El fantasma de los viejos asesinatos de los Montoya resucita en el pueblo del detenido
Cortegana teme una ruptura de la convivencia como la que acabó en 2005 en un choque con la comunidad gitana
Una niebla espesa y gélida se adosó ayer martes a las montañas que rodean Cortegana. Se antojaba casi como una metáfora del sentimiento que se instaló en la mente de muchos de los más de 4.800 vecinos de este pueblo onubense. La confirmación del arresto de Bernardo, uno de los hermanos de la familia Montoya, por la muerte de Laura Luelmo en El Campillo “ha reabierto heridas que se creían cerradas”, según una lugareña que pide ocultar su identidad con el nombre de Ana.
Muchos en Cortegana recordaban cómo los asesinatos cometidos por Bernardo y su hermano gemelo Luciano —mataron a una anciana de 82 y una joven de 35 en 1995 y 2000, respectivamente— acabaron con manifestaciones y ataques a la comunidad gitana del pueblo. “Ya nos llevamos bien, pero esto ha vuelto a crear miedo y se están reviviendo fantasmas”, añade otra vecina desde el anonimato.
Es difícil hallar a alguien que dé su nombre en Cortegana. La mayoría de consultados dice sentir miedo a las represalias de la familia. No era el caso de Vicente Aguilera, portavoz de la comunidad gitana. “Hay que llamarles víboras [por ambos hermanos], hasta que no descargan su veneno no paran”, sentencia con semblante serio en su casa en Las Eritas, donde se asienta la mayor parte de la comunidad calé, de más de 200 personas.
Los Montoya no son originarios de Cortegana. Los gemelos, de 50 años, nacieron en Badajoz. De ahí, los padres y nueve hijos se trasladaron a Cataluña y llegaron al pueblo cuando Bernardo y Luciano eran adolescentes. Ana fue a su clase y aún recuerda su primera fechoría sonada: “Quemaron la clase en la que estudiábamos EGB”. Fue el inicio de una escalada violenta que comenzó a caldearse cuando Bernardo mató a Cecilia.
El asesinato perpetrado por su hermano cinco años después y otra muerte violenta de un joven en 2005 acabaron explotando en una oleada de ataques a la colonia gitana ese mismo año. “Aquí lo hemos pasado muy mal”, añade Aguilera. En el centro del pueblo un anciano se defiende: “Aquello nunca fue racismo. No tenemos nada en contra de los gitanos, sino de los que vinieron de fuera a hacer daño”.
Pese a que Bernardo Montoya acabó condenado a 17 años de prisión y a un destierro de cinco años, en Cortegana están acostumbrados a verle por la zona, especialmente desde que salió de prisión el pasado octubre. “El jueves, un día después de desaparecer Laura, le vi en la plaza del pueblo. Me pidió un cigarro”, apunta un lugareño justo en ese mismo punto. Su reaparición revivió temores que creían olvidados. “Yo dejé de ir a andar sola cuando me enteré de que estaba suelto”, apunta Ana.
Ahora, con Bernardo detenido, el pueblo tiene que lidiar con la salida de prisión de Luciano. Desde el pasado fin de semana está libre y, aunque nadie le ha visto por el pueblo, ya hay quien se teme lo peor. Por si acaso, su familia —su padre y tres hermanos que viven en el pueblo— apenas se dejan ver. “Solo los dos son conflictivos, el resto son buenos. Pero ahora nosotros también tenemos miedo de que el pueblo se vuelva otra vez contra nosotros”, remacha Aguilera.
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