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Columna
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Una decisión valiente

El Papa intenta observar la realidad histórica en la que se debate hoy la Iglesia, en lugar de dejarse aprisionar por cuestiones teológicas

Obispos asisten a la misa de apertura del Sínodo sobre los jóvenes.
Obispos asisten a la misa de apertura del Sínodo sobre los jóvenes.ALESSANDRO DI MEO (EFE)

Desde hacía tiempo se hablaba, en una parte con esperanza y con temor en la otra, de la posibilidad de que se abriera una brecha en la ordenación sacerdotal de hombres casados (denominados en latín eclesiástico viri probati, es decir, cuya vida haya demostrado su madurez), y parece que por fin el momento se acerca, aunque la medida afectaría, para empezar, a una zona de frontera tan extrema como la Amazonía, un enorme territorio riquísimo desde el punto de vista ecológico y desgraciadamente en peligro por la explotación salvaje, y sobre el que tratará el próximo sínodo, cuyo documento preparatorio —llamado instrumentum laboris— ya ha sido presentado en el Vaticano.

Se trata, sin lugar a dudas, de una decisión valiente del papa Francisco, que a menudo intenta observar la realidad histórica en la que se debate hoy la Iglesia, en lugar de dejarse aprisionar por cuestiones teológicas, que son solo teóricas y, por lo tanto, estériles, de modo que hay que leer esta decisión como una apertura positiva. Incluso algo más; es decir, una respuesta implícita al devastador escándalo de los abusos sexuales y la marginación de las mujeres en la Iglesia, a pesar de todos los llamamientos y los esfuerzos que se están haciendo. Afirmar que una esposa puede ayudar a un sacerdote a vivir su misión, significa de hecho reconocer a las mujeres capacidad de acogida, de caridad, de entusiasmo, dimensiones que pueden sostener y animar a un hombre que vive la misión cristiana en circunstancias tan difíciles como las de la Amazonía.

Y está claro que esta decisión, igual que la entrada en la Iglesia, decidida por el papa Benedicto XVI, de ministros anglicanos casados y admitidos al sacerdocio católico, puede ser el preludio de algo más amplio, es decir, de la posibilidad de que los hombres casados puedan ser ordenados sacerdotes, después de casi cinco mil años de lucha de la Iglesia para erradicar esta costumbre, que hace siglos estaba muy extendida.

Se trata de una decisión ligada también, y no de forma secundaria, a la batalla contra el clericalismo que con tanto valor está combatiendo el papa Francisco. Y esto por una razón muy sencilla: la severidad al afirmar y recalcar que, en la historia, el celibato eclesiástico ha ido a la par con una especie de glorificación del clero, cuyo estatus se alejaba cada vez más del de los fieles comunes. Y la imagen del sacerdote santo, del que nunca se podía pensar mal, y menos aún en lo referente a las transgresiones sexuales, ha contribuido en gran medida a difundir la costumbre de ocultar los abusos.

Quizá ahora estemos empezando de nuevo. Con mayor humildad y menos pretensiones de santidad idealizada para los sacerdotes, a los que se pide sobre todo capacidad humana de auténtica apertura hacia los demás y, naturalmente, hacia Dios. Y esto es lo que los cristianos llaman caridad.

Lucetta Scaraffia es experta en historia de la Iglesia y la mujer

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