La pesca del tiburón divide a Australia
Grupos ecologistas y aficionados al surf salen en defensa de los escualos tras la decisión de un Estado de permitir su captura y sacrificio en la costa
Los océanos que rodean Australia son lugar de paso de tiburones, ballenas y delfines durante sus migraciones anuales. Las medusas mortíferas y un sinnúmero de animales que pican, atacan y muerden hacen de la costa australiana uno de los lugares más peligrosos del mundo. El número de ataques de escualos se ha duplicado en los últimos 20 años, con una media de 6,5 agresiones al año durante la década de los noventa y hasta 15 entre 2000 y 2010. Un 30% fueron letales.
Lejos de amedrentarse, los australianos han convertido el océano en una parte esencial de su identidad. A la arraigada cultura surfista se suman actividades como la natación oceánica, el remo y el submarinismo. Quienes se adentran con frecuencia en el mar ven sus peligros como algo natural y aceptan el riesgo con estoicismo, pero las autoridades buscan formas de reducir los incidentes. La medida más extrema es la que adoptó el pasado diciembre el Gobierno del Estado de Australia del Oeste, que incluye la instalación de más de 70 boyas con un cebo clavado a un arpón para atraer a los tiburones y permite a los pescadores sacrificar a los que midan más de tres metros de largo.
La medida no tiene precedentes en el mundo y ha desatado una agria polémica en el país, pues autoriza a disparar contra tiburones tigre, tiburones blancos y tiburones toro. Estos dos últimos están clasificados como especies vulnerables en Australia, solo un escalón por encima de las especies en peligro de extinción. En los últimos meses, manifestaciones de hasta 6.000 personas han tomado las playas de Perth, la capital de la región, en protesta por el programa.
Aunque la comunidad científica afirma que los ataques han aumentado porque cada vez más personas hacen uso de las playas, el Gobierno federal del país consideró que frenar esa escalada es una cuestión de “seguridad nacional” y autorizó la medida. “Gracias a este plan, seremos más rápidos y más proactivos a la hora de atrapar y eliminar tiburones tras un ataque. Los bañistas tendrán más seguridad cuando acudan al agua”, afirmó, al anunciar la medida, el primer ministro de Australia del Oeste, Colin Barnett, enarbolando la cifra de siete agresiones mortales en los últimos tres años en la región.
El programa empezó a ejecutarse en enero y se mantendrá hasta finales de abril, pero Barnett ya ha pedido extenderlo a los próximos tres años. La región destinará además 20 millones de dólares (13,5 millones de euros) hasta el año 2016 para investigar el comportamiento de estos depredadores y detectar su presencia en las playas. Desde que se instalaron las primeras boyas, 110 tiburones han quedado atrapados. De estos, 14 murieron al momento, 31 fueron abatidos por los pescadores que patrullan la zona y el resto fueron liberados.
“Sacrificar tiburones reducirá los ataques, pero solo porque se reducirá su número, y esa no es la solución”, asegura el director del Consejo de Conservación de Australia del Oeste, Piers Verstegen, que comenta que “es más probable que te caiga un rayo encima que sufrir el ataque de un tiburón”. Verstegen lamenta que las autoridades no hayan priorizado opciones “no letales”, como sistemas avanzados de detección de escualos o campañas de información a los bañistas.
La organización ecologista Sea Shepherd encabeza la campaña en contra del sacrificio de tiburones. Su director, Jeff Hansen, denuncia que el Gobierno ha pagado más de 600.000 dólares (404.000 euros) a un solo pescador por recorrer las boyas durante cuatro meses y abatir a los escualos. “Le están pagando 5.700 dólares [casi 4.000 euros] al día. ¿Cuántos investigadores, cuántos vigilantes en las playas podrían pagar con ese dinero?”, pregunta.
Sea Shepherd elevó la cuestión al Tribunal Superior del país, que dictó que las boyas no ponen en peligro la supervivencia de la especie. Pero Hansen recuerda que “los tiburones han habitado los océanos durante millones de años y han determinado la evolución de todas las especies por debajo de ellos”. Un océano sin tiburones, afirma, “es un océano enfermo”.
Una experiencia traumática
Cuando un tiburón blanco de cuatro metros y medio de largo hizo saltar por los aires su canoa, Martin Kane “solo podía pensar en cómo iba a morir”. Un día de junio de 2012, Kane salió al océano a navegar con un amigo. “Me paré porque un grupo de delfines comenzó a nadar entre nuestras barcas y me encanta oírles hablar”, explica.
De pronto, el tiburón blanco arremetió contra la canoa de fibra y la proyectó unos dos metros sobre el mar. Para Kane, la sensación fue similar a la de un accidente de coche.
Mientras el animal se ensañaba con la embarcación, Kane empuñó el remo y se preparó para contraatacar. “Mi amigo Dale remó pasando junto al tiburón, llegó hasta mí y me escoltó hasta la playa, me salvó la vida”, reconoce. La experiencia fue “traumática”, pero Kane cree que el sacrificio de los escualos no es la mejor solución. “Necesitamos proteger a quienes se meten en el agua, pero la tecnología nos puede ayudar más que matar a unos cuantos tiburones”, afirma.
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