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Muere el periodista aragonés Michel Vallés a los 40 años

“Sentirse una mierda es muy cómodo, hay que rebelarse”, escribió el reportero unas semanas antes de que la inmunoterapia contra el cáncer dejara de funcionar

Patricia Peiró
El periodista Michel Vallés.
El periodista Michel Vallés.

Michel se compró este verano una camiseta en la que aparecía el dibujo de un jabalí lleno de flechas y la palabra “Muévete”. Dijo que la había adquirido en un “arrebato tonto”, pero ese mensaje representaba la mentalidad que le acompañó desde que le detectaron cáncer de pulmón en 2016. El periodista turolense Michel Vallés ha muerto este 29 de diciembre en Zaragoza con 40 años.

Originario de Lledó (Teruel), se licenció en periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona. Dio sus primeros pasos en La Comarca de Alcañiz y trabajó más de diez años en El Periódico de Aragón. También fue colaborador en Radio Zaragoza y en la televisión y radio pública de su comunidad. En los últimos meses analizaba desde su columna Marte en el exilio la política aragonesa y hablaba también de su enfermedad. Utilizaba ese espacio para hablar con datos y sin eufemismos de que en España hay que dedicar más dinero a la investigación, menos tiempo a las tonterías y desterrar las falsas terapias. También escribió de su ídolo Kase-O, y se emocionó cuando este compartió el texto en sus redes.

Hace unos meses se unió a un grupo de Facebook compuesto por las personas en el mundo que tenían su misma mutación: 318. “Entre nosotros no hablamos de los poderes de la homeopatía, de lo bueno que es dejar de vacunarse, de lo beneficiosa que es la leche cruda. Hablamos de que es la ciencia y la investigación la que nos salva cada día la vida; de que queremos más y mejores tratamientos”, contaba.

Él vivió la despoblación de un municipio de esos que componen la España vacía y le quitó el sueño literalmente el inminente cierre del colegio de su pueblo hace seis años. Ahora esa escuela ha resurgido e incluso han tenido que ampliarla por la llegada de nuevos niños.

Este año se comprometió en Nueva York con Estrella, una mujer fuerte y serena, a la que conoció en la redacción de su diario. Llevaba meses con ese viaje y ese anillo en mente. Su boda se celebró de una forma no planeada en noviembre, en una habitación del hospital Miguel Servet, con familia, amigos y una oncóloga que ese día estaba de fiesta pero vino a posta para celebrarlo.

Amaba y detestaba el periodismo, de la forma en la que uno detesta los defectos de algo que le importa muchísimo. Odiaba la pobreza de léxico (cuando editaba a veces podía marcar que se repetía la misma palabra en el primer párrafo y en el penúltimo) y siempre degustaba las crónicas deportivas de Carlos Arribas. No era tarea fácil, pero conseguía que las sesiones plenarias resultaran apasionantes, o, como mínimo, interesantes. Contaba lo que se movía en los pasillos, las palabras que se decían y las que no se decían, y hasta cómo olían los diputados, si era relevante.

“Sentirse una mierda es muy cómodo, hay que rebelarse”, escribió en un Whatsapp en julio, unas semanas antes de que la inmunoterapia, un avance por el que este año han ganado el Nobel dos investigadores, dejara de funcionar.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.

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