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China, lecciones ‘online’ para 280 millones de alumnos

El sistema ha puesto de relieve las diferencias entre los estudiantes acomodados y los menos pudientes

Unos niños juegan en un parque de Pekín. REUTERS/Stringer
Unos niños juegan en un parque de Pekín. REUTERS/StringerSTRINGER (Reuters)
Macarena Vidal Liy

Un niño sale a la azotea de la casa de sus padres en la provincia de Hubei y levanta el móvil en busca del mejor punto de conexión a Internet. Otro, en Xichuan (centro de China), se coloca en una esquina estratégica de su terraza, donde logrará enganchar el wifi de su vecino. Parecen escenas sacadas de Parásitos, la multioscarizada película de Bong Joon-ho, pero no. Son estudiantes con pocos recursos económicos mencionados en la prensa estatal y que intentan seguir, como pueden, las clases online para cerca de 280 millones de alumnos en China, donde la epidemia de Covid-19 mantiene cerrados los centros educativos desde hace siete semanas.

Desde el 17 de febrero, el Ministerio de Educación ha puesto en marcha una nube nacional de educación a distancia con una serie de clases básicas para los niños en edad escolar, a completar por los profesores de cada centro. Esas lecciones enlatadas cubren 12 asignaturas, entre ellas la educación cívica o nociones básicas para protegerse de la epidemia. Comienzan, como la jornada escolar presencial, con un saludo a la bandera, aunque en este caso, virtual. El niño, también como en un aula normal, tiene que registrarse en línea como presente.

Dada la cantidad de conexiones al mismo tiempo, los primeros días no fueron fáciles. Los servidores se saturaban y las imágenes se congelaban, o se caían. El Ministerio de Industria y Tecnología tuvo que pedir a las empresas chinas de telecomunicaciones, y los principales proveedores de Internet que aportaran 7.000 servidores, con una banda de 90 terabytes, que permiten que hasta 50 millones de personas puedan estar conectadas al mismo tiempo.

El sistema es especialmente importante para los alumnos de grado 12, el último, que en junio deberían presentarse al temido “gaokao”, la selectividad china. El examen más numeroso -este año congrega a unos 10 millones de estudiantes- y uno de los más exigentes del mundo. El Ministerio de Educación se plantea la posibilidad de aplazarlo si la epidemia no amaina con tiempo suficiente para prepararlo, según ha admitido uno de sus funcionarios, Wang Hui, en una rueda de prensa.

Las universidades, por su parte, también ofrecen su propia enseñanza virtual a los alumnos, utilizando diversas plataformas que ya existían en el mercado. En general, cada profesor, tras recibir unas nociones prácticas de cómo utilizar ese medio, decide cómo dar su clase. Algunos, en asignaturas más formales, simplemente se graban recitando una lección magistral.

“El problema es cuando se trata de enseñanza de idiomas, en la que es necesaria una interacción profesor-estudiante e incluso entre estudiantes” explica el profesor de español Sergio Villa, de la universidad de Tecnología del Sur de China en Cantón. En su caso, aunque la plataforma ofrece una pizarra virtual y un chat para hacer preguntas, “falta feedback, ya sea verbal o no verbal, cuando se dan las explicaciones o se corrigen deberes, etcétera, realmente estás hablando con una máquina sin saber cómo están respondiendo las personas al otro lado. Si están atendiendo, si se han dormido…”

La también profesora de español Nerina Piedra, de la Universidad de Pekín -la más prestigiosa de China-, igualmente se lamenta de perder el contacto directo de los alumnos. En su caso, le pidieron no regresar al país hasta que no se reanudaran las clases presenciales, por lo que envía desde España las lecciones grabadas. “Aunque ellos [los estudiantes] tienen mucha autodisciplina, no es lo mismo que ir a clase. Algunos se lo toman de manera más relajada, entregan los trabajos más tarde o los hacen de peor calidad”.

En el caso de los alumnos en edad escolar, el proceso ha requerido aún más adaptación. En viviendas donde, en muchos casos, al menos uno de los dos padres trabaja desde casa hasta nueva orden por la epidemia, es difícil encontrar el espacio para seguir las clases en la pantalla sin molestarse mutuamente, o el tiempo para comprobar que los pequeños no se distraen, hacen las tareas correctamente y ayudarles a enviárselas al profesor.

“Es un trabajo que en clase le toca al profesor, y que ahora tengo que hacer además del mío”, se lamenta en Pekín, en conversación a través de las redes sociales, Jeanette, madre de un niño de 12 años.

Este tipo de enseñanza ha acentuado, además, la diferencia entre los estudiantes urbanos más acomodados, que cuentan con móviles y ordenadores con una buena conexión a Internet, y aquellos menos pudientes, que no cuentan con terminales o no pueden pagar un plan de datos lo suficientemente generoso como para seguir las clases en línea. Varios medios estatales se han hecho eco de las dificultades de estos alumnos en zonas rurales con peor cobertura o que, simplemente, no pueden pagar unos planes que pueden llegar a costar hasta ocho o nueve euros diarios.

Como respuesta, el lunes pasado el Ministerio de Industria emitió una orden para mejorar la cobertura en las áreas rurales y que las telefónicas ofrezcan descuentos en sus planes de datos los estudiantes con menos ingresos. Otros centros también han anunciado ayudas: la Universidad de Pekín ofrecerá subsidios, según informa la agencia Xinhua, a sus más de 2.000 estudiantes de bajos recursos para “cubrir sus costes de telecomunicaciones”.


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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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