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La loca de los táperes

Una sencilla compra del día se convierte en un peregrinaje entre supermercados saturados de envoltorios. La solución, algo aparatosa, ir con tarteras y al mercado de toda la vida

Patricia Gosálvez

Mis madres del WhatsApp me han dicho que lo más importante para hacer una compra con conciencia es pararse a pensar un momentito antes. Así que escribo una lista de la compra para mi primer día sin plásticos de un solo uso: leche, zumo, carne, jamón york, queso, ensalada. Facilito, empecemos suave.

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Salgo de casa tan contenta con mi lista. He olvidado la bolsa de tela. Subo y cojo tres de las tote bags que se reproducen en el perchero de mi entrada (no recuerdo haberlas comprado). Bajo otra vez. Pienso que sin algo plástico rodeándola, la carne me va a mojar la bolsa de tela. Así que subo otra vez y cojo tres táperes. La idea se la he copiado a mi compañero Pablo Cantó que hizo un experimento parecido en Verne. Pero yo soy una señora y me da mucha vergüenza parecer la loca de los táperes. Pienso: no puede ser peor que cuando llevo a los niños al cole en pijama, así que bajo otra vez en ascensor. Menos mal que no va a gasolina, la huella ambiental de esta comprita sería histórica.

Mi intención es comprar donde lo hago casi siempre. Carrefour Express debajo de casa. En mi hogar casi toda la comida la compra y la cocina mi novio (un cariñoso saludo). Yo pillo lo que falta de noche, cuando vuelvo de trabajar. Por no pedir bolsa, me suelo meter las cosas en el bolso. Y a veces se me olvidan ahí.

Pero como esto es un "trabajo de investigación" hoy son las diez de la mañana. Hay menos gente que a las diez de la noche y ninguno parecemos agotados. De día se compra de otra manera, con más alegría y concentración. Aun así no encuentro leche en botella de cristal (consumo diario del hogar, litro y medio). El embutido y la carne están enfundados en plástico. Alguna fruta va suelta, pero la pegatina térmica fijo que lo lleva. Veo obscenas bolsas preñadas a su vez de bolsitas monodosis de kétchup y me agobio.

Me voy a la cercana versión Market de la cadena. La entrada es otra cosa. Amplia, como sanota. Hay un estante con fruta divinamente colocada en cestitas de mimbre. Y hasta un señor que hace sushi. Quiero media piña, pero está envuelta en film. Entonces me fijo en que el precio por kilo no coincide con el que pone en el cartel (0,99 euros/kilo en el cartel, 1,29 euros/kilo en la media la piña). Un amable dependiente me explica que como está cortada POR LA MITAD es más cara. También pasa con la sandía (de 1,15 euros/kilo a 1,29 euros/kilo si es media). Imagino que la diferencia es menor porque es más fácil cortar una sandía POR LA MITAD que una piña.

La loca de los táperes está perdiendo la paciencia.

Tras la entrada como de mercado guay, hay un súper normal, con lineales de cosas empaquetadas. Algunas exageradamente: jamón con plástico entre las lonchas, tortas de arroz envueltas por parejas y luego en grupo (el envoltorio tiene que pesar más que la nada que rodea). Tampoco encuentro una botella de leche de cristal. Abandono.

Lidl está al lado. Son famosos porque hace un año fueron los primeros en eliminar las bolsas de plástico. En las cajas registradoras las venden de papel y de rafia. Sin embargo, aparte de algunas frutas y verduras, todo está plastificado. Los chorizos, el pan (bolsa de papel con ventana), el brócoli… Las napolitanas de su marca blanca vienen en bolsas individuales dentro de otra bolsa.

No lo hagas, resiste.
No lo hagas, resiste.Álvaro García

La última oportunidad que le doy a un súper es al Dia&Go. Además de frutas a granel, tienen algún fruto seco. Algunas barquetas son de cartón. Y hay pescadería y charcutería con personas humanas tras el mostrador. Pido 200 gramos de york y saco, resuelta, el táper. ¿Soy la primera que lo hace? Soy la primera.

El charcutero no me juzga, le hago gracia. Mete amablemente el york y el queso fresco en mis dos táperes, me pega el recibo con celo en las tapas, y me dice que si tengo algún problema en caja, que le llamen. Las cajas son de autopago y no entienden que el peso que pone en el código de barras no coincida con el del producto. “Es por sus tarteritas”, me explica una sonriente supervisora sin sorna, arreglando expeditivamente el problema con una llave mágica. “Es que como es la semana de no usar plásticos…”, farfullo. “Claro, claro, fenomenal señora”. La loca de las tarteritas, me gusta como suena.

Llevo una hora danzando y tengo jamón de york y queso. Enfilo para el mercado del barrio que es por donde tenía que haber empezado. Antes, en la Plaza de Tirso de Molina, me topo con un puesto callejero de una cooperativa de Fuenlabrada que vende producto de una asociación de agricultores. El tenderete tiene impreso el lema “Cultivando otro modelo”. Puri Lara me explica que tiene muchos clientes fijos (están aquí todos los martes) por “el rollo ideológico, pero sobre todo por los buenos precios y por el producto”. Sus lechugas y acelgas han sido cortadas esta misma mañana. Compro un kilo de patatas por un euro (¡ganga!) y me regala otra bolsa de tela.

El cercano mercado de la Cebada, un histórico madrileño, se gentrifica los fines de semana con bares y ferias de diseño, pero entre semana bastantes puestos siguen vivos con nuevos y viejos vecinos. A los carniceros Cipriano y Antonio no les sorprenden mis táperes, que llenan de filetes. “Muchos jóvenes los traen desde hace meses”. JOVEN. Cuentan que hubo un momento en que dejaron de usar papel encerado y servían todo el género en barquetas de poliespán con film encima. Sin embargo, hace un año las sustituyeron, a petición del público, por otras biodegradables (“el doble de caras”) y han vuelto a envolver en papel. Si haces una buena compra, te regalan ellos también una tote bag.

El frutero Pedro Díaz tiene el género en cajas de madera y lo sirve todo en papel. “Salvo algunas cosas delicadas que pierden humedad y vienen envueltas en plástico, como las setas o las moras”. Un plátano en barqueta con film le parece un sinsentido: “Madura más deprisa y contamina muchísimo”. El problema, dice, son los “hábitos de compra”. “Aquí también viene la gente con prisas, a última hora, directos del trabajo, con pereza, sin pensar si lo que les apetece es o no de temporada”. Por la tarde le piden más bolsas (que se cobran por ley desde hace un año), por la mañana abundan más entre el público las de tela, los carritos, algún capazo de mimbre de joven madre vintage. Le confieso con una punzada que hace años que no lavo una lechuga porque solo compro ensalada embolsada. Me recomienda la batavia y la trocadero. Y tomates cherry Divino Imperial en rama que vienen sin el típico vasito.

Al final, para la leche en cristal tengo que ir a la tiendita eco que dejé de visitar cuando se me pasó el furor de que el primer hijo solo podía comer purés caseros de verduras bio. La dueña se acuerda del nombre del niño. Me siento tan culpable que compro un yogur de cuatro euros. Y se me olvida el zumo.

Lecciones del día:

- Pasada la vergüenza, resulta comodísimo llegar a casa con los táperes y meterlos directamente en la nevera. Sobre todo, el queso de Burgos, sin papeles húmedos ni bolsitas que chorrean.

- Es muy complicado hacer la comprita del día sin plásticos en un supermercado. Aunque hay opciones, tarros de cristal y así, bastantes de sus envoltorios son obscenos e innecesarios. Se lo tendrían que mirar.

- A las ocho o nueve de la noche solo están abiertos los supermercados.

- A la larga, para que esto saliese bien, mi familia tendría que planificarse mucho mejor. Investigar opciones online, buscar una solución más razonable para lo de la leche...

- Hay gente a quien le relaja ir al mercado. A mí me relaja tumbarme.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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