados como estamos en nuestras casas. Aunque nos quieran dar la moraleja hecha, quizá cada uno saque sus propias conclusiones. Tenemos demasiado tiempo para pensar, no como antes.
En 1891, en plena pandemia de una gripe que llamaron asiática y mató a un millón de personas, por la rápida difusión con el moderno ferrocarril, se publicó un libelo subversivo. Se vivía el auge de las ideas socialistas y ante “la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría”, decía así: “La gente rica, fuerte por sí misma, necesita menos la defensa pública; la mísera plebe, que carece de recursos, tiene especial necesidad de encontrarlos en el Estado. Por eso el Estado debe dar preferencia en sus cuidados a los trabajadores, que están entre los débiles y necesitados”. Este rojo era el papa León XIII, en su encíclica Rerum Novarum, y no le llamaban precisamente el coletas, aunque esnifaba tabaco y le daba a un vino hecho con cocaína. Por cierto, cómo vuela el vino en el súper, en todo hogar español debe de caer una botella cada noche.
A León XIII le marcó una visión mística que tuvo seis años antes: se abrió el suelo y emergieron cientos de demonios, hasta que apareció el arcángel san Miguel y los derrotó. En fin, algo intuyó este papa en su tiempo que no iba bien, y no era la pandemia, que pasó como todas. Era la que se podía liar, por una desigualdad profunda, y de hecho se lió. Siguió un siglo inolvidable.
A veces uno se queda mirando a la ventana pensando en la vida tan ajetreada que llevábamos, y lo asombrosamente fácil, y tan rápido, que ha resultado vivir con poco. Gastamos mucho menos, no sabes cómo diablos se iba el dinero antes. En cuanto nos abran la puerta saldremos disparados como galgos y si te he visto no me acuerdo, nos entrará tal euforia que ya, si eso, lo pensaremos todo más tarde. Refundar el capitalismo y esas cosas que aterrorizan a los mercados se quedará en nada, pero en las ensoñaciones del encierro se te ocurre que quizá algo podría, o debería, cambiar.
La publicidad suena rarísima en estos momentos en que no podemos comprar casi nada. Y aún más irreal y tontorrona que antes, con su impostación amistosa. Ah, por favor, no más musiquitas que nos hagan llorar, ya lo hacemos a pelo. Yo con que se quitara un poco de tontería, o que volviéramos a hablar normal, se dejara de decir procrastinar, resiliencia o heteropatriarcado, ya me quedaría contento. “Con volver a la vida de antes sería el tío más feliz del mundo”, me decía un amigo.
Entre las cosas pequeñas que nos alegran el día, hay una que es la más grande, si tienes la suerte de tener esa gran noticia en estos días terribles: el nacimiento de un bebé. Su padre y su madre se pueden decir en torno al recién nacido, como Rick en el aeropuerto de Casablanca: “Los problemas de tres pequeños seres no cuentan nada en este loco mundo”. Así estamos todos, vapuleados por acontecimientos que nos sobrepasan. Pero siguen llegando refuerzos que se van a comer el mundo, estos bebés ni sabrán un día lo que significa coronavirus. Qué alegría estas personitas completamente ajenas a la pesadilla, para quienes todo esto será historia, cosas de los mayores. Ni se lavarán las manos bien.
Una amiga ha dado a luz a una niña, en las mil dificultades de un hospital estos días. Era de las pocas madres que dio negativo al coronavirus, aunque el resto lo tenían y ni se habían enterado. Dieron a luz entre astronautas. “No le he visto la cara a nadie desde que ingresé. Menos mal que la sonrisa se nota debajo de la mascarilla”, me decía. La niña se llama Lola, y se esconde en la foto tras una manita. De momento no quiere saber nada, y duerme, y hace muy bien.
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