El fin de los gachupines
La labor de los exiliados en México acabó con el sambenito colgado a España
Entre las excentricidades de la historia de España llaman la atención que dos estatuas de tamaño natural de Moctezuma y Atahualpa presidan la fachada de uno de los laterales del Palacio Real de Madrid y existan —hasta donde ha llegado una rápida búsqueda en Internet— apenas tres calles en solo tres ciudades de nuestro país dedicadas al presidente Lázaro Cárdenas o a los diplomáticos mexicanos que hicieron posible la primera y tal vez la mayor operación de solidaridad internacional de la historia proporcionando una segunda oportunidad en México a 20.000 exiliados republicanos.
Una deuda de gratitud aún por pagar a gente como Alfonso Reyes, Narciso Bassols, Isidro Fabela, Luis I. Rodríguez y Gilberto Bosques, entre otros, que llevaron a cabo la decisión de Lázaro Cárdenas superando tremendas dificultades políticas y logísticas. México, sin recursos ni Marina, logró embarcar a miles de desterrados españoles sin patria de una Francia ocupada por la Alemania nazi y hacerlos cruzar el Atlántico, ya para entonces teatro de la II Guerra Mundial. Conmueve leer ahora, 75 años después, cómo Luis I. Rodríguez evitó para los españoles “la suerte reservada a las ratas en las grandes miserias”, que era lo que se merecían según palabras del mariscal Pétain, o cómo logró impedir que el féretro de Manuel Azaña fuera cubierto con la bandera franquista y en su lugar fuera enterrado con la enseña mexicana. O descubrir en la casa-museo de Fabela en Atlacomulco, un pequeño municipio del Estado de México —por cierto, patria chica también del actual presidente, Peña Nieto—, las fotografías de los huérfanos republicanos que adoptó.
La operación tuvo también riesgos políticos de orden interno para el presidente Lázaro Cárdenas
A menudo se olvida que la operación tuvo también riesgos políticos de orden interno para el presidente Lázaro Cárdenas. Como explica el historiador Mario Ojeda Revah en México y la guerra civil española (Turner), el conflicto español provocó una fuerte polarización en la sociedad mexicana. La derecha, que en 1939 había fundado el Partido Acción Nacional (PAN) como una formación ultracatólica, antisemita y franquista, hizo todo lo que pudo, y así lo atestigua su prensa de la época, en contra del desembarco de esos miles de rojos españoles que solo iban a traer el comunismo y la discordia civil a México.
La labor de los exiliados en México acabó con el sambenito de gachupines colgado a los españoles que emigraron allí en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, aquellos que suelen ser representados como los impopulares propietarios de abarrotes, y hoy los miles de jóvenes españoles que, en una nueva emigración motivada por la crisis económica, llegan a México encuentran otra vez una tierra de oportunidad. Profesionales, técnicos, intelectuales, artistas, españoles buena onda, que se están formando allí y contribuyendo a la modernización de México porque México de nuevo los ha hecho libres.
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