De la villa a las aulas de Buenos Aires
El Dora Acosta es la única institución de educación superior en una de las zonas más marginadas de la capital argentina. La mayoría de sus estudiantes son mujeres inmigrantes y con hijos a cargo
Desde el fondo de la Villa 31 bis se ve la imponente Facultad de Derecho de Buenos Aires, donde da clases el nuevo presidente de Argentina, Alberto Fernández. Está a poco más de 200 metros de este barrio precario de Buenos Aires, pero las vías de tren y vallas sucesivas impiden que pueda cruzarse en línea recta y obligan a dar un gran rodeo. La distancia simbólica es mayor: muchos estudiantes de estos hogares pobres no terminan la secundaria y son menos todavía los que continúan después. Entre las excepciones están Giselle, Ruth, Alejandra, Rosa, Martha, Aquilina y Elva, las primeras siete maestras diplomadas del Dora Acosta, el único instituto superior de formación docente abierto en una villa porteña.
Rosa Carmen Pachuri Salvatierra lloró de alegría y no paró de decir gracias durante la fiesta de graduación, celebrada el sábado por la noche. Esta boliviana de 30 años y madre de dos hijos llegó a Argentina al cumplir la mayoría de edad. Quería ser analista clínica o enfermera, pero su ilusión comenzó a resquebrajarse al chocar con la burocracia argentina. "Intenté legalizar el título secundario en tres oportunidades y siempre faltaba algo. Y además costaba un montón de dinero", recuerda. Durante tres años consecutivos, después de limpiar casas iba a clase, pero a mitad de curso vencía el plazo para convalidar el título y la expulsaban.
"La última vez me sacaron en medio de todos mis compañeros y fue muy horrible. Salí llorando y nunca más volví. Creí que ya estaba, que nunca más podría hacer nada", cuenta Salvatierra. Pero en 2014, en la parada del autobús que conecta la estación de trenes de Retiro con el sector Cristo Obrero de la villa se fijó en un cartel que decía: "Si querés ser maestra vení y anotate". No era lo que quería, pero se acercó al local de la organización política El Hormiguero, artífice del Dora Acosta, porque estaba cerca y mantenía el deseo de estudiar. "Les dije que mi título estaba en trámite y que por el momento no estaba en las condiciones económicas para volver a iniciar el papelerío, pero me dijeron que no había problema, que yo podía seguir estudiando. Ahí me di cuenta de que era un profesorado distinto y luego también de que era el lugar en el que quería estar, que había buscado durante tanto tiempo", recuerda.
En las primeras clases estaban sentadas sobre potes de pintura y usaban una mesa girada como pizarra. Entre alumnas y profesores comenzaron a mejorar el espacio, que desde 2016 tiene validación oficial y ahora funciona de forma temporal en un edificio nuevo del Gobierno de Buenos Aires.
"Fue un camino muy difícil y muchas compañeras se quedaron a medio camino. Hoy lloré, lloré demasiado porque no puedo creer que esté acá y que soy docente. Se lo debo a mi mamá, que me salvó y se lo dedicó a mi viejo, que falleció en Bolivia. Él siempre me dijo que todo trabajo es digno y que yo tenía que estar orgullosa del mío. Ahora, en cualquier lugar del universo donde esté, seguro que estará muy contento", subraya esta maestra, que desde el año pasado trabaja en una escuela pública.
El testigo de Dorita, desaparecida por la dictadura
En primera fila de la fiesta de graduación estuvo la Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora Nora Cortiñas. "Este barrio donde militaba Gustavo me llena de emoción y agradecimiento a todos y todas por mantener viva la memoria", dijo Cortiñas en referencia a su hijo, secuestrado y desaparecido el 15 de abril de 1977. María Acosta, hermana de Dora, la maestra desaparecida por la dictadura que da nombre al profesorado, agradeció a las diplomadas que tomen su testigo e impidan que su voz se silencie.
"Era inconcebible que en un barrio tan grande, en el que viven unas 40.000 personas, no existiera ninguna institución para que los vecinos y las vecinas puedan seguir estudiando una vez que terminaban sus estudios secundarios, así que desde la organización nos propusimos la tarea de hacerlo", subraya Maria Bielli, quien estuvo al frente del Dora Acosta hasta su reciente elección como legisladora de Buenos Aires por el peronista Frente de Todos. Los 60 estudiantes del profesorado tienen trayectorias educativas diversas, pero la mayoría son mujeres, inmigrantes y madres que compaginan los estudios con largas jornadas laborales para sostener a sus familias.
"Yo llegué porque una compañera me pidió que la acompañase, pero yo no quería. Le decía que no, que ya soy grande para estudiar", recuerda la boliviana Martha Castros Claros, de 40 años. Como las demás graduadas, luce la bata blanca característica de las maestras argentinas pero los tirantes y los bolsillos están decorados con motivos andinos. "Como el profesorado es de noche yo podía trabajar durante el día y luego venir, aunque llegaba muy cansada y tenía que atravesar todo el barrio". La inseguridad para moverse de noche en esas calles hizo que su compañera lo dejase, pero ella continuó.
Las nuevas maestras creen que su mirada es clave para entender problemas de los estudiantes de las villas, como la imposibilidad de ir a clase si llueve mucho porque se inundan las calles o porque hubo una pelea entre bandas y los alumnos no se pueden cruzar. Y, al mismo tiempo, pueden ayudar a enfrentar la estigmatización que sufren, dice Castros Claros. "Cuando hice una suplencia en un colegio privado veía que algunos chicos no tenían cuidado con su material escolar y yo les decía que es importante apreciar lo que sus papás hacen porque hay escuelas donde los chicos no tienen ni para comer", comenta.
"Todos y todas enseñamos y aprendemos en el Dorita. Estamos todo el tiempo transformándonos", destaca Bielli. "El derecho a la educación superior tiene que estar garantizado vivas donde vivas. No es cuestión de querer o no querer sino de que exista la posibilidad", concluye.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.