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“No sé si mi mujer y mi hijo podrán volver a Milán”

Los italianos residentes en el norte ven con incertidumbre cómo les afectarán las medidas que prepara el Gobierno

Un puesto de control para entrar a un municipio en cuarentena, el martes en Lombardía.
Un puesto de control para entrar a un municipio en cuarentena, el martes en Lombardía.Virginia Hebrero (EL PAÍS)

Las conversaciones entre los italianos, sobre todo los residentes en el norte del país, no podían girar este sábado sobre un tema distinto al del inminente aislamiento de una región entera, Lombardía, y de 14 provincias, incluida Venecia, por el coronavirus. Muchos ya sufrían el cierre de los colegios y la ausencia de gente en las calles, comercios, y restaurantes. Pero ahora contemplan con incertidumbre cómo van a afectar a sus vidas unas medidas que, de entrar en vigor tal y como aparecen en el borrador filtrado este sábado por el Gobierno, supondrían la imposibilidad de viajar salvo por motivos laborales o de urgencia.

“Mi mujer y mi hijo pequeño están en Granada, y tienen billete para el martes, así que no sé si van a poder volver”, explica por teléfono Antonio, un milanés de 48 años que trabaja en finanzas, y que prefiere no aparecer con su nombre completo. Casado con una española, asegura que hasta ahora ha intentado hacer una vida lo más normal posible, y que solo ha dejado de utilizar el transporte público. Lo que más le ha afectado, de momento, es el cierre de los centros educativos, pues sus hijos, de 17 y 14 años, llevan dos semanas en casa “y se aburren”.

Su mayor incertidumbre es si la mitad de su familia podrá volver a Milán. “No pueden adelantar los billetes porque no hay otro vuelo antes, así que vamos a ver cómo es el decreto, y después decidiremos. No podemos hacer otra cosa”, se resigna. La conversación tiene lugar pocas horas antes de anunciar el primer ministro italiano, pasadas las 2.30 del domingo, que se permitirá volver a los residentes de las zonas afectadas que se encuentren fuera.

A Marco Triolo, otro milanés, también le ha pillado el posible cierre de su región fuera. Está en Dublín con su novia por trabajo, y debería volver el lunes, aunque adelantó el billete a este domingo, pagando 400 euros más, por temor a no poder regresar si esperaba. “He dejado a mis mascotas en casa sin suficiente comida. No tengo ningún síntoma y en la práctica hemos hecho cuarentena voluntaria este tiempo”, afirma. “Mi idea es, si consigo llegar a Milán, coger el coche en cuanto aterrice y salir de la región, porque no sé hasta cuándo estará cerrada”, asegura. “Y si no puedo salir, me quedaré disfrutando de esta ciudad hermosa que está desierta”, dice. Trabaja en una discográfica, donde ya sufren serios problemas porque los conciertos y espectáculos se han cancelado al menos hasta abril.

Ambos describen su ciudad como vacía, “prácticamente muerta”, asegura Marco. “Puedes ir a comer en los mejores restaurantes con descuentos del 50% porque no hay nadie”, asegura Antonio. Marco critica que “parte de la gente no entendía por qué se pedía que se quedara en casa y se comportaba como si no hubiera sucedido nada; eso ha favorecido que el virus siguiera circulando”. Antonio, aunque sí ha hecho vida normal, entiende las medidas drásticas que incluye el borrador del Gobierno. “Si China ha hecho esto hace un mes y se ve que el número de casos ha bajado drásticamente, creo que es lo que se tiene que hacer”, afirma.

Luca Rossi, por el contrario, cree que es una exageración. Empleado en el sector editorial, vive entre Roma y Milán, donde se encuentra, aunque con un pasaje de tren reservado para marcharse este domingo. “No creo que los controles puedan funcionar para impedir salir a la gente. Harán lo que les parezca”, opina. “Es una completa locura, así crearán un problema enorme al país. Creo que no es un virus tan grave como para desencadenar este pánico. Los políticos han gestionado la situación de forma desastrosa”.

Simone Giovio, profesor de biología en un instituto de la provincia de Pavia (en la región de Lombardía, a unos 40 kilómetros de Milán), es de la opinión contraria: “Espero y creo que saldremos adelante con el sentido cívico que siempre nos ha caracterizado”, dice por teléfono. “Hay preocupación. Y más sabiendo que estas medidas durarán hasta el 3 de abril, va a ser duro”, reconoce. “Espero que los demás países tomen ejemplo de lo que está ocurriendo en Italia para estar preparados cuando les toque a ellos”.

Ya no le hacen gracia los memes que circulan en el grupo familiar de WhatsApp. “La cosa no está para tomárselo a broma. Los hospitales están saturados y al borde del colapso, hay que ser responsables ahora”, dice citando el caso de una pareja que acudió al hospital de Le Molinette (el tercero más grande de Italia) sin avisar de que habían tenido contacto con su hijo, de Lodi, uno de los focos italianos del coronavirus.

Vive, con su mujer y sus dos hijos de nueve años, en Torre D’Isola, un pequeño pueblo de unos 2.000 habitantes. “A los niños les han suspendido todas las actividades: rugby, catequesis, clases de música y natación”. Cumplieron años el día 5 y la fiesta fue con dos compañeros más.

“Tenemos la suerte de vivir en un pequeño pueblo y conseguimos salir por las tardes a dar un paseo en bicicleta o andando. Pero cada vez que tocamos algo que creemos que hayan podido tocar más personas, nos lavamos las manos. Insisto mucho en eso porque los niños están todo el día con las manos en la cara o en la boca”, cuenta. No salen de casa sin el bote de desinfectante. No han dejado de ir a hacer la compra, pero sí reconoce que cuando van al supermercado intentan evitar las horas punta. “Y, siguiendo los consejos de la región, hemos aplazado todas las revisiones médicas no urgentes que teníamos”, añade Simone.

“La situación es surrealista. Y a veces nos da miedo. El otro día íbamos en coche a casa de los abuelos [un pueblo en el Lago de Como, 90 kilómetros al norte de Milán] y nos llamó la mujer de un amigo para avisarnos de que su marido, el padre de uno de los niños que juega a rugby con mis hijos, estaba ingresado con neumonía y coronavirus. Nos dimos la vuelta rápidamente. Por si acaso, porque mis padres, que tienen más de 70 años, sí son sujetos de riesgo y es mejor evitárselo”, asegura. Es profesor, tiene 48 años y está sano. “Yo creo que las escuelas no van a volver a abrir. Mi mujer y yo tenemos la suerte de poder trabajar desde casa, seguir cobrando y atender a nuestros hijos. No sé cómo hacen las demás personas para apañarse, la verdad”, confiesa.

“¿Mi rutina? Me levanto y preparo las clases virtuales que cuelgo en la red para mis alumnos. Corrijo las tareas que les mando, despierto a mis hijos, les preparo el desayuno y me pongo a darles clases de matemáticas y demás. Después de la comida salimos a dar una vuelta. Y luego, a casa. Y así desde hace dos semanas. Y las que nos quedan”, concluye.


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