El Banco Vaticano adelgaza para servir “solo a la Iglesia”
La inspección ordenada por el papa Francisco clausura 3.000 cuentas sospechosas
Jorge Mario Bergoglio llegó hace un año y tres meses a la silla de Pedro, pero apenas se ha sentado. Su actividad frenética –de ahí un cansancio que le ha obligado a cancelar algunos actos en las últimas semanas— se divide casi por igual en reorientar a la Iglesia católica hacia la periferia de los más necesitados y en intentar limpiar, de una vez por todas, las sentinas del Vaticano. Ese “a Dios rogando y con el mazo dando” del papa Francisco se ha centrado esta semana en dos de los asuntos en los que la Iglesia más ha pecado y delinquido. Si el lunes, delante de seis víctimas de abusos sexuales por parte del clero, el Papa pidió “perdón humildemente” y prometió poner las medidas para frenar la infamia, ahora el Instituto para las Obras de Religión (IOR) presenta el resultado de una renovación que ha consistido en cerrar unas 3.000 cuentas sospechosas. Según aseguró ayer el industrial alemán Ernst von Freyberg, su director hasta que hoy ha sido sustituido por el empresario francés Jean-Baptise de Franssu, el banco del Vaticano “ya solo se dedica a servir a la Iglesia católica”.
Los asuntos turbios, muy turbios, han acompañado al banco desde que fue fundado en 1943 por Pío XII, pero fue en la década de los 80 --con la quiebra del Banco Ambrosiano, controlado por la Mafia, el nunca aclarado ahorcamiento bajo un puente de Londres de Roberto Calvi, el llamado banquero de Dios, y el oscuro control del poderoso cardenal Marcinkus—cuando la institución consolidó una deriva que explotó en la primavera del 2012 con la expulsión de Ettore Gotti Tedeschi, el banquero designado tres años antes por Benedicto XVI para homologar el IOR a las normas internacionales de transparencia. No lo logró. Los poderes fuertes de la Curia –con el por entonces secretario de Estado, Tarcisio Bertone, a la cabeza— se deshicieron de él en medio de la crisis desatada por el llamado caso Vatileaks, el robo y difusión de la correspondencia privada de Joseph Ratzinger, quien unos días después presentó su renuncia, incapaz de poner orden en tanto desconcierto.
Nada más ser elegido el nuevo Papa, la policía italiana detuvo a Nunzio Scarano, un alto prelado también conocido como Monseñor 500 por su afición a los billetes de color púrpura, acusado de un delito de blanqueo de capitales sirviéndose de las cuentas opacas del IOR. Aquel fue el bautismo de Francisco con los asuntos terrenos de su misión. Su reacción marcaría, también en esto, una nueva era. Por un lado, no cubrió –como hasta entonces era habitual— a la oveja descarriada. “No lo han detenido por ser la beata Imelda”, dijo al regreso de su viaje a Brasil. Y a continuación –el 8 de agosto de 2013-- promulgó un motu proprio (una orden papal) para “la prevención y la lucha contra el blanqueo” por el que creaba un comité para supervisar las finanzas de la Santa Sede y el Estado del Vaticano. No es que Bergoglio no se fiara de Ernst von Freyberg –nombrado por Ratzinger en las postreras horas de su pontificado--, pero consideró que, dados los antecedente del IOR, mejor sería que trabajara en compañía. Los primeros resultados –el grueso de la renovación se presentarán hoy-- es que el banco del Vaticano acumulaba una gran cantidad de cuentas dañinas o innecesarias y que se ha ejecutado un proceso de adelgazamiento.
La Santa Sede nombrará hoy al francés Jean-Baptise de Franssu en sustitución del actual director
En concreto, en la rendición de cuentas de 2013 se informa que el banco del Vaticano ha bloqueado 1.329 cuentas individuales y otras 762 de clientes institucionales, lo que viene a suponer la cancelación de unas 3.000 relaciones con clientes. “Gracias a esta decisión”, según el todavía director, “el IOR ahora se centra solo en instituciones católicas, clero, empleados o antiguos empleados del Vaticano, así como de Embajadas y diplomáticos acreditados ante la Santa Sede”. En total, el IOR posee 15.495 clientes con unos activos totales de 6.000 millones de euros. Tras dudar incluso en su posible continuidad, Jorge Mario Bergoglio quiere ahora utilizar al banco del Vaticano como un instrumento más para el viaje hacia la periferia en el que, no sin resistencias, está empeñado en involucrar a la Curia romana.
No siempre lo consigue. Uno de los últimos escándalos tiene como protagonista al cardenal Bertone, quien ya en 2009 intentó frenar la operación de limpieza del banco puesta en marcha por Ratzinger. Ahora Bertone está siendo investigado por presionar al IOR para la concesión de un préstamo de 15 millones de euros a la compañía de televisión de un gran amigo suyo. Preguntado por el asunto en el vuelo de regreso de Tierra Santa, Bergoglio dijo que está investigándose, pero evitó poner la mano en el fuego por el anterior secretario de Estado.
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